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El dedo y la luna

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«Cuando el sabio apunta a la luna, el bobo le mira el dedo». Un antiguo proverbio chino que, en mi opinión, resume estupendamente la actitud de los Amigos de China. Xi Jinping apunta a algo y ellos se creen que el dedo que acusa a los corruptos es lo que importa. En efecto, el presidente chino ha convertido la lucha contra la corrupción en el seno del Partido Comunista Chino (PCC) en el objetivo central de su programa político. Es innegable. Pero que sus designios se reduzcan a ello es más que dudoso. Hace poco, un analista de Transparency International dejaba caer que, pese a que la campaña anticorrupción se puso en marcha a principios de 2013, en los dos últimos años China ha pasado de la posición 80 a la 100 en el índice de corrupción global de esa ONG y, aún peor, en uno solo (2014) ha bajado cuatro puntos en su índice particular de corrupción, pasando de cuarenta puntos sobre cien en 2013 a treinta y seis en 2014, con una velocidad vertiginosa sólo superada por Turquía en el último año.

La campaña contra la corrupción no es ficticia. Desde que llegó al poder Xi Jinping, se estima que más de cien mil cuadros del PCC, contando tigres y moscas, han recibido sanciones disciplinarias. No pasa semana sin que la Comisión Central de Inspección Disciplinaria (CCDI por sus siglas en inglés) anuncie cargos contra algún miembro relevante del neomandarinato,. Sólo el pasado mes de agosto, la CCDI investigó 691 casos de altos funcionarios. Una de las últimas piezas cobradas era otro tigre alfa. Según The South China Morning Post, un diario de Hong Kong con excelente información sobre lo que sucede en China continental, Su Rong, el nuevo proscrito, era vicepresidente de la Conferencia Política Consultiva de China Popular, algo así como el Consejo de Estado español. La acusación en su contra recogía los cargos habituales, pero la información de la CCDI contenía más detalles de los habituales. Su habría vendido cargos oficiales y favorecido a sus familiares con ventajas derivadas de su puesto político. A Yu Lifang, su esposa, le había proporcionado un momio Mao Xiaofeng, el presidente de la banca Minsheng, recientemente sometido también a un proceso secreto (shuanggui). Junto con el recientemente incriminado Zhou Yongkang, Su es, por ahora, el acusado de mayor rango político caído en desgracia.

La onda expansiva de la campaña anticorrupción ha traído consigo serias repercusiones económicas. Los primeros en sentir el apretón de las clavijas fueron los sectores de la vida alegre y del ocio en general. Del cierre masivo de casas de masaje y otros centros de prostitución en la provincia de Guangdong a comienzos de 2014 se pasó a la caída en picado de la ocupación en restaurantes de lujo, hoteles de cinco estrellas y karaokes de alto copete. Inmediatamente después notaron su efecto las marcas más celebradas de ropa, relojes, maletas, productos de belleza, cámaras fotográficas y demás. Las ventas globales de coñac, por ejemplo, cayeron entre 2013 y 2014 (un 6,7% en volumen y un 10,2% en valor) y las bodegas francesas apuntaron a la campaña anticorrupcion en China. También se quejaban de menores ventas los productores locales de baiju (aguardientes diversos) y los importadores de vinos de calidad. Siguieron los campos de golf y los clubes privados.

La única excepción en el consumo de lujo proviene de las marcas caras de ropa interior. La ventas chinas de La Perla, una compañía italiana, crecieron un 42% en 2014 pese a que cobra trescientos dólares por un sostén y sólo un poco menos por otras fruslerías íntimas. Recuérdese que uno de los deportes favoritos de los tigres es el adulterio. La Perla ha abierto una tienda para hombres en Shanghái, con calzoncillos de seda a doscientos dólares y batas de casa, también de seda, a tres mil. Gracias a la CCDI, en China el consumo ostentoso tiene que quedarse en casa.

En los casinos de Macao, los ingresos han caído en picado durante los últimos ocho meses. A lo largo de 2014 experimentaron su primer año negativo desde 2002, con una bajada del 2,6% y muchas compañías han detenido sus planes de expansión. Hasta la cerveza, la bebida favorita de los chinos, vio caer su producción un uno por ciento en 2014.

Un conjunto de anécdotas acaba por crear una tendencia. Algunos economistas estiman que, en 2014, la campaña anticorrupción puede haber recortado el PIB chino en un uno por ciento. Cuando ochenta y cinco millones de consumidores acostumbrados al lujo (el número de miembros del PCC) reducen bruscamente su consumo, el impacto resulta notable. Pero lo que preocupa a los dirigentes son sus repercusiones sobre la moral de la burocracia. El miedo a caer en desgracia parece haber llevado la parálisis a sus actividades diarias: «Nadie quiere hacer nada», declaraba a The Washington Post un funcionario de la capital. «Si trabajamos, nos exponemos a toda clase de riesgos […] y carecemos de incentivos financieros».

Al Gobierno, esa resistencia pasiva le causa seria preocupación y la prensa oficial advierte que tan peligrosas son las moscas como los tigres. El pasado 9 de febrero, Li Keqiang, el primer ministro, decía en un discurso ante una Comisión contra la Corrupción que los funcionarios deberían ser diligentes en el cumplimiento de las directivas del mando: «Los funcionarios perezosos […] que no hacen la menor contribución a la gobernación tienen que ser duramente castigados, mientras que los diligentes se verán premiados». Se puede ser mosca por acción y por omisión.

