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Baroja inédito

Los caprichos de la suerte

Pío Baroja

Barcelona, Espasa, 2015

216 pp. 19,90 €

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En el escueto y metaliterario texto que sirve de prólogo a la novela que me ocupa, dice el narrador –en clara alusión a la Guerra Civil– que «los grandes acontecimientos no producen buena literatura, más sirven para engendrar libros mediocres. En las épocas de lucha y de violencia, la energía se enfoca íntegra en la acción y no queda remanente alguno para otras actividades». Si interpretamos estas palabras como creo que lo debemos hacer, esto es, en clave autobiográfica, se deduce que es el propio Baroja quien nos advierte, ya desde la primera página de Los caprichos de la suerte, de que el que tenemos entre manos no es, ni mucho menos, su mejor libro. De hecho, el buen conocedor de la obra del escritor donostiarra coincidirá conmigo en que, sin menoscabo de su interés e incluso, en bastantes de sus páginas, de su belleza literaria, la producción de Baroja sobre la guerra y sobre su exilio en París no es en absoluto parangonable a la de la etapa de su plenitud creadora, que la crítica suele situar entre los años 1900 y 1914, con 1911 como fecha simbólica en la que se produce el cenit, por ser este el año en que ven la luz dos de sus mejores libros: Las inquietudes de Shanti Andía y El árbol de la ciencia.

Ahora bien, el hecho de que estemos ante una novela crepuscular, muy probablemente la última que escribió nuestro autor, no significa que su contenido sea necesariamente mediocre, como sugiere Baroja en ese arranque de modestia con el que intentó captar nuestra benevolencia. Todo depende de que el lector sepa ponderar los posibles defectos o méritos de la obra a partir del contexto en que fue concebida, y sin dejarse llevar por el inevitable ruido editorial y por algunos titulares de prensa poco afortunados. En este sentido, resulta cuando menos sorprendente haber leído en algunos periódicos de tirada nacional la noticia del hallazgo [sic] de una novela inédita en Itzea, como si en la casa familiar de los Baroja hubiese una montaña de papeles desordenados (quienes hemos estado allí sabemos que lo que sucede en realidad es, precisamente, lo contrario) en los que fuese posible encontrar tesoros del pirata ocultos, cual si de una isla del Caribe se tratase. Digo esto porque, sin ir más lejos, ya en 1987 Pío Caro Baroja (que falleció el pasado 30 de noviembre) confirmó en su completa Guía de Pío Baroja. El mundo barojiano la existencia de unas novelas inéditas, que formaban parte de la trilogía «Las saturnales», y la intención por parte de la familia de publicarlasPío Caro Baroja, Guía de Pío Baroja. El mundo barojiano, Madrid, Caro Raggio/Cátedra, pp. 161-162., como así ocurrió hace unos años con el caso de Miserias de la guerra (Madrid, Caro Raggio, 2006) y como ha vuelto a suceder ahora con Los caprichos de la suerte, novela que cierra el ciclo abierto con El cantor vagabundo (Madrid, Biblioteca Nueva, 1950).

Por otra parte, y aunque la prensa también ha insistido en que este inédito tiene como tema principal la Guerra Civil, lo cierto es que, quien se anime a leer la novela, comprobará que tampoco esto es del todo cierto. Es verdad que hay varios pasajes en los que el narrador emite sendas opiniones sobre la contienda que nos resultan inequívocamente autobiográficas, pues coinciden con lo dicho y repetido por Baroja en los libros en los que sí expresó de forma más elaborada y extensa sus opiniones sobre el conflicto: Ayer y hoy (Ercilla, 1939), volumen editado en Santiago de Chile en el que recogió los artículos que publicó durante la guerra en el periódico La Nación de Buenos Aires; La guerra civil en la frontera (Madrid, Caro Raggio, 2005), octavo tomo de sus memorias; el inconcluso libro de recuerdos Rojos y blancos (aparecido por primera vez en 2006, dentro de la edición de Desde la última vuelta del camino que publicó Tusquets) o la ya citada novela, Miserias de la guerra. Así sucede, por ejemplo, cuando se describe la reacción del protagonista de la novela al comprobar cuál era el panorama en la capital de España en los compases previos al estallido de las hostilidades: «vio que la revolución española no era cosa de broma y que no podía jugar con ella. Suspendió su colaboración en un periódico hispanoamericano porque había censura y era peligroso mostrarse independiente. Todo el que expusiera una pequeña duda o dijera un orema era considerado en Madrid como un reaccionario” (p. 28). O cuando, en el capítulo titulado «Venganza», el narrador recuerda el episodio del ataque de los republicanos a un cuartel ocupado por militares «del movimiento» en el que los anarquistas asesinaron a cuarenta o cincuenta personas (entre ellos varios guardias civiles, soldados y un fraile capuchino al que le abrieron la cabeza) y llega a la misma conclusión sobre la brutalidad de los dos bandos a que llegó Baroja: «¿De dónde saldría esta crueldad tan fea, tan baja, de la guerra española? ¿Es algo atávico de la raza? Es lo más probable» (p. 164).

