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Cruzando el ecuador (I)

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Suele decirse que a los medios de comunicación no les gustan las buenas noticias. No es cierto. Sin duda, una sorpresa, un accidente o una catástrofe, mejor si es grande, ayudan a captar la atención de las audiencias más eficazmente que todo aquello que refuerza la cotidianeidad. Pero lo que cuenta no es necesariamente que la noticia sea mala, sino cómo incluir su novedad en la estructura del mundo que damos por sentado, si ayuda a comprenderlo mejor o a hacerlo más estable. Según cuentan insignes lumbreras progresistas, a la realidad la han sustituido las narraciones, así que cómo definir lo notable dependerá de la visión del mundo que el medio en cuestión tenga y cómo presienta la eventual reacción de sus audiencias. Es ésta una teoría endeble que suele darse de bruces con esa maldita realidad que se resiste a que le endilguen una camisa de fuerza, pero no deja de describir con una precisión impensadamente notable el comportamiento esperable de los medios progresistas.

Xi Jinping acaba de cruzar el ecuador de su primer mandato. Tras las largas etapas de liderazgo unipersonal de Mao y de Deng, en los años noventa el Partido Comunista de China aceptó la necesidad de un nuevo modelo de dirección consensuada y limitada en el tiempo. Jiang Zemin, que había sido designado secretario general en 1989, a raíz de la matanza de Tiananmén, institucionalizó en 1993 la regla de que él y sus sucesores en el cargo fueran también presidentes de la República y mantuvieran esos puestos durante dos períodos de cinco años. Hu Jintao los desempeñó entre 2002 y 2012 y Xi Jinping le sucedió a finales de 2012 por otro decenio que, si no hay contratiempos, acabará en 2022. En este mes de julio, pues, ha culminado sus primeros treinta meses de mandato y ha cruzado su primer ecuador particular.

La designación de Xi no sólo trajo la novedad propia de todo comienzo. Xi era además una de esas buenas noticias que los medios progresistas no se resisten a dar. Leer los elogios con que fue saludado mueve a risa hoy aún con mayor intensidad que ayer. El flamante presidente prometía un nuevo impulso para China con su panoplia de reformas y, sin esperar a la prueba del algodón, los medios progresistas le endosaron el cheque. Al cabo, Xi confirmaba su propia narración. Era, ante todo, una garantía de que China continuaría con sus espectaculares avances económicos, pero eso no era decisivo; también los descontaban otros observadores que carecían de un carnet de progreso. La novedades que los progresistas celebraban eran otras. Xi se decía dispuesto a experimentar con un nuevo modelo económico en el que el mercado desempeñaría «un papel decisivo» y a que ese cambio fuera acompañado por el imperio de la ley. Algunos sectores progresistas, los menos, podían haberse mostrado melindrosos con los orígenes del mandato comunista que provenía de una guerra civil y una abortada revolución campesina, pero a todos ellos les alborozaba la eventualidad de una transición pacífica desde el totalitarismo hacia…

¿Hacía dónde? Sin duda, la meta no estaba clara, pero eso no era óbice para que –decían– la nueva etapa resultase un paso hacia delante, es decir, fuera progresista. Lejos de mí buscar solución a su confusión. Definir lo que entienden por progreso les corresponde exclusivamente a ellos. A quienes desde hace tiempo hemos mantenido dudas sobre las posibilidades de tan imprevisible cambio en China nos basta con apuntar a la incómoda realidad, tan poco obsequiosa para con las narraciones. La distancia entre las palabras de Xi Jinping, tan regalonas para sus audiencias progresistas, y lo que sucede en China crece y crece sin cesar.

Decir que el mercado desempeñará un papel decisivo en la economía debería significar que va a aumentar la participación del consumo, es decir, de los consumidores en la renta nacional. Su proporción actual en China (36%) está muy por debajo no ya de la de los países avanzados (por ejemplo, 68,5% en Estados Unidos; 55,9% en Alemania; 54,4% en Suiza; 58,2% en España), sino de las de las otras economías emergentes con las que suele ser comparada (los BRICS: en Brasil llegaba al 62,1%; en Rusia al 51,6%; en India al 59,2% y en Sudáfrica al 61,9%, con datos de 2013). En China no están dándose pasos hacia esa meta, porque el modelo de crecimiento prima la inversión y, por añadidura, la estimula con un rápido aumento de ahorro y deuda.

Las medidas de soporte de las cotizaciones bursátiles, que habían caído casi en un tercio desde el pasado 12 de junio, no han ido encaminadas a corregir ese modelo, sino a apuntalarlo. Sin duda, en otros países se ha recurrido a medidas de urgencia para tranquilizar a los mercados en coyunturas semejantes, pero no de la forma desequilibrada que ha caracterizado a este episodio en China. Hay muchos detalles que subrayan el esfuerzo para que el endeudamiento de bancos y empresas estatales siga su curso, lo que no puede tranquilizar a futuros inversores. Por ejemplo, el pasado 17 de julio todavía se mantenía la suspensión de transacciones para 631 empresas (23% del mercado), que ha afectado sobre todo a compañías privadas y de tamaño medio.  Noticias recientes estiman que durante la fase más intensa de la retirada de los inversores a principios de julio, sólo un 3,2% de las compañías listadas en Shanghái y Shenzhen podían negociarse. Es decir, la liquidez de las inversiones desapareció y sus tenedores tuvieron que quedarse con ellas en espera de tiempos mejores, que para muchos tardarán aún en llegar.

Bajo estas condiciones de riesgo, los inversores chinos que, debidamente jaleados por el Gobierno y sus medios de comunicación, decidieron entrar al mercado con el ánimo de los apostantes en un casino de Macao, se lo pensarán dos veces antes de volver a hacerlo o, aún peor, seguirán confiando en el riesgo moral, es decir, en que el Gobierno haga cargar a los contribuyentes chinos con las eventuales pérdidas ocasionadas en las Bolsas. Por el momento, pues, Global Times, una filial en inglés del Diario del Pueblo, la voz oficial del Partido Cmunista, se cargaba involuntariamente de razón al editorializar que «la recuperación del mercado muestra que el Gobierno tiene firmemente a la economía en sus manos».

A la relativa mejoría de la Bolsa contribuyó también una oportuna estadística de crecimiento durante el primer semestre de 2015. Cabalmente, se ceñía a las expectativas gubernamentales de que la economía crecerá este año en torno al 7%. Y los datos de exportaciones durante el mes de junio también venían relativamente positivos: un crecimiento del 2,1%, medido en moneda local, sobre el mismo mes del año anterior.

La pertinacia del dato de crecimiento despertó sorpresa entre los analistas, que lo esperaban peor (6,8%), y reavivó la suspicacia en torno a la seriedad de las estadísticas chinas. En varios lugares se ha recordado el intercambio de 2007 entre Li Keqiang, el primer ministro actual, y el entonces embajador estadounidense en China, que apareció en Wikileaks en 2010. Los datos de PIB están «hechos por mano de hombre», decía Li, que le aconsejaba atender a otros indicadores, como la producción eléctrica, los fletes y los préstamos bancarios, para estimar la evolución de la economía real en China. Pero esa conversación, bien conocida, no había afectado a la credibilidad anterior de datos similares. En este caso, con razón, Global Times mantenía que las acusaciones de manipulación estadística resultaban «frívolas», aunque el diario se abstenía de invocar a Li. Otros observadores no especialmente benévolos con las estadísticas chinas creen que es posible que la economía esté realmente recuperándose.

Por lo que hace a los datos de exportaciones, su crecimiento en un momento en que el comercio internacional pierde fuerza y, al tiempo, las importaciones chinas decrecen, ha mejorado la balanza de pagos hasta 540 millardos anuales de dólares. Da la impresión, dicen algunos analistas, de que esos resultados positivos no financian más importaciones porque, lisa y llanamente, se quedan fuera del país o se devuelven al exterior. Estamos en todos estos casos ante reflexiones con un origen marcadamente coyuntural y ya se verá cuántas de ellas aciertan una vez que cambie la situación. Lo que no va a cambiar, empero, son los desequilibrios del modelo. Xi Jinping y su equipo parecen incapaces de pasar de las palabras a los hechos en lo referente al «papel determinante» del consumo y el mercado.

Otro tanto sucede con el imperio de la ley. De eso hablaremos otro día.

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Ficha técnica

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