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La formación de una clase política

Canalejas: un liberal reformista

Salvador Forner Muñoz

Madrid, Gota a Gota, 2014

200 pp. 15 €

Silvela. Entre el liberalismo y el regeneracionismo

Luis Arranz Notario

Madrid, Gota a Gota, 2013

184 pp. 15 €

Maura. La política pura

José María Marco

Madrid, Gota a Gota, 2013

200 pp. 15 €

Cánovas y el liberalismo conservador

Carlos Dardé

Madrid, Gota a Gota, 2013

180 pp. 15 €

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El 18 de octubre de 1923 apareció, en el diario madrileño El Sol, una primera entrega de una obra que acababa de publicar Azorín: El chirrión de los políticos. Había pasado poco más de un mes desde el hundimiento del régimen constitucional español como consecuencia del pronunciamiento del general Primo de Rivera en Barcelona y su nombramiento por parte del rey Alfonso XIII como ministro único con «poderes para proponer cuantos decretos convengan a la salud pública». Otro decreto, que disolvía el Congreso de los Diputados y la parte electiva del Senado, terminaba por dar al traste con aquel régimen liberal y parlamentario que había naufragado en el intento de convertirse en una verdadera democracia.

El libro de Azorín contenía una dura sátira de aquel régimen político liberal, y arrancaba con la descripción de la convocatoria de unas elecciones en las que salían a relucir todas las prácticas corruptas del sistema de la Restauración canovista. El escritor de Monóvar había demostrado siempre una especial habilidad para detectar los vientos dominantes en cualquier situación política, pero su nuevo libro no podía entenderse, simplemente, como una respuesta oportunista a la nueva situación que se había creado en España. No había dado tiempo.

Formaba parte, más bien, de una larga tradición de críticas a la vieja clase política española, que se habían intensificado en los años finales del siglo XIX, cuando se puso a dura prueba el sistema político de la Restauración. La clamorosa derrota de 1898 contribuiría aún más al descrédito de aquellos dirigentes y Francisco Silvela, que era uno de ellos, publicó a mediados de agosto de aquel año un artículo («Sin pulso») en el que advertía que «los que tienen por oficio y ministerio la dirección del Estado no cumplirán sus más elementales deberes si no acuden con apremio y con energía al remedio». La llamada de Silvela, como tantas otras, se perdería en el vacío y la crítica a los dirigentes políticos continuó siendo moneda común que circularía, especialmente, en los ambientes conservadores. En esa línea estuvo Costa, con sus apelaciones al «cirujano de hierro», así como el movimiento «maurista de reacción», del que ha hablado José María Jover.

Más adelante, el descrédito de los políticos se instalaría, sin cortapisas, en el imaginario del franquismo, que quiso presentarse como una renovación profunda de los hábitos de gobierno. Más de un historiador ha utilizado el guión de la película Raza –obra de Franco– para poner de manifiesto los vicios que el dictador achacaba a la España de la Restauración, de acuerdo con su formación política profundamente conservadora. Los políticos de la España liberal aparecen en esa película como personas ambiciosas y corruptas, en contraposición a unos militares que se sacrificaban siempre por la patria.

A esa visión negativa de la vida política española del siglo XIX y comienzos del XX vendrían a sumarse las mismas carencias de conocimientos sobre ese período, muy deficientemente conocido hasta que se inició, a partir de los años setenta del siglo XX, la proliferación de los estudios de historia contemporánea española.

Un período especialmente vilipendiado sería el de la Restauración canovista, ya que, a la descalificación que recibía desde los sectores conservadores, se añadió la casi completa hegemonía de una historiografía pseudomarxista de los años setenta que amplió el diagnóstico costiano de «oligarquía y caciquismo» para hablar de un «bloque de poder» que se presentaba como la fórmula mágica para analizar la realidad social y política. Desmontar una fórmula tan sencilla y rentable llevó su tiempo, pero se empezaría a cuartear con estudios como los de Javier Tusell (Oligarquía y caciquismo en Andalucía (1890-1923), 1976) y José Varela (Los amigos políticos, 1977). Pablo Martín Aceña incluso se atrevería a entonar el réquiem por el bloque de poder en 1990Revista de Occidente, núm. 113 (octubre de 1990).. Aunque tampoco nos engañemos: el «bloque de poder» no estaba muerto del todo, sino mal enterrado, porque puede seguirse encontrando fácilmente en algunos manuales de historia y en la docencia de muchos profesores, acomodados a repetir cansinamente los clichés que aprendieron hace ya mucho tiempo.

