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El huevo de la serpiente

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Entre la cada vez más amplia literatura especializada en la China comunista hay una insana tendencia a tomar a beneficio de inventario los pronunciamientos cardinales de sus dirigentes.

Por ejemplo, tras la maratón de locuacidad que protagonizó Xi Jinping con motivo del centenario del Partido Comunista Chino el pasado 1 de julio, buena parte de los analistas han centrado su interés en el culto de su personalidad, tan lujuriante como excluyente. Así se ha destacado la rápida evocación de sus antecesores en el cargo de secretario general (Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin y Hu Jintao) por comparación con el asfixiante protagonismo de Xi en el acto.

No deja de ser una observación razonable, pero orilla otras de mayor cuantía.

Bajo la catarata oratoria de Xi latía una vez más esa repetida declaración unilateral de voluntad por la que el partido comunista (95 millones de miembros) se arroga el derecho de tomar toda clase de decisiones en nombre del pueblo chino (1.400 millones de habitantes); se otorga un poder omnímodo para imponerlas; y establece un sistema político totalitario sin fecha de caducidad. Aunque los dirigentes del partido cambien, el sistema se atribuye una permanencia ilimitada: durará tanto como lo haga el partido en que se apoya y que, a su vez, se considera imperecedero. Esa es la base de su legitimidad.

La última constitución del partido, aprobada en el 19o Congreso de 2017, recuerda el peso decisivo que le ha aportado haberse dotado de una base ideológica correcta. «El Partido Comunista Chino usa como guías de su acción el Marxismo-Leninismo, el Pensamiento de Mao Zedong, la Teoría de Deng Xiaoping, la Teoría de las Tres Representaciones [Jiang Zemin], la Perspectiva Científica del Desarrollo [Hu Jintao] y el Pensamiento de Xi Jinping sobre el Socialismo de Rasgos Chinos para la Nueva Era». Entre todas ellas, esas aportaciones permiten explicar la dinámica del pasado y sentar correctamente las bases del futuro.

Para los comunistas chinos, el marxismo-leninismo ha descubierto las leyes del progreso de la historia humana y su necesaria evolución hacia una forma superior de convivencia, ese régimen ideal al que, con Marx, llaman comunismo. Bajo el comunismo se producirá la emancipación total de la especie humana y desaparecerán la desigualdad y la opresión. Lamentablemente esa meta no está a la vuelta de la esquina. Llegar a ella exigirá el fin del capitalismo y la construcción previa de una sociedad socialista. Un proceso que se prolongará por un tiempo indefinido, aunque no quepan dudas de su éxito final.

Con el camarada Mao a su cabeza, sigue la doctrina, los comunistas chinos desarrollaron el Pensamiento Mao Zedong que ha sabido combinar los fundamentos del marxismo-leninismo con la marcha firme de la revolución china. Bajo su guía, el pueblo chino venció al imperialismo, al feudalismo y al capitalismo burocrático del GuomindangLa grafía latinizada de este nombre y la de otros muchos de la época varía según se utilice el método de transcripción Wade-Giles, ampliamente seguido durante buena parte del siglo XX, o el pinyin, que se convirtió en el método oficial a partir de 1958. En la medida de lo posible y con independencia de que las fuentes adopten uno u otro método, en este trabajo he optado por la versión pinyin si está disponible. (GMD o Partido Nacionalista) y aseguró una revolución democrática capaz de sentar las bases para una economía, una política y una cultura socialistas que presagiarán el triunfo en la lucha final por el comunismo.

Sobre esa cristalización de la sabiduría colectiva del comunismo chino, la tarea actual del partido es la consolidación del socialismo de rasgos chinos, definido por el camarada Xi Jinping como el rejuvenecimiento de la nación china. El pueblo chino con toda su variedad étnica se ha sumado entusiásticamente a ella y no parará hasta culminar esa gran lucha, desarrollar ese gran proyecto, hacer avanzar esa gran causa y realizar así el gran sueño de esta nueva era de socialismo con rasgos chinos.

Hasta aquí la teoría. Por más que parezca ilusoria conviene no tomársela a broma. Ahí está el programa que el PCC se propone aplicar en su país y, eventualmente, en otros.