Para contener la tendencia, los dirigentes han anunciado la primera subida salarial en ocho años para los funcionarios. El salario base de un ministro o equivalente pasará de 7.020 yuanes mensuales (1.130 dólares) a 11.385 (1.833 dólares) y el de los escalones bajos de 630 yuanes (102 dólares) a 1.320 (212 dólares). Con esta subida, los sueldos del sector público seguirán por debajo de los del privado, algo que antes no preocupaba demasiado a los burócratas, porque sabían cómo encontrar jugosos complementos de sueldo. Pero ¿qué representa la subida, incluso al máximo nivel, cuando cenar en Utsusemi cuesta unos 425 dólares por persona? (Utsusemi es el restaurante japonés donde andaban de cuchipanda con cargo al presupuesto varios concejales de Shanghái la noche del pasado 31 de diciembre, cuando en una estampida del público que festejaba el nuevo año a dos pasos de allí, en el Bund, murieron treinta y seis personas). Los dólares mensuales extra de la subida son una bagatela en comparación con lo que puede obtenerse engrasando el expediente de un bloque de viviendas o un centro comercial. No dan ni para regalar ropa interior de La Perla a taitai (la esposa) o a xiao laopo (la amante).

Como es lógico, aparte de la pasividad, la campaña anticorrupción impulsa otros mecanismos de defensa, como rumores incontrolados y extorsión. Hace poco, Global Times, un diario oficialista en inglés, advertía contra «la obsesión de la opinión pública por los detalles salaces» que lleva a los medios a circular informaciones exageradas o falsas y recomendaba dar solamente crédito a la información de la CCDI. Por su parte, rivales políticos, subalternos insatisfechos, contratistas precavidos, amantes despechadas y otros descontentos se dedican a poner trampas secretas para chantajear a los cuadros del Partido o labrar su desgracia. Las cámaras ocultas han proliferado en hoteles, restaurantes, clubes y karaokes de postín. A Liang Wenyong, el secretario del PCC en Gushanzi, provincia de Hebei, un subordinado irascible lo grabó en vídeo mientras embuchaba mariscos, trasegaba maotai (uno de los aguardientes más caros) y fumaba un Lesser Panda tras otro. Una cajetilla de Lesser Panda puede costar cien dólares. Cuando no tenía la boca llena, Liang bromeaba sobre la estupidez de los contribuyentes chinos y sus jefes no lo vieron bien.

Solamente los Amigos de China pueden creer que los castigos vayan a acabar con la corrupción cuando es el sistema entero lo que descansa sobre ella y los incentivos para mantenerla son tan tentadores. Los dirigentes, por su parte, están al cabo de la calle. ¿De dónde, pues, su empecinamiento? Los medios chinos repiten hasta la saciedad que la campaña va a continuar durante mucho tiempo y la CCDI anuncia cada poco nuevos objetivos: hoy las empresas estatales, mañana la banca, al otro las universidades y los medios artísticos. Como decía La Codorniz: tiemble después de haber reído.

La hipótesis más clemente defiende que la campaña hará que el PCC recobre la legitimidad perdida. Los medios oficiales, por ejemplo, suelen hacerse eco periódicamente de la satisfacción popular y, recientemente, el Diario de la Juventud China, órgano oficial de la Liga de la Juventud Comunista, recogía una encuesta de manufactura casera donde un 70% de la muestra estaba satisfecha con la campaña y un 82,3% creía que aún le quedaban muchos escollos que sortear.

Otros pensamos que las razones de fondo son más y más importantes. Sin duda, sólo un círculo muy restringido sabe lo que se cuece en Zhongnanhai, la ciudadela del poder central, así que lo que sigue es pura especulación basada en indicios pasablemente solventes. Cuando se husmea bajo la hojarasca de las detenciones aisladas, poco a poco se dibujan tendencias de conjunto y uno tiene la impresión de que en China hay una feroz lucha de facciones.

El 11 de febrero pasado, el Diario del Pueblo, órgano oficial del PCC, reprendía a quienes piensan que la campaña anticorrupción es «superficial, confusa y malintencionada o la creen exagerada» y animaba a no bajar la guardia, porque los tigres perseguidos «no son mansos, sino resueltos y decididos». También advertía contra quienes tratan de desacreditarla «so capa de proteger la imagen del Partido». Por su parte, Xi Jinping avisaba a finales de diciembre de que «bajo ningún concepto» se tolerará la formación de facciones. A los pocos días (5 de enero), la agencia oficial Xinhua daba el paso poco frecuente de nombrar a varios dirigentes ligados a Zhou Yongkang y a Ling Jihua (Ling fue durante años el hombre de confianza de Hu Jintao, el antecesor de Xi Jinping en la secretaría del PCC y está bajo investigación de la CCDI) en las llamadas bandas «de Shanxi», «del secretario» y «del petróleo». Anteriormente sabíamos de los lazos entre el condenado Bo Xilai y Zhou Yongkang, y que ambos mantenían buenas relaciones con algunos sectores del ejército. Al recién caído Su Rong, a quien me refería al comienzo, lo acusan de pertenecer a la banda de Shanxi. El 15 de enero, Xi Jinping remachaba en un discurso ante cuadros del PCC la necesidad de pensar y actuar de acuerdo con las directivas de los dirigentes y advertía contra cualquier actividad organizada fuera del Partido. Lo que está en juego es quién se hará con el control total del poder en el PCC y decidirá la política en China. La dirección colegiada de los últimos años se tambalea y el culto al nuevo secretario general del Partido reverdece.

Decididamente, el dedo de Xi apunta a la luna.

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