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¿Crítica? ¿Qué crítica?

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Me gustan las polémicas culturales. Las literarias sobre todo, que suelen venir mejor escritas de casa que las otras. No son frecuentes en España, pero en estos días ha habido una notable, que aún rezuma: la crítica de Martín López-Vega a Los allanamientos, último libro de poemas de Carlos Pardo, en El Cultural de El Mundo, que ha provocado una avalancha de comentarios online a favor y en contra. Noventa y tres cuando escribo esto, muchos de ellos con respuestas múltiples.

La mayor parte de esta retahíla evitan entrar en lo importante: lo que la reseña dice del poemario. López-Vega se ciñe a lo que lee: se nota una lectura concienzuda y nadie puede negar un análisis detallado. Otra cosa es que no le ha gustado el libro; y lo dice y explica por qué. Conoce, por supuesto, la trayectoria del autor y sin duda un buen número de sus circunstancias personales, pero apenas se refiere a la primera ni utiliza en absoluto las segundas. Habría sido válido –es lícito hacerlo al reseñar un libro, pues la vida del autor puede ser parte útil del comentario–, pero no lo hace. Su crítica se centra en los poemas que lee y reseña.

La mayor parte de los lectores que hacen comentarios, sin embargo, no entienden ni respetan el criterio. Lícito sería también que no les gustara la reseña o no estuvieran de acuerdo –amable no es, desde luego– y podrían en ese caso explicar por qué, argumentarlo, rebatir las opiniones del crítico, darle caña si acaso por lo que pudiera parecerles falta de criterio o errores de juicio. Pero la mayoría de los comentarios se van inmediatamente a ese terreno personal en el que López-Vega no entraba:

Qué mal genio tiene este tipo. ¿Le caerá mal el autor?

Crítica más propia de un amante despechado y vulgar que de un crítico literario. Si fuera paloma iría ahora mismito a cagarme en tu monumento.

Falta de respeto a los lectores de Carlos Pardo. Este blog no debería tolerar tanta inquina.

Cachorro de García Montero, del que, por cierto, dirigió su exitosa [sic] campaña a la comunidad de Madrid […].  Así funciona esta mafia, supongo.

Los visorcitos y alrededores sois encantadores. A fusilar al que ponga un pero (¡si la crítica tiene mil elogios!) a uno de la manada, pero, por supuesto, «Chus Visor tiene derecho a decir lo que quiera». Este blog rezuma independencia y los comentarios, fachismo izquierdoso.

¿Son estos de verdad los argumentos con que rebatir una crítica literaria? ¿Si el reseñista le tiene o no tiña al reseñado, si se han conocido, peleado, quitado la novia uno al otro, criticado libros anteriores, discutido de fútbol? ¿Si ha hecho campaña política por un amigo? ¿Es necesaria la respuesta ad hominem o el recurso torpe de acusar al crítico de agredir al conjunto de lectores del autor reseñado? Nada de eso debería interesarnos en este caso, nada en la crítica de López-Vega da pie a meterse en esos jardines. Y, sin embargo, es ahí donde se dirime la mayor parte de la discusión.

No quiero entrar ahora en lo que tiene que ver con los tiempos que vivimos: la iracundia con que se expresa la gente aprovechando las redes sociales y el anonimato cobarde que fomentan y protegen. La conexión absoluta, de todos y a todas horas, y la posibilidad de opinar lo que se quiera sobre cualquier cosa saca lo peor de nuestras sociedades. Excepto alguno que firma con su nombre (el poeta Juan Antonio Bernier, que se lanza adarga en ristre a defender a su amigo Pardo, sin entender tampoco que no es cuestión de personalismo y amistades, ni contradecir o demostrar argumento alguno de López-Vega), los comentarios van todos firmados con seudónimos. Hasta puede que alguien piense que tras todos ellos se esconden los propios Martín López-Vega y Carlos Pardo en algo a medias entre juego à la Sophie Calle y ridículo postureo.

Sí me interesa, en cambio, cómo esta retahíla de comentarios da cuenta de la falta de tradición española de verdadera crítica literaria (y de otros aspectos de la creación), aquélla donde el crítico entra en profundidad en lo que reseña, dice lo que le gusta o no le gusta y explica por qué. En nuestra tradición confundimos crítica con reseña o recensión. Puede contener muchos aspectos una reseña, enfocarse desde muchos puntos de vista: resumir lo leído, relacionar la obra con la trayectoria de su autor, situarla en la historia de la literatura y buscar intertextualidades, poner su contenido en contexto histórico, analizar el estilo (hay reseñistas a los que les gusta revelar erratas y faltas de sintaxis u ortografía, quizá para demostrar –supuestamente– que han leído el libro). Lo que no es poco, desde luego, y es aportación fundamental para que se mueva la maquinaria literaria: cómo saber si no qué se publica, cómo estar enterado de las novedades. Hay muy buenos críticos en nuestros suplementos culturales que hacen muy bien todo eso.

Pero a mí me parece que hay dos elementos fundamentales en el salto de la reseña a la verdadera crítica. Por una parte, la profundidad del análisis y la voluntad del autor de emitir un juicio de valor sobre esa combinación de contenido y factura que componen la novela, el poemario, el ensayo: la obra de creación, en definitiva, de que se ocupa. Esa voluntad supone, desde luego, la disposición a decir lo que no ha gustado, señalar lo negativo, denostar si hace falta, y hasta «cargarse» o «destrozar» un libro.

Es esa la crítica que no ha florecido de manera suficiente en nuestros suplementos culturales (en los diarios, ni hablemos). Ahora, por ejemplo, hay más en Babelia bajo la dirección de Berna González Harbour (aunque acaba de ser relevada de su puesto): he leído últimamente algunas reseñas duras con el libro que tratan, aunque confío en que no cuesten el puesto al crítico, como le sucedió en este mismo suplemento hace unos años a Ignacio Echevarría.

Pero con esto no basta. La crítica verdadera no lo es sólo por su contenido, la capacidad de análisis, el buen criterio (el juicio crítico) y la disposición a verter comentarios negativos si hace falta, sino también por quién la hace. Tan importante es el quién como el qué. Ese juicio de valor es personal, implica por completo al crítico, que basa el peso y la relevancia de su opinión en su prestigio y construye éste, a su vez, sobre su honestidad y coherencia de criterio. La reseña crítica, para ser válida, ética y útil debe tener como elementos clave la coherencia, la continuidad y la independencia del crítico.

Recensiones y reseñas pueden encargarse. No digo que al primero que pase por ahí, pero casi. Revistas y suplementos hechos a partir de reseñas hay muchos; mejores y peores, pero muchos. No es difícil hacerlas, y ya digo que hay muchas maneras de enfocarlas y de salir, por tanto, airoso.

Ahora bien, si la publicación puede encargar la lectura y reseña de un libro (una exposición, una obra dramática, un concierto…) a un crítico o a otro, o aceptar la que venga de un espontáneo mejor o peor intencionado, la parcialidad se vuelve cuestionable, podrá cuestionarse si la elección se ha hecho bien o no se habrá encargado a alguien demasiado cercano al autor, o, por el contrario, con particular animadversión, a alguien que le debe algo o que se la tiene jurada, a un poeta cómplice o de la corriente opuesta… Si a un poeta de la experiencia se le encarga reseñar el poemario de un compañero de estilo podrán invocarse afinidades previas y gritar «¡Tongo!» Si se le pide, en cambio, la de un libro de José Ángel Valente, Clara Janés o Andrés Sánchez Robayna, podrá alegarse tal vez persecución.

La crítica, por benévola o dura que sea, es éticamente válida y defendible cuando el crítico es alguien con prestigio reconocido en su materia y suficiente conocimiento de lo que habla; mantiene una permanencia constante en su puesto, o al menos en su línea de trabajo; es él mismo quien escoge qué reseña y con qué criterio enfoca su análisis; y tiene voluntad canónica, es decir, de cubrir la mayor parte posible de lo que sucede en su «circunscripción». The New Yorker, en los tiempos de Bill Shawn, mantuvo durante años a George Steiner para libros, Pauline Kael para cine, Whitney Balliett en jazz, Kenneth Tynan en teatro. Eduardo Haro Tecglen ha escrito de teatro durante varios lustros en El País y ahora lo hace magistralmente Marcos Ordóñez, como Roger Salas de danza. Esta Revista de libros tiene nada menos que a Luis Fernández-Galiano en arquitectura, Mercedes Monmany para literatura francesa e italiana, Carlos García Gual para clásicos, Luis Gago para música…

Mario Vargas Llosa o Antonio Muñoz Molina, en cambio, publican con frecuencia excelentes artículos sobre libros que han leído (Muñoz Molina también sobre exposiciones que ha visto). Son buenos lectores, sobra decirlo, y con gran criterio, por lo que sus artículos son notables, y sus recomendaciones, útiles y acertadas. Pero no es crítica lo que hacen, ni mucho menos, porque no hay esa continuidad y esa voluntad de abarcar.

La coherencia y continuidad de una línea crítica y la independencia en la selección actúan como un cuchillo de dos filos: por una parte, imponen respeto hacia lo escrito y evitan suspicacias: ¿por qué se le pidió a uno y no a otro? Aquí no caben dudas: quien se encargaba de cine en The New Yorker era Kael. Podrían gustar o no sus críticas, a menudo distantes de la opinión generalizada, pero ni el propio Shawn podía cambiarle una coma, ni siquiera cuando destrozó Badlands, de su amigo Terrence Malick. Podrá gustar o no la opinión de Carlos Boyero sobre el cine español o determinado cine de autor, pero ya se sabe cuál es: podría uno, en todo caso, culpar a su periódico por tenerlo, pero no por encargarle una reseña.

La crítica comparte la naturaleza del ensayo. El ensayo no dice «Esto es así»; dice «Yo esto lo veo así». Puede estarse por ello en desacuerdo, pero no cabe, en puridad, hablar de equivocación. Lo mismo pasa con la crítica: ¿estaba equivocada Kael si no le gustó Badlands, está equivocado Boyero si no le gusta una película española, lo está López-Vega si no le ha gustado el libro de Pardo? El crítico dice «Esto es lo que a mí me ha parecido», y su opinión importa en tanto que es la suya. Por eso la lectura de una crítica nos dice a menudo tanto del crítico como del reseñado. Y por eso nos interesa al cabo de los años leer una recopilación de reseñas de George Steiner, por ejemplo.

A cambio, permiten amortiguar el golpe: ya se sabe cómo es Pauline Kael, todos sabemos que a Boyero no le gusta Béla Tarr, era de esperar una crítica mala, no se acaba el mundo, otros pensarán de otra manera, hay críticos que sí entienden este tipo de cine, de novela, de poesía…

Independencia de juicio, permanencia, seriedad y coherencia de criterio, capacidad de elegir y voluntad canónica hacen, en definitiva, la verdadera crítica. Y la reseña que nos ocupa cumple con todo ello: Martín López-Vega mantiene su blog desde hace tiempo y de manera sistemática va repasando todo lo que se publica en el panorama español de la poesía, de unos y otros. Su carácter es conocido en el medio, sus filias y fobias, su manera de analizar o escribir. La reseña sobre Pardo está bien expuesta. A quien no le guste puede pensar que Lopez-Vega no es buen crítico o le falta criterio, rebatir sus argumentos o dejar de leerlo, pero no entrar a insultar o a escarbar si reseñista y reseñado se pelearon alguna vez en un after-hours o votan a partidos contrarios.

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