Sin embargo, insisto en que son alusiones puntuales. El auténtico trasfondo o Leitmotiv de la historia protagonizada por el periodista vasco Luis Goyena y Elorrio es su exilio en París –previo paso por Valencia– durante los años de la guerra; un destierro que tiene un fuerte componente autobiográfico y que, desde el punto de vista de la revelación de datos desconocidos sobre la estancia de Baroja en la capital francesa, no aporta grandes novedades. De hecho, las descripciones del paisaje urbano parisiense que podemos leer aquí ya le resultarán familiares al lector conocedor de otros títulos barojianos ambientados –en su totalidad o en parte– en este marco, tales como la novela El hotel del Cisne (Madrid, Biblioteca Nueva, 1946) y los libros de recuerdos Aquí París (Madrid, El Grifón, 1955), Paseos de un solitario (Madrid, Biblioteca Nueva, 1955) o el ya citado Rojos y blancos, por poner sólo algunos ejemplos. Desde este punto de vista, una de las características de Los caprichos de la suerte es, como no podría ser de otra forma, tratándose de un libro de esa etapa final en la que Baroja elaboraba verdaderos collages reaprovechando materiales y mezclando en una misma obra textos de naturaleza diversa (artículos de prensa, fragmentos de memorias, etc.), su alto grado de intertextualidad.

Como explica José-Carlos Mainer en su concisa y precisa nota preliminar, la primera evidencia de esa intertextualidad radica en el hecho de que, en la práctica, lo que hizo Baroja al escribir Los caprichos de la suerte fue, en realidad, reescribir –ampliándola y retocándola– la novela titulada Los caprichos del destino (la similitud del título ha hecho que, en ocasiones, se hayan confundido ambas obras, pero son textos distintos), que ya había aparecido pocos años antes, dentro del volumen de relatos Los enigmáticos (Madrid, Biblioteca Nueva, 1948). En esta misma línea, quien aquí figura como autor de la edición de la novela, Ernesto Viamonte Lucientes, aclara en su «Nota a la edición» que para fijar el texto definitivo «ha contado [además de con la fuente principal] con otra fuente auxiliar, ya que una parte de Los caprichos de la suerte aparece en Aquí París, obra impresa en 1955» (p. 17). Un segundo elemento intertextual de esta novela inédita es que en ella encontramos no sólo al personaje de Procopio Pagani, protagonista de El hotel del Cisne, sino también el escenario en que se desarrolla la citada novela sobre el exilio de nuestro escritor: un hotel parisiense, situado junto al Parc des Buttes-Chaumont. Por último, y como también señala Mainer en esas breves páginas, Baroja no olvida que Los caprichos de la suerte forma parte de un trilogía y, para recordárnoslo, incluye en la historia al personaje de Carlos Evans, un militar británico que vive jubilado y se dedica a tareas que podríamos llamar «diplomáticas», y que ya nos resulta familiar porque lo habíamos conocido en las otras dos novelas del ciclo «Las saturnales», donde desempeña un papel destacado.

Desde el punto de vista de su apariencia externa, del acabado final de su estructura y de la caracterización de los personajes, es evidente que, como ya he señalado, no estamos ante una obra equiparable a las del mejor Baroja. No tanto porque se trate de una novela inconclusa, pues en puridad parece que todo lo que había de estar en la trama, está, sino porque se nota que el autor no llegó a hacer esa revisión final del manuscrito que le hubiese servido para terminar de pulirlo. Prueba de ello es que, como explica el editor en su nota, la publicación de este inédito barojiano ha supuesto una pequeña odisea, por lo que ha tenido de tarea paciente la labor de reconstrucción material y edición filológica de un manuscrito (o mecanoscrito, porque lo que se ha editado no es un original en sentido estricto, sino una versión mecanografiada de la novela con múltiples añadidos y banderillas escritas a mano) muy fragmentado, cuyas partes ha habido que ensamblar, como si se tratase de las piezas de un puzle, para que el resultado final fuese, a la vez, riguroso e inteligible.

Si Los caprichos de la suerte no es una obra comparable –ni en la originalidad de su contenido, ni en lo estético de su forma– a la mayoría de las publicadas por su autor, ¿qué tiene, pues, de relevante su publicación? A mi juicio, la respuesta a esa pregunta es clara: el principal valor del texto que ahora leemos por primera vez es un valor documental, no sólo para