En cualquier caso, la investigación ha avanzado inexorablemente y ha transformado de forma radical la visión de ese largo período que se extiende entre el restablecimiento de Alfonso XII en el trono, el último día de 1874, y el golpe de Estado del general Primo de Rivera. La distancia que se ha recorrido en ese terreno es fácilmente apreciable en los catálogos de dos grandes exposiciones sobre la Restauración canovista que se realizaron en el último cuarto del siglo XX. La primera, que se desarrolló entre junio y septiembre de 1975 –cuando aún no había muerto Franco– tomó como ocasión el centenario de la experiencia restauradora y tuvo como escenario el Palacio de Velázquez del Parque del Retiro madrileñoLa época de la Restauración, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, Dirección General del Patrimonio Artístico y Cultural, 1975.. El catálogo se centraba, fundamentalmente, en genealogías y fichas biográficas, con escasa investigación elaborada. Por el contrario, la que se celebró en otoño de 1997Cánovas y la Restauración, Madrid, Ministerio de Educación y Cultura/Corporación Argentaria, 1997., con ocasión del centenario del asesinato de Cánovas, fue una contribución de primer orden al intenso debate, que se produjo aquel año en torno a la figura de Cánovas y de la Restauración pilotada por él.

En esa misma línea de renovación historiográfica se mueven ahora los cuatro primeros volúmenes de la colección de biografías políticas de la editorial Gota a Gota y la Fundación FAES. Las tres primeras fueron presentadas en el verano del pasado año, mientras que el volumen correspondiente a Canalejas se ha dado a conocer muy recientemente.

Abre la colección la biografía de Cánovas realizada por Carlos Dardé, un experto en el sistema político de la Restauración que comenzó sus investigaciones en torno al Partido Liberal Fusionista y las ha extendido hacia el funcionamiento del sistema electoral de la Restauración e, incluso, a partidos ajenos al sistema como eran los republicanos. Ya había analizado la vida y la obra política de Cánovas en el catálogo de la exposición de 1997. En esta nueva biografía del político malagueño, subraya la continuidad que su proyecto político tuvo con el anterior sistema de partidos, ya que, a partir de unas posiciones iniciales cercanas al progresismo, Cánovas terminaría por asumir y desarrollar las posturas conciliadoras de O’Donnell, al que respaldaría en la revolución de 1854, en la que redactó el manifiesto revolucionario. Era, por entonces, un decidido defensor de un Estado fuerte que articulara todos los territorios españoles, y no dudaba en afirmar que «la idea centralizadora y la idea liberal son hermanas».

A esa voluntad de centralización, y de conciliación entre las diversas opciones políticas, añadiría Cánovas las lecciones que supo extraer de sus investigaciones históricas, que lo convirtieron en un profundo conocedor de la Casa de Austria y de la decadencia española del siglo XVII. De esos estudios extraería también la profunda convicción de la existencia de una constitución interna representada por la continuidad de la institución monárquica en la vida española. Liberalismo conservador y centralismo permitirán a Cánovas ofrecer lo que –con indudable acierto– Dardé ha descrito en otro libro suyo como la política de aceptación del adversario, que estuvo vigente hasta la primera década del siglo XX.

Una posibilidad de desarrollo del programa canovista –tal vez de su mejora– la ofrecería el liderazgo que Francisco Silvela ejerció sobre el Partido Conservador. Su distanciamiento con respecto a Cánovas estaba claro desde comienzos de la década de los noventa del siglo XIX y se acentuaría a medida que se cuarteaba el sistema político de la Restauración. Silvela representó, en aquella coyuntura, el impulso regeneracionista, que era una palabra talismán para cuantos se empeñaban en una profunda transformación de la sociedad española.

