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Dos dispares biografías africanas

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Esta es una narración por entregas. El hemisferio doliente es aquel en el que habitan los más desfavorecidos de este planeta. El narrador cuenta como conoció a Sara en Madrid y  quedó prendado de ella, justo antes de que esta se adentrara en el mencionado hemisferio y él se marchara a una universidad americana. En sucesivos episodios el uno y la otra se irán enfrentando a distintos aspectos de la difícil relación de los afortunados con los que no lo son.

En los capítulos anteriores. He relatado la incorporación de Sara a la clínica callejera del Dr. K. en Calcuta y mi llegada a la Universidad de Minnesota en Saint Paul, así como mi primera experiencia en los campos experimentales de dicha universidad. Me alojo en el apartamento de dos compañeros africanos que se convertirán en mis mentores.

En el trabajo diario, fue la solidez de Selassie la que me sirvió de amparo. Selassie, que no participaba en las cooperativas de estudio y otras pillerías urdidas por Kaboré, siempre estaba en casa por las tardes, mientras que este último solía andar enredado en su intensa vida social. Davies había reclutado a Selassie cuando estaba a punto de graduarse en el Alemaya College. Había viajado a África para hacer una colección de semillas de sorgos etíopes y había diseñado unas siembras experimentales para comparar in situ las distintas variedades locales. En los campos del Alemaya College había plantado varias parcelas y necesitaba un ayudante que se las cuidara.

Por recomendación del profesor de Mejora Vegetal, Selassie fue el alumno elegido para dicho menester. Congeniaron desde el principio y Davies se dio cuenta enseguida de que podía confiarle el cuidado de los experimentos y la toma de datos. Esta colaboración supuso para Selassie la oportunidad de iniciar el estudio de la planta básica de su cultura y de su vida, el grano nutricio que su madre se había afanado en cultivar, año tras año, en lucha constante contra la sequía y las malas hierbas, la harina con que había amasado su pan y cocido las gachas obligadas de sus desayunos, el secreto de las palomitas de algunas fiestas y el alma de su primera cerveza clandestina.

Selassie había aprendido en sus estudios que el sorgo es un grano de importancia secundaria en el mundo desarrollado, pero que en Asia, y sobre todo en África, había sido el grano básico para más de quinientos millones de personas, que dependen de unas variedades autóctonas de bajos rendimientos y sensibles a los azares del clima y la competencia de las malezas, especialmente la hierba bruja. Había leído también que esta cosecha no se había beneficiado de las mejoras conseguidas en las de otros granos, como en los casos de los maíces híbridos, los trigos semienanos y los arroces de ciclo corto, mejoras que habían supuesto una verdadera revolución verde y habían salvado las vidas de cientos de millones de personas. El sorgo era la gran cosecha olvidada de un continente olvidado y en Selassie había surgido el vehemente deseo de subsanar ese olvido flagrante. Davies le había abierto el camino y siguió allanándoselo cuando, al cabo de un año, le gestionó una beca para hacer el doctorado bajo su dirección. Por razones prácticas, Davies convenció a Selassie de que la tesis gravitara sobre el maíz a cambio de que siguiera siendo su ayudante principal en el programa de los sorgos africanos.

Lo que en Selassie era inteligencia y esfuerzo, en Kofi Kaboré era gracia, facilidad, espíritu competitivo, y lo que Selassie se había tenido que ganar a pulso a Kaboré le había venido como regalo del cielo. Pertenecía a una prominente familia católica, cuyas raíces se hundían en el poderoso imperio ashanti, una familia de la que habían surgido importantes profesionales durante el período colonial, entre los que destacó su padre, John Kaboré, quien desempeñó un papel destacado en 1957, cuando Ghana fue la primera colonia del África subsahariana que obtuvo la independencia bajo el liderazgo de Kwame Nkrumah.

John Kaboré había representado al nuevo Estado en foros internacionales, lo que le había obligado a llevarse consigo a su familia. Durante casi una década se habían ausentado del país para vivir primero en Londres y luego en Nueva York. En consecuencia, Kofi Kaboré había tenido una educación cosmopolita antes de graduarse en el Prempeh College de su Kumasi natal. A pesar de ello, su vinculación a las costumbres ancestrales de su estirpe era todavía fuerte.

En Ghana, las leyes y estructuras del nuevo Estado coexistían aún con las normas y costumbres tradicionales: la sociedad ashanti seguía organizada como una federación de estirpes matrilineales que corporativamente poseían las tierras y otros bienes, junto al derecho a ocupar determinados cargos en la corte superior. Todo estaba regido por un sistema gerontocrático, mayoritariamente femenino, que asignaba el uso de las tierras y los bosques que les correspondían y que elegía al nuevo jefe de la estirpe cuando fallecía el anterior. Eran las ancianas las que guardaban memoria de qué miembros de la estirpe eran descendientes de esclavos y, en consecuencia, no eran elegibles.

El candidato debía ser «capturado» y colocado en el santuario de la estirpe, «el taburete», después de haber sido aprobado por el consejo y, en el caso de los jefes de alto nivel, por los ancianos de todos los linajes de la confederación. Al jefe de la estirpe de Kofi Kaboré le correspondía desempeñar el cargo de lingüista, de okyeame, de encargado de traducir al lenguaje de los vivos las palabras del jefe principal, expresadas siempre en el lenguaje de los muertos, y al contrario, de hacer llegar los mensajes y demandas del vulgo al jefe, representante vivo de los antepasados.

Después de volver de sus estancias en el extranjero, John Kaboré había compaginado el puesto de lingüista jefe con un alto cargo en el servicio exterior. A su muerte, Kofi había sido elegido okeyame, a pesar de su juventud, gracias a que su brillante graduación y su popularidad deportiva le habían hecho el favorito de las ancianas. No se dejó capturar porque quería seguir sus estudios en Inglaterra; de todas formas, por tradición, el rechazo del puesto comportaba el exilio temporal de Kumasi. Fue así como acabó en Oxford, estudiando Agronomía, una especialidad que eligió sin gran convencimiento, con la vaga justificación de que en el futuro esos conocimientos podrían ser útiles en su país. De Oxford saltó a Minnesota con una beca para hacer el doctorado.

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Ficha técnica

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