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Imaginativo resultado de la exasperación

El homóvil o La desorbitación. Libro de maquinerías. Polinovela multinacional

JESÚS LÓPEZ PACHECO

Debate, Madrid, 695 págs.

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Es probable que incluso a bastantes lectores de una revista culta como ésta ni siquiera les suene el nombre de Jesús López Pacheco. Sin embargo, cuenta con una obra relativamente extensa, que abarca ensayo, poemarios, narraciones y un par de novelas, la primera de las cuales, Central eléctrica , sigue representando algunos afortunados logros de la narrativa española del medio siglo. Por entonces, este escritor madrileño de 1930 fue también destacado activista del antifranquismo desde el frente universitario, promovió el abortado Congreso de Escritores Jóvenes de 1956, que causó una fuerte crisis interna de la dictadura, y en 1958 figura entre los redactores de Acento Cultural , en cuyo primer número advierte de los peligros de un «realismo sin realidad», y donde él y su íntimo Antonio Ferres dieron a conocer en entregas sucesivas su viaje documental a Las Hurdes.

Luego vinieron tiempos malos y de dificultades materiales para el escritor, y optó por el exilio; en Canadá ejerció como profesor hasta su muerte allí en 1997. Su marcha coincidió con el desprestigio del realismo social que él había cultivado y su persona y su obra se sumieron en un espeso olvido. Frente al sambenito que se lanzó contra la literatura comprometida, López Pacheco puso en boca de un licenciado Berceo un soneto con estrambote en «desagravio a la berza» que arranca con un cuarteto militante («El que desprecia, por vulgar, la berza / suele ser el berzotas señorito / que por ser de ciudad se cree exquisito / y almuerza el aire de ciudad, si almuerza») y se cierra con una proclamación de fe: «Era la berza, por lo menos, sana, / y, aunque áspero, alimento nutritivo. / Hoy la comida es americana / muy a menudo, o multinacional, / con sabor y color artificial, / y –salvando algún caso excepcional– / más que alimento es preservativo».

No dejó, por eso, López Pacheco de escribir, y, para sorpresa de quienes lo hacían rehén de un sociologismo simple, sus textos tomaron caminos insospechadamente vanguardistas, satíricos, parabólicos, visionarios. Así se comprobó en La hoja de parra (1973), novela empezada en España y publicada en México, que pinta una imagen farisaica y represora de los instintos de su país. El aire de la innovación llegó también hasta sus poemas y reactualizó la clásica égloga en un género nuevo, la ecóloga. Reunió sus versos en varios poemarios y publicó dos compilaciones de relatos, una de ellas, Lucha por la respiración (1980), presidida por esta reveladora dedicatoria: «A mis hijos. Con la esperanza de que algún día en vez de decir Spain, puedan volver a decir España».

No pretendo con este sucinto informe aparentar erudición. Me ha parecido conveniente para abrir el comentario de una obra cuya envergadura, ambición, longitud y complejidad se entienden mejor a la luz de un contexto. Porque en él se hallan las claves creativas y personales de este libro de complicado y desconcertante título, El homóvil o La desorbitación. Libro de maquinerías. Polinovela multinacional . También hay que señalar, además, pues ello da una pista sobre la construcción de esta novela, que, aunque inédita, no era del todo desconocida. Parte de ella, tres fragmentos, habían aparecido en Lucha contra el murciélago (1989), un volumen de narraciones que proporciona datos interesantes. Por un lado, hace ya una década larga declaraba el autor que estaba «a punto de terminar» El homóvil después de un largo proceso de gestación: ello explica su densidad. Por otro, califica esas piezas sueltas directamente de «cuentos»: ello aclara el carácter de cajón de sastre, dicho a la manera barojiana, de la obra que ahora se publica póstuma, con un riesgo editorial, por cierto, grande y muy elogiable.

Las unidades encadenadas en el título facilitan una primera aproximación al libro. El homóvil, neologismo al que le veo más ingenio que acierto, designa un «centauro» mitad hombre, mitad automóvil, convertido en eje de un bloque central, el más unitario. La desorbitación se refiere a otro segmento, este final, en el que se pone fuera de órbita la propia novela y, de paso, la vida representada en ella. El tercer elemento enlaza maquinerías, o sea, episodios narrativos de tema contemporáneo construidos en la estela de las peripecias de los libros de caballerías (también con algún eco de Álvaro Mutis), que hasta incluyen la ceremonia en la cual Jaikiú, el protagonista cuya «autobiografía» se cuenta, es armado «maquinero». El enunciado último remite a una fábula alusiva a estos tiempos de predominio tecnológico en la aldea global.

