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La pluma de Beatriz

EL COMPLOT DE LOS ROMÁNTICOS

Carmen Boullosa

Siruela, Madrid

264 pp.

18,90 €

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Renovar el viejo mundo escribió — Walter Benjamin en «Desembalo mi biblioteca», ése es el impulso más profundo que anima el deseo del coleccionista». En El complot de los Románticos (Premio de Novela Café Gijón 2008), Carmen Boullosa lanza al ruedo su omnívora bibliofilia y emprende una revisión irónica y personal de esa colección sostenida en el tiempo y destilada por las políticas culturales hegemónicas que suele llamarse, con énfasis en el artículo definido, el canon literario. Boullosa imagina un simposio anual de escritores muertos que, constituidos en asamblea en la ciudad de Nueva York, buscan entre los papeles de sus semejantes un inédito para premiar, laurel que habrá de sumarse a la corona triunfal que da acceso a todo miembro del restringido pero populoso congreso «El Parnaso». Ningún literato vivo, ultimus inter pares, cuenta para la obtención de estos galardones, pero aquel cuyo aliento artístico desfallezca sin remedio tiene la posibilidad de presidir la convocatoria y codearse con sus figuras. En esta oportunidad el cargo burocrático recae en una ignota escritora mexicana («No existo. Google no reconoce mi nombre»), álter ego de la autora que, siguiendo la consigna de Rimbaud, desmembrará y duplicará su identidad a lo largo del texto en numerosas otras, y muchas más. Ante la eventual realización del encuentro en una sede hispanoparlante, se organiza un viaje exploratorio en el que, a falta de Virgilio, la presidenta latinoamericana, junto con una poeta yanqui –su viva némesis–, habrá de ciceronear a Dante Alighieri por los túneles de Nueva York, el desierto de México y las calles de Madrid.

La travesía de este trío impar se torna pronto un viaje mágico y misterioso donde Boullosa, experta bucanera, aborda la tradición literaria con desenfado y agita las aguas del «mar en sí» de sor Juana, imagen de la promesa de aventuras infinitas cifrada en todo umbral. Los paisajes americanos, por su parte, son escenario de la introducción de Dante a la modernidad. La compañía femenina educa al maestro aficionado a los mentores y le brinda todo tipo de explicaciones sociohistóricas a través de un sistema de analogías no siempre feliz. El rol del poeta stilnovista, sin embargo, no es sólo anecdótico. Boullosa homenajea el trabajo de Dante con la cultura popular de su época y el uso innovador del dialecto florentino y hace lo propio con el actual imaginario globalizado y las variantes léxicas del español. En este sentido, El complot de los Románticos, «novela loca, cabaretera, pop», según su progenitora, despliega en el tiempo y en el espacio aquello que el aleph borgeano –otra célebre reescritura dantesca– condensaba y filtraba con pudor y prejuicio modernistas.

El relato del viaje se ve interrumpido sin cesar por la intrusión de distintas voces narrativas que pretenden arrogarse la autoría del texto (o desatender sus funciones) y decidir sobre las alternativas de la ficción. Las interpolaciones, bajo el velo del azar o del capricho, responden a una reivindicación feminista. Rosita Alvírez, Rosario Castellanos, Elena Garro y Dolores Veintimilla son las escritoras olvidadas o ensombrecidas que, como en una carrera de postas, se pasan de mano en mano el testimonio y la narración. Se reedita aquí el tópico del autor como personaje y viceversa que Boullosa supo esgrimir en la pintora renacentista Sofonisba Anguissola de La virgen y el violín (2008) y en las peripecias cervantinas de María en La otra mano de Lepanto (2005).

Boullosa ofrece una visión crítica del carácter institucional de la literatura y de sus instancias de legitimación. La novela se escribe, con conocimiento de causa, a contrapelo (pero con cepillo de suaves cerdas) de los dos sistemas de restricción imperantes. Por un lado, invoca a los géneros y sus pautas para desbordarlos y desentenderse de toda adecuación a un verosímil realista. Subraya, por otro, los límites etnocéntricos de la «universalidad» del canon dada la escasa representación latinoamericana en «El Parnaso». El complot de los Románticos realiza, pues, una operación de desacralización de los consagrados. Abre el canon en un gesto que, contra el borrado de diferencias que provoca la monumentalización de obras y autores, apuesta a revivir las pasiones y las señas particulares de sus integrantes. A diferencia de los seres aquejados por el «mal de Montano» que Enrique Vila-Matas, ilustre poblador de citas, apila en sus libros, los maquinadores del complot de Boullosa no son conjurados afectos a la acedia, sino paladines del vitalismo.

Este «hilarante juego metaliterario acerca de la figura del autor», como resumió la novela el jurado del concurso, no es un mero entretenimiento de salón ni una fantasía celebratoria de la autonomía de su campo. En este Parnaso no hay Paraíso: la violencia invade los anaqueles, tiñe el relato y confronta a los personajes con el presente mediante referencias a los horrores del mundo, sobre todo del ámbito mexicano, como los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez y las masacres indígenas en Acteal, o las migraciones forzadas de los que, sin billete, se suben al «tren de la muerte» para ir en busca de los restos del sueño americano.

«Como ocurre muchas veces en la literatura –sostiene Boullosa en “La falda de Minerva”–, la ruta a trazar entre dos puntos es la que exige un trayecto desviado». En efecto, para ir de una región a otra del primer mundo, del metro neoyorquino a un teatro español, se pasa por México y se cruzan las más diversas fronteras. La novela, en suma, confirma la hipótesis del ensayo y transforma los desvíos narrativos «impertinentes» en núcleos móviles y efímeros a la espera de nuevas digresiones. La trama misma se confabula y se disemina en fragmentos en pugna que, como el cadáver disgregado de la poeta ecuatoriana Veintimilla, víctima de la incomprensión social, se vuelven más fértiles mientras más se atomizan.
 

El complot de los Románticos es un canto amoroso –más bien un popurrí– al proceso de escritura y al acto de fabular. La pulsión verbal de Carmen Boullosa la erige en una Beatriz Portinari del nuevo mundo que, lejos de dejarse embalsamar como objeto de idealización, prefiere, pluma en mano, tomar el cielo por asalto y contarnos otra historia.

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Ficha técnica

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