Luis Arranz, profesor de Ciencia Política y excelente conocedor de la época final de la Restauración y de la Segunda República española, prefiere adjudicar a Silvela la caracterización de político realista en su manera de abordar una tarea de gobierno que, lamentablemente, no tuvo excesiva duración, pues se limitó a los tres períodos en que ejerció la presidencia del Gobierno, entre marzo de 1899 y julio de 1902. Poco más de dos años, si se suma la duración de todos ellos. A finales de octubre de ese mismo 1902 renunciaría también al liderazgo del Partido Conservador.

«Tenéis delante de vosotros –dijo entonces Silvela a los diputados– a un hombre que ha perdido la fe y la esperanza». Se trataba de una clara alusión a la forma desesperanzada con que Salmerón había comparado la virginidad y la maternidad en 1871, durante el debate sobre la legalización de la primera Internacional. Una imagen que sería también recogida por el sacerdote krausista Fernando de Castro, al contraponer la «virginidad de la fe» a la «maternidad de la razón». Agotada la posibilidad de renovación política que encarnaba Silvela, el político que tomaría el relevo dentro de las filas conservadoras sería Antonio Maura, cuya biografía ha sido realizada en esta colección por José María Marco, historiador de reconocida maestría en los estudios de la España liberal.

Se trata de una biografía netamente política que arranca, prácticamente, con la aventura de un joven mallorquín que acude a Madrid con quince años, para familiarizarse con el idioma castellano y para hacer sus primeras armas políticas en el Partido Liberal bajo el liderazgo de Germán Gamazo, que poco después se convertiría en su cuñado. Tras la muerte de este, a finales de 1901, Maura accedería a la dirección del gamacismo y completaría el tránsito de esa facción política a las filas del conservadurismo dirigido por Silvela. Más adelante, cuando este se inhibió del liderazgo del Partido Conservador, Maura tomaría las riendas del partido y desplegaría un programa de reformas que alcanzó su punto culminante durante los casi tres años de su Gobierno Largo, que protagonizó la vida política española hasta el otoño de 1909.

Se empezaría a perfilar, a partir de entonces, un movimiento maurista que, al marcar distancias con respecto al poder arbitral reservado a la Corona, puso en peligro las bases mismas del sistema político. Un movimiento que estaba llamado a protagonizar un papel muy destacado en la movilización de los sectores conservadores de la sociedad y que resulta fácilmente identificable en el proyecto que protagonizó Primo de Rivera a partir de 1923.

La última de las biografías presentada hasta el momento en esta nueva colección corresponde a José Canalejas y ha sido realizada por Salvador Forner, que ya había puesto su atención sobre el político ferrolano en 1993 y en alguna publicación colectiva sobre la RestauraciónFORNER MUÑOZ, Salvador, Canalejas y el Partido Liberal Democrático (1900-1910), Ediciones Cátedra / Instituto de Cultura "Juan Gil-Albert", Madrid, 1993; y SUAREZ CORTINA, Manuel (ed.), La Restauración, entre el liberalismo y la democracia, Alianza, Madrid, 1997.. La política de Canalejas representa, en este contexto, la recuperación de la tradición democrática de 1868 y la posibilidad de ampliación del sistema político español hacia sectores de la sociedad marginados en el proyecto canovista, así como la afirmación de un laicismo respetuoso con el reconocimiento de la libertad religiosa de los ciudadanos. En todo caso, era partidario de una regeneración moral y política, vertebrada en torno a la Monarquía restaurada. El asesinato de Canalejas, en noviembre de 1912, cortaría abruptamente el proyecto y agotaría las propuestas de reforma procedentes del campo liberal y democrático y, tal vez, hirió de muerte las últimas posibilidades de supervivencia del propio sistema político.

En su conjunto, la colección de biografías que ahora se nos ofrece –a las que no cabe hacer otra objeción formal que la ausencia de índices al final del texto– representa una valiosísima puesta al día de lo mucho que, durante los últimos años, ha avanzado la historiografía española en el campo de la biografía política. Además de ofrecer una visión muy estimulante de una clase política que estuvo siempre muy por encima de la imagen que, durante muchos años, intentó ofrecérsenos de ella.

Octavio Ruiz-Manjón es catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense. Es autor de Fernández de los Ríos. Un intelectual en el PSOE (Madrid, Síntesis, 2007) y coeditor, con Alicia Langa, de Los significados del 98. La sociedad española en la génesis del siglo XX (Madrid, Biblioteca Nueva, 1999).

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