Abordar cada uno de los abundantísimos materiales integrados en esos epígrafes, y los que nutren las varias partes de la novela, que no se corresponden con ellos, exigiría un espacio enorme, propio de un trabajo académico, al que tanto se presta la obra. Me limitaré, pues, a dar algunas pistas capitales. El homóvil se abre con casi cien páginas de digresiones llamadas «Fuera de texto» que abordan el imaginario proceso de construcción de la novela (¿la novela?, ¿el ensayo novelesco?, ¿la enciclopedia?, ¿el artefacto?; dejémoslo así) que tenemos entre manos.

En tanta extensión se tratan asuntos variados. Anoto sólo algunas ideas o noticias que me parecen más destacadas: «el realismo también se inventa»; «una novela es una realidad autónoma, una realidad de otro orden que la vida»; lo que leemos es «el experimento de la novela [y] la novela del experimento», así como «la novela de la novela»; el narrador participa en un «experimento piloto para el lanzamiento de la fase "industrial" de la literatura y, en general, de la cultura», a cuyo desenlace desaparecerían los inútiles signos impresos, el texto se presentaría mediante perforaciones y sólo haría falta meterlo en una Máquina de Leer Novelas. En correspondencia con este mundo orwelliano, la obra que sigue a estos prolegómenos será el resultado de la colaboración entre un novelista y un ordenador, y una aplicación por la máquina de un lenguaje EXNOL («Experimental Novel L anguage»).

Añadiré, para dar una idea más precisa de tan desmesurada introducción, que lleva notas a pie de página, y notas a las notas, que utiliza diferentes tamaños y tipos de letra, y que a trozos se presenta en dos columnas, como glosa de la glosa. Además, y por cerrar estos detalles, una de las páginas presenta un texto, a medias poemático, a medias un SOS de un náufrago intergaláctico, impreso con una tinta rebajada y dispuesto algo así como el famoso caligrama de la lluvia, que se repite con variantes en otras páginas y se desintegra en las últimas en una mancha, restos ilegibles de una hecatombe.

Ya he dicho que no puedo detenerme en detalles, así que liquido expeditivamente los dos grandes bloques llamados, uno, como el volumen, «El homóvil», y otro, «Libro de maquinerías». Ambos se componen de relatos medio yuxtapuestos, cuentos más o menos independientes, resultado de una pluralidad de narradores que remedan el artificio de unas muñecas rusas de autores, una polifonía de voces muy cervantina que, en última instancia, semejan un machadiano juego (el libro se abre con una cita de Juan de Mairena) de heterónimos bajo el cual está un único y principal autor, el propio López Pacheco. Éste, responsable del artilugio, también aparece en el texto, ya sea directamente, como firmante de unos tercetos de denuncia construidos sobre la Divina comedia, de Dante, o, suponemos, de forma velada reencarnado en un novelista esquizofrénico sometido a tratamiento psiquiátrico. Esta diversidad de textos, «irrupción de la realidad en la imaginación», constituye un reflejo, recreación o parábola de nuestro mundo, no en abstracto, sino en su concreta deriva contemporánea, postindustrial, deshumanizada, tecnológica, insolidaria… El relato «El homóvil» lanza una diatriba agria sobre las clases medias urbanas norteamericanas. Las «maquinerías» ofrecen ejemplos múltiples del sinsentido de la vida actual.

Por eso El homóvil, en conjunto, es un grito, un clamor contra tanto desbarajuste y deshumanización. Este alegato contundente y sin reservas tendría que desembocar en la «desorbitación» total, en la destrucción absoluta y, sin embargo, concluye con un aliento de esperanza. Se supone que alguien alguna vez rescatará esa letanía desvaída que flota en el espacio. Se mueve aquí López Pacheco a impulsos de sus viejos principios socialistas, apostando por el futuro o, al menos, abriendo una puerta a la esperanza, tras el combate. Pero ello no se ve. Se presiente, en cambio, que esta novela desmedida, de ideas generosas, prolífica en invenciones, rupturista, sale de lo más hondo de un narrador exasperado; exasperado por su condición personal de exiliado (cuando su «corazón se llama Cudillero», dicho con el título de un poema suyo) y de escritor ignorado, por el naufragio de los ideales de ayer, por el rumbo materialista de la historia…

Si al menos esta obra gruesa y exigente hubiera visto la luz en vida del autor, éste hubiera tenido el consuelo de saber que algún eco alcanzaba tan valiente empeño de afrontar una novela social con técnica innovadora, libre de viejos dogmatismos estéticos. Aunque también es verdad que a lo peor habría sumado frustración a su amargura porque no parece que un libro semejante, que exige tiempo, disposición y esfuerzo grandes, vaya a lograr no ya la resonancia, sino ni siquiera la atención que en justicia merece.

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Ficha técnica

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