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Carpaccio como maestro

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Me han regalado un libro de Vittore Carpaccio, el pintor veneciano del Renacimiento. Lo he abierto y he visto páginas y páginas de reproducciones de cuadros llenos de torres y de vírgenes y de columnas blancas y de montañas llenas de ángeles. Nunca había visto tantos cuadros de Carpaccio juntos. Ni siquiera sabía que hubiera pintado tanto. Es realmente asombroso.

Hay muchos detalles en Carpaccio. Muchos edificios y habitaciones, y las habitaciones están llenas de cosas, de objetos, y también de flores, de animales, de muebles, y de personas, hombres y mujeres que aparecen por todas partes, sentados en el suelo, mirando por la ventana, colocando unos lirios en un vaso, sentados en una silla mientras otros leen, comen o duermen, o bien durmiendo mientras otros leen o conversan. ¿Vivirían realmente así en esa época, haciendo toda clase de cosas al mismo tiempo? Yo no sé si podría dormir en una habitación en la que hay personas leyendo, en la que hay perros y pájaros, en la que hay ventanas abiertas por las que se ve a gente pasando a caballo en medio de campos salpicados de margaritas y amapolas, corzos saltando en los montes y galeones atracando en el puerto. Demasiadas cosas. Ventanas abiertas, y por todas las ventanas se ve el mundo. El aire corre por estas pinturas. Es el aire de Italia, el aire de la felicidad.

Siempre me ha gustado Carpaccio, pero ahora me parece el artista por antonomasia. ¿Por qué? Porque se autoimpone la obligación de SERLO TODO, SABERLO TODO, CONOCERLO TODO Y EXPRESARLO TODO.

Él es:

– El pintor como retratista, con retratos mucho más realistas de lo que suelen serlo en su época. Me gusta mucho cómo pinta a las mujeres. Hay mujeres gruesas, mujeres con aspecto de estúpidas, con aspecto de zorras, con aspecto de mujeres normales, fuertes e inteligentes, mujeres dormidas, mujeres como ángeles. Pero también muchachos, mercaderes, hombres importantes, estúpidos, nobles, borrachos, viciosos. En sus rostros se nota que son personas que están mucho al sol y al aire libre.
– El pintor como paisajista
– El pintor como botánico
– El pintor como arquitecto
– El pintor como historiador
– El pintor como teólogo
– El pintor como zoólogo
– El pintor como diseñador de muebles
– El pintor como diseñador de ropa
– El pintor como historiador
– El pintor como psicólogo
– El pintor como historiador de las costumbres
– El pintor como anticuario
– El pintor como filósofo
– El pintor como poeta
– El pintor como escritor de historias
– El pintor como alquimista
– El pintor como moralista
– El pintor como intérprete de lo sublime
– El pintor como intérprete de la belleza ideal
– El pintor como intérprete de la belleza física
– El pintor como intérprete de la belleza animal
– El pintor como intérprete de lo cotidiano
– El pintor como intérprete de la naturaleza
– El pintor como intérprete de lo horrendo
– El pintor como intérprete de lo maravilloso
– El pintor como intérprete de los sueños
– El pintor como investigador del color
– El pintor como investigador del gesto y de la postura
– El pintor como investigador de la luz y de la sombra
– El pintor como investigador del tiempo y del espacio
– El pintor como sochantre
– El pintor como médico
– El pintor como fisiólogo
– El pintor como anatomista
– El pintor como músico
– El pintor como historiador de la música
– El pintor como navegante
– El pintor como diseñador de instrumentos musicales
– El pintor como historiador de los juegos
– El pintor como escultor
– El pintor como pintor
– El pintor del silencio
– El pintor del horizonte
– El pintor de la transparencia
– El pintor del infinito
– El pintor del más allá
– El pintor de la nada

El libro de Carpaccio huele muy bien. Las páginas son satinadas, y desprenden un aroma intenso que casi me marea. Las reproducciones son maravillosas. Cuando las rozo con las yemas de los dedos, noto las texturas de los diferentes colores. El rojo, el marrón, el cárdeno, raspan ligeramente. El amarillo parece más caliente, sobre todo el amarillo heliotropo. El azul es suave y frío. El rosa es tierno como la carne humana.

La saga de santa Úrsula es mi cuadro favorito de Carpaccio, y quizá de toda la historia de la pintura. Imagino una literatura así. Imagino una poesía así, una novela así. Vittore Carpaccio es mi maestro. Dejaré que él guie mi mano y mi imaginación. Caminaré por sus caminos, dormiré en sus camas, soñaré sus sueños, pasearé bajo sus árboles.

Los sueños son árboles.

En las obras de Carpaccio apenas hay desnudos. Su pintura todavía es arcaica. En esto hay algo ligeramente rígido, envarado, que me fascina y me horroriza a partes iguales. Su perspectiva es matemática, no visual, no del todo visual. Es incapaz de representar la noche y el mundo de la luna. Pero sus niños son delicados y fuertes, carentes por completo de esa blandura de Rafael que me disgusta. Parece que para él las personas son, ante todo, su ropa. Pinta la ropa con devoción. Lo imagino tocando brocados y sedas fuertes, sedas color verde esmeralda con hilo de oro e hilo e plata. Tocando cendales y camisas finas de holanda. Lo imagino fetichista, oliendo la cama en que acaba de estar dormida una mujer, levantando la cobertura para observar la forma dejada por su cuerpo. Sus pinturas me transmiten muchos olores, perfumes y hedores. El olor del azufre, el del cinabrio, el de las rosas, el de los jazmines, el del almizcle, el del abelmosco, el del benjuí, el del alquitrán, el de la bosta de los caballos, el de cadáveres en descomposición, el de algas podridas, el del mar, el del alcohol. El del óleo y la trementina.

Imagino una escuela de novelistas cuyo modelo no fuera Cervantes, ni Tolstói, ni Galdós, ni Kafka, ni Thomas Bernhard, ni Paul Auster, sino Carpaccio. A esa escuela me gustaría pertenecer.

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Ficha técnica

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