 En la realidad, el camino ha sido mucho más tortuoso. Las enseñanzas del marxismo-leninismo sirvieron de poco a la revolución naciente en China. Ni los comunistas ni sus adversarios nacionalistas se ponían de acuerdo sobre el carácter de la revolución. ¿Sería nacional y democrática, es decir, liderada por una burguesía urbana insegura y de escasas proporciones; o proletaria, es decir, dirigida por una clase aún más menguada en número que su equivalente en la Rusia de 1917? Para Marx la revolución que abriría la transición al socialismo tenía que ocurrir allí donde el capitalismo hubiera desarrollado al máximo las fuerzas productivas, en alguno de los países capitalistas más avanzados. Lenin lo entendía también así, aunque su visión del capitalismo como un sistema internacional único -la cadena imperialista- le llevaba a pensar que su estallido -la chispa que abrasaría la llanura- podía empezar en cualquiera de sus eslabones más débiles.

Una discusión por demás extemporánea, pues quedaba por resolver la incógnita de si China seguiría existiendo como país una vez que la dinastía Qing y, con ella, el imperio habían revelado ser poco más que una gigantesca tramoya presta a saltar por los aires. La revuelta castrense de octubre 1911 en Wuhan (revolución Xinhai), la proclamación de la República de China (1 enero 1912) y la abdicación del futuro emperador Puyi, aún un niño, en febrero del mismo año resquebrajaron la unidad imperial. Varios caudillos militares (warlords) siguieron el ejemplo de Yuan Shikai y levantaron sus propias milicias, especialmente poderosas en el Norte del país. Otros le imitaron en el resto de China, mientras que Yuan llegó a proclamarse emperador en 1915.

Descontentos con ese eventual estallido de la nación, algunos líderes del Sur entre los que destacaba Sun Yat-sen (también conocido como Sun Zhongshan o Zhongshan a secas) formaron en 1920 un gobierno revolucionario y nacional con sede en Guangzhou (Cantón) y apoyado por el GMD que Sun había fundado años antes. En 1923 Sun invitó a representantes de la Tercera Internacional para que le ayudaran a reorganizar el GMD y su partido se alió con el PCC en el llamado Primer Frente Único. Sun moriría en 1925 sin haber conseguido su sueño de unir al país.

 La experiencia soviética influyó poderosamente sobre el pensamiento de Sun. Su GMD se reconstruyó sobre la base del centralismo leninista y en sus Tres Principios del Pueblo (nacionalismo, democracia y bienestar popular) resonaban acordes típicamente izquierdistas que pronto serían puestos en cuestión. Cuando en 1926 Chiang sucedió a Sun como líder del GMD el partido derivó rápidamente hacia posiciones más conservadoras.  

 En 1927 se produjo el Incidente de Shanghái (también llamado Golpe, o Matanza, según las simpatías de quienes lo describan) cuyo resultado fue el comienzo de una guerra civil entre nacionalistas y comunistas que, pese a diversas treguas, no acabaría hasta la proclamación de la República Popular en 1949. A principios de abril, inquieto por las actividades de los comunistas y su creciente influencia entre las clases populares de Shanghái, Chiang decretó la ley marcial y comenzaron los choques entre las tropas del GMD y los sindicatos y otros grupos de obreros y estudiantes. La represión, rápida y brutal, se cobró un alto número de víctimas entre los comunistas (entre 300 y 10.000 ejecutados según la tendencia ideológica de las diversas fuentes) y la organización del PCC en Shanghái y otras ciudades quedó desmantelada.

¿Qué hacer?

La estrategia revolucionaria de la Tercera Internacional se había venido abajo. Ni existía un proletariado urbano digno de ese nombre, ni la burguesía nacional -su aliado o, peor aún, su soporte- aparecía por parte alguna para desempeñar el papel hegemónico que le atribuía el marxismo-leninismo en las sociedades atrasadas. Pero, aunque algunos líderes comunistas fueron desalojados de sus puestos de mando, la Internacional no cambió de postura. Los camaradas chinos fueron animados a perseverar a la espera de nuevos levantamientos obreros en las ciudades. Hubo algunos en el Sur (en Changsha, en Nanchang, en Cantón) pero ni los protagonizó el proletariado -una noción que en aquellos momentos no era a todas luces más que una fantasmagoría- ni se apuntalaron en las zonas urbanas. Las tropas del gobierno nacionalista consiguieron sofocarlos con relativa facilidad.

En su biografía de Mao Zedong, Jung Chang y Jon HallidayJung Chang y Jon Halliday, Mao. The Unknown Story. Anchor Books: Nueva York 2006. Citado por su edición Kindle, location 1097ss. apuntan que tras el fiasco de Shanghái Stalin, que empuñaba ya con firmeza las riendas del poder soviético y de la Tercera Internacional, había exigido a los comunistas chinos formar un ejército propio y establecer amplias bases territoriales para -una vez llegada la lucha final evocada en el himno de la Internacional- hacerse con el control del país. Sólo la fuerza armada podría vencer a la fuerza armada. Para decirlo en los conocidos términos weberianos, el problema político nacional consistía en hacerse con el monopolio de la violencia y, para empezar, en contar con un ejército.

En este punto los diferentes tanteos comunistas no eran morfológicamente disímiles de las tentativas de otros señores de la guerra. Unos y otros se distinguían sólo en unos pocos factores: número y origen social de sus partidarios, calidad del armamento, disciplina interna, anchura de su base territorial, relaciones con la población civil residente en ella.

A finales de los 1920s obtener un ejército propio se convirtió también en una de las obsesiones de Mao y su proyecto comenzó a tomar forma en 1928 cuando entró en contacto con los supervivientes del levantamiento de Nanchang encabezado por Chu TehEn el caso específico de Chu Teh, su nombre según Wade-Giles sería Zhu De, que es el que usan Chang y Halliday. . En total unos cuatro mil, un contingente muy superior al millar con que contaba por entonces Mao. En noviembre de 1931 las fuerzas de ambos dirigentes habían crecido hasta el punto de proclamar la República Soviética China en la ciudad de Ruijin, en la provincia meridional de Jianxi.

Si a los observadores externos les resultaba difícil distinguir entre las milicias de los warlords y las comunistas, para los chinos de a pie el contraste en su legitimidad resultaba fácil de ubicar. Mientras los caudillos militares ejercían su poder para mantener o restablecer los lazos sociales del antiguo régimen, con los comunistas la lucha de clases había llegado a los medios campesinos. Los propietarios rurales eran rápidamente divididos según la dimensión de sus haciendas entre ricos, medios, pobres y aparceros sin tierra y cada uno de esos grupos recibía un tratamiento desigual que podía ir desde la expropiación sin indemnización de los latifundistas hasta la obtención de títulos de propiedad por los colonos. El régimen impositivo cargaba especialmente sobre los más ricos. Buena parte de los hombres eran reclutados para los nuevos ejércitos mientras que la fuerza de trabajo agraria se feminizó rápidamente para cubrir los huecos.

Además de con un ejército, Mao contaba ahora con una nueva estrategia revolucionaria. Su base social no podía ser el proletariado urbano, sino la gran mayoría campesina del pueblo chino; el escenario bélico tenía que pasar de las ciudades al campo; la táctica militar favorecería las acciones de guerrilla; y la representación exclusiva de los intereses nacionales pasaría al único partido capaz de defenderlos en su integridad: el Partido Comunista Chino.

Fue en Ruijin donde Zhou Enlai que había escapado a la represión en Shanghái y se había ganado la confianza de la Tercera Internacional iniciaría su larga relación con Mao. Allí se convirtió en el inestimable segundón perpetuo que sabía anticipar los deseos del Gran Timonel, organizarlos en clave burocrática y cargar con sus errores como si fueran propios cuando lo era menester.

El nuevo régimen sobrevivió tres años. En ese tiempo controló un espacio en torno a 30.000 kms2 (alrededor de una tercera parte de Andalucía) y a casi cien millones de habitantes. En octubre 1934 el recién formado Ejército Rojo, cuyos efectivos llegaron a 140.000 hombres -reducidos a 85.000 tras los combates con las fuerzas superiores del Ejército Revolucionario Nacional al mando de Chiang Kai-shek- emprendió una retirada estratégica.

Comenzaba así la Larga Marcha (1934-1935) que iba a llevar los restos del soviet campesino desde la feraz provincia meridional de Jiangxi hasta el área de Yan’an en la provincia nororiental de Shaanxi. A pesar de una ecología inclemente, Yan’an contaba con dos grandes ventajas estratégicas: estaba alejada de las grandes áreas urbanas de la costa donde el ejército nacionalista podía movilizar eficazmente sus tropas y tenía cerca la Unión Soviética desde donde llegaban con mayor facilidad orientaciones estratégicas, refuerzos militares y medios financieros. Desde 1936 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial Yan’an se iba a convertir en el cuartel general de Mao y en la incubadora de la que saldrían con una inconfundible impronta totalitaria el régimen maoísta y el Partido Comunista Chino.

Así se templó el acero es una novela autobiográfica de Nikolai OstrovskiAsí se templó el acero en la versión castellana que puede consultarse en https://www.marxists.org/espanol/tematica/literatura/ostrovski/asi-se-templo-el-acero.pdf. que ha servido de Bildungsroman por excelencia para millones de comunistas del mundo entero. Viene a cuento recordarla aquí porque es lectura aconsejable para entender el cosmos moral sectario y maniqueo de los bolcheviques de la hornada 1917 y sus seguidores. También porque, a pesar de su incapacidad para despojarse de las anteojeras leninistas, la temprana fecha de su muerte (1936, con sólo 32 años) le permitió a Ostrovski no enfangarse por completo en el realismo socialista que le sobreviviría.

De hecho, tras su publicación como serial en dos partes aparecidas respectivamente en 1932 y 1934) la primera edición como libro (1936) y otras posteriores fueron ampliamente censuradas. Al ejemplar comunista in fieri que en el serial conseguía, a duras penas, librarse de las tentaciones del poder y de la carne (o se rebelaba ante el sufrimiento que le imponían sus largas y penosas enfermedades; o sufría por su incapacidad para entenderse con la mujer con la que finalmente casaría), lo iban a convertir sus correligionarios en un revolucionario sin más atributos estimables que el de una obediencia ciega al partido y a su líder supremo].

En Yan’an se iba templar el acero, corregido y aumentado, de la China maoísta.

El número de participantes en la Larga Marcha que finalmente se asentaron allí se calcula entre ocho y diez mil. Junto con otras unidades del Ejército Rojo que operaban ya en el área (7.000) y la posterior llegada de las tropas de Chu Teh a finales de 1936, la fuerza rotal desplegada subiría a unos 30.000 efectivos. Diez años más tarde, la población bajo control comunista en 19 núcleos del área interprovincial Shaanxi-Gansu-Ningxia pasaba de cien millones y el número de militantes comunistas había subido a 2,8 millones (por supuesto, no todos se concentraban en Yan’an). Por esas mismas fechas se calcula que el 90% de los comunistas eran campesinos mayormente analfabetos y reclutados en la zona. Junto a ellos se fue concentrando un alto número de voluntarios jóvenes con mayor educación formal y provenientes de áreas urbanas, atraídos por la imagen cuidadosamente forjada por el aparato de propaganda del partido de que la mejor forma de unirse a la resistencia antijaponesa -China entró formalmente en guerra con Japón en 1937- era asentarse en Shaanxi.

Este grupo social ha sido objeto de especial atención tanto por su capacidad de proveer personal especializado en tareas administrativas a una militancia escasamente preparada como por haberse convertido en un brote de resistencia a las políticas uniformadoras de Mao y sus fielesTony Saich. From Rebel to Ruler. One Hundred Years of the Chinese Communist Party. The Belknap Press of the Harvard UP, Cambridge, Mass 2021. Citado por la versión Kindle, location 3378 ss..

A partir de 1942 la llamada Campaña de Rectificación jugó un papel decisivo en el mantenimiento forzoso de la disciplina. Aunque la versión de Chang y Halliday cargue excesivamente las tintas en la brutalidad de la represión desencadenada sobre el sector crítico del partidoCf. Chang y Halliday en la nota 1, caps. 23 y 24. , hay pocas dudas sobre los métodos arbitrarios y despóticos con los que se le metía en cintura. Especialmente si eran parte de los 40.000 jóvenes bien educados que se habían asentado en Yan’an y llevaban a mal la desigualdad de trato y los privilegios de que gozaban los escalones jerárquicos superiores en cuestiones de alimentación, vestido, cuidados sanitarios, oportunidades educativas y hasta de matrimonio en un medio donde se concentraban hasta 15 hombres por cada mujer soltera.

Yan’an fue, pues, el castillo de irás y no volverás. Quienes intentaban marcharse eran tratados como desertores. Las sesiones dedicadas al «examen del pensamiento» de los que se quedaban eran interminables; incluían confesiones escritas de cualquier hecho que podía ser tenido por perjudicial para el partido; y animaban a la denuncia de amigos y camaradas. Las sesiones de lucha contra los supuestos enemigos del partido -convertidas luego de la Revolución Cultural en repugnantes espectáculos de masas- se hicieron cada vez más frecuentes. De esta suerte, al final de la campaña el régimen contaba con un dossier de todos y cada uno de sus miembros que podría ser utilizado de la forma más conveniente en cualquier debate futuroGao Hua. How the Red Sun Rose: The Origin and Development of the Yan’an Rectification Movement, 1930–1945. The Chinese University of Hong Kong Press: Hong Kong 2019.

Pero no todo era represión. Al tiempo que mantenía claramente definidos los límites de la crítica política, el partido desarrolló una profunda labor educativa entre el amplio sector de campesinos que se había ido sumando al movimiento comunista y superaba con mucho al número de los llamados intelectuales jóvenes. Al otro extremo de las razonadas pero implacables críticas de Chang y Halliday, en su defensa del maoísmo Edgar SnowCf. su Red Star over China. The Rise of the Red Army, edición Kindle que recoge la de Londres en 1937, especialmente en los capítulos de su Parte 8, dedicados el Ejército Rojo recuerda esa actividad que permitió a tantos aprender a leer y escribir; convertirse en fieles cuadros del partido y, más tarde, del aparato estatal comunista; y, por supuesto, en fanáticos defensores de las consignas que venían de la cumbre..

A ellos se dirigía en especial el texto escrito en 1939 por Liu ShaoqiHow to Be a Good Communist (1939), versión en inglés descargable en https://www.marxists.org/reference/archive/liu-shaoqi/1939/how-to-be.htm. -a la sazón aún uno de los grandes jerarcas del partido- en donde, de forma menos entretenida que Ostrovski, explicaba cómo ser buenos comunistas a «algunos magníficos miembros del partido poco formados en la teoría marxista-leninista […] pero que, una vez la ven explicada en lenguaje asequible, muestran mayor penetración que otros muchos salidos de la intelligentsia».

Es un texto farragoso y gárrulo, pero muy útil para entender los objetivos específicos que el maoísmo quería inculcarles. Ante todo, que el triunfo de la revolución democrática no iba a cambiar de la noche a la mañana la forma de pensar y de comportarse de sus protagonistas. Tras la eventual toma del poder se abriría un dilatado y temporalmente indefinible período de construcción socialista cuyo horizonte se mantendrá lejano aunque se camine hacia él. Los militantes comunistas, insistía Liu, provienen de una sociedad dividida en clases y es de esperar que algunos conserven en su actividad partidaria la herrumbre acumulada bajo el capitalismo. La lucha de clases continuará, pues, en el seno del partido tras el triunfo de la revolución y el futuro no estará libre de errores.

Que no provendrán sólo de actitudes individuales. Mientras la humanidad no haya alcanzado el equilibrio ideal del comunismo -cuando la emancipación del proletariado será la garantía de la liberación de la humanidad entera- la lucha de clases continuará existiendo y hasta la propia clase obrera continuará fragmentada en estratos de intereses divergentes. Uno de ellos, el mejor, lo compondrán los comunistas de pura sangre que hayan conseguido cortar de raíz cualquier lazo con la sociedad capitalista. Pero no conviene olvidar a los militantes que provienen de clases no proletarias (campesinos, pequeños burgueses, intelectuales) y siguen arrastrando sus antiguas costumbres, hábitos y vacilaciones anarquistas y ultraizquierdistas. Ni tampoco a la aristocracia obrera, esa porción acomodada del proletariado, que se inclina fácilmente hacia el reformismo y el oportunismo.

Pero, cabría preguntarse, quién garantiza que la línea política sea la correcta y cómo con seguir que vaya a imponerse. Y en eso, sí, la respuesta de Liu coincide con la de Ostrovski. Los comunistas, chinos o de cualquier otra nacionalidad, tienen que aprender a subordinar con disciplina de hierro sus intereses personales y de grupo a las decisiones del partido. La fe en él es la más alta cualidad de un comunista. Así se incubó en los tiempos de Yan’an el huevo de la serpiente.


 

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