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Ciudad de ángeles (I)

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De vuelta a Saigón tras un rápido e inesperado fin de semana en Bangkok. Me pasa con Bangkok lo que pasaba con París cuando vivía de joven en Madrid, y con Buenos Aires años más tarde siempre que llegaba allí desde Santiago de Chile. Piso Bangkok y me siento, por fin, en la capital. No comparto el entusiasmo ecologista por la Pacha Mama porque la naturaleza rebosa hormigas, mosquitos y otros bichos desagradables, y la sabiduría campesina me aburre. Me gustan las megalópolis, cuanto más grandes y modernas, mejor. Lamentablemente, aún no he podido llegarme a Chongqing, que, con sus cerca de treinta millones de habitantes, promete. Pero todo se andará. En la capital siempre hay aire acondicionado e Internet inalámbrico y mucha gente con sus millones de historias. Será por eso que, en cuanto puede, la gente del campo lía el petate y se manda mudar. O no. Me es igual. Lo que a mí me gusta es estar en la capital. Y Bangkok, en estos días, está estupenda, entre otras cosas, porque la economía de Tailandia es la que mejor funciona en el sudeste asiático.

Salgo de mi hotel en uno de los soi cercanos a la encrucijada de Asok y me chistan desde la acera de enfrente. Hay un grupo de mujeres que ofrece sus servicios a la puerta de una casa de masajes. A su lado hay otra y, más allá, otra. Por curiosidad, cuento todas las que veo en los doscientos metros que me faltan hasta llegar a Sukhumvit, la gran avenida Este-Oeste que recorre y organiza el centro de la ciudad. Son ocho. En la puerta de cada una de ellas hay unas siete u ocho masajistas uniformadas con lo que quiere ser un traje tradicional, distinto en cada uno de los establecimientos. En total, calculo que emplean a unas sesenta mujeres. En euros, los precios anunciados son ridículos. Tal vez ofrezcan servicios adicionales por los que cobren una cantidad extra, pero no se entiende bien el modelo de negocio. Es difícil que haya tanta demanda de masajes, especialmente cuando la competencia es intensísima. Pero la calle de mi hotel no es ni mucho menos la única que cuenta con varias casas de masajes. Las masajistas no pueden ganar mucho dinero.

Son las cinco de la tarde y, por la acera de mi lado, de unas obras que presagian otro de esos rascacielos rutilantes que ocupan el centro de Bangkok, salen en tropel decenas de trabajadores y trabajadoras de la construcción. Les esperan unas camionetas no muy grandes a las que suben, apretados como las proverbiales sardinas en banasta, hasta no dejar un solo hueco en la plataforma de la carga. Algunos de ellos tienen que conformarse con un lugar en el parachoques posterior. Las masajistas, por su parte, no les chistan.

Sin embargo, unas y otros contribuyen, seguramente sin saberlo, al éxito de la economía tailandesa. Hace unos días, el Instituto de Desarrollo Económico y Social anunciaba que el PIB había crecido un 18,9% en el último trimestre de 2012 en comparación con el de 2011. El salto hay que tomarlo en su dimensión justa porque el último trimestre de 2011 fue catastrófico por las inundaciones que paralizaron muchas industrias en el cinturón de Bangkok. Recuerdo haber llegado unos días después y muchas de las tiendas del área central seguían protegiendo sus entradas con sacos terreros. En cualquier caso, 2012 no ha sido un mal año. Trimestre sobre trimestre, el cuarto muestra un crecimiento del 3,6% sobre el tercero. No es sorprendente que el capital extranjero vuelva a fluir, ni que la moneda nacional, el baht, no haga sino revalorizarse respecto al dólar y al euro. En resumen, con unos 646 millardos de dólares (PPP, es decir, según el poder de compra de la moneda local) de PIB estimados para 2012, Tailandia se convertirá en la economía mundial número veinticinco, según el almanaque de la CIA estadounidense. No está nada mal tan solo quince años después de la crisis financiera de 1997, que asestó un golpe durísimo a su economía.

¿Cómo contribuyen las masajistas, los de la construcción, las chicas de los bares de alterne, sus colegas del cinturón industrial y de los pequeños servicios a esos buenos resultados? Tailandia está experimentando una transición similar a la de otros países en desarrollo. En 1980, la agricultura empleaba al 70% de la población, hoy sólo a un 40%. Sigue siendo una cifra alta en comparación con la de otros países emergentes, pero la tasa de urbanización crece al 1,8% y su destino principal es la capital, Bangkok, con sus 8,3 millones de habitantes en 2010, 14,6 contando el área metropolitana. La mayor parte de esos recién llegados proceden del campo, tienen escasa formación y ganan bajos salarios, empujando la competitividad en una economía orientada hacia la exportación (cerca de dos tercios del PIB). Pero la vida urbana, por dura que sea, ofrece mucho más que la del pueblo. Poco a poco, la pleamar capitalista empuja hacia arriba a todos los barcos. El éxito de los grandes centros comerciales como Paragon, cerca de la plaza Siam, o Emporium, en Phrom Phong, con sus tiendas carísimas, no debe hacer pensar que los únicos consumidores son el 1% local o los turistas extranjeros. Basta con darse una vuelta por áreas menos conocidas por los forasteros, como Lat Phrao, Ari u On Nut para ver que a los gigantescos almacenes Central o a los supermercados Tesco que brotan en todos ellos como los hongos concurren clientes que están bastantes escalones más abajo en la pirámide de rentas.

Estos procesos están cambiando la vida política de Tailandia, un país donde la democracia ha sido tradicionalmente una representación. El sistema político se movía en un doble plano. Ante el público se presentaba como una democracia parlamentaria, pero en la realidad era tan solo una democracia ceremonial donde los políticos tenían escaso poder. Las elites militares, burocráticas y empresariales eran, y aún son, los verdaderos dueños del poder y, durante años, la democracia aguantaba hasta que se ponían en cuestión, siquiera mínimamente, sus intereses. Los enfrentamientos de 2008 y 2009 desembocaron en una fortísima crisis política en 2010 y acabaron con una violenta confrontación entre la policía, apoyada por los militares, y los camisas rojas partidarios del anterior primer ministro, Thaksin Sinawatra. Hubo un total de ochenta y cinco muertos y unos mil trescientos heridos y hubo momentos, especialmente cuando el ejército dudaba de seguir adelante con la represión, en que algunos medios evocaron la posibilidad de una guerra civil.

A Thaksin se le acusaba de populista, pero una buena parte de sus seguidores no pedían más que la democratización del proceso político y una mínima red de servicios asistenciales. «Sólo queremos democracia», rezaba la gran pancarta colocada encima de la tribuna de oradores que ocupaba la calle cerca de la plaza Siam. Y quienes tuvimos la oportunidad de pasar varias veces por allí durante aquellas semanas, podíamos ver que las familias de clase media con sus hijos pequeños, los jubilados, los jóvenes y hasta las chicas de Nana Plaza y de Patpong que se juntaban a los ocupantes si esa noche no habían encontrado un cliente, estaban todos ellos dispuestos a que se les tomase en serio. Las elecciones de 2011 dieron una clara mayoría al nuevo gobierno de Yingluck Sinawatra, la hermana menor de Thaksin. Igual que le economía, poco a poco, el proceso político parece estar encauzándose hacia una lenta democratización, aunque todavía el consenso para no recurrir a la violencia sigue siendo frágil.

Nadie sabe decir con exactitud de dónde viene el nombre de Bangkok. Pero la ciudad tiene un nombre ceremonial que le dieron los reyes Rama III (Nangklao) y Rama IV (Monkut), de la actual dinastía Chakri. «Ciudad de ángeles, gran ciudad de los inmortales, ciudad magnífica de las nueve gemas, sede de reyes, ciudad de palacios reales, morada de los dioses encarnados, erigida por Visvakarman a requerimiento de Indra». Los gente local debe pensar que esas dos encarnaciones de Rama se pasaron varios pueblos con sus ditirambos y se conforma con llamarla Krung Thep, o ciudad de ángeles.

Por el momento, no dejan de tener razón.

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Ficha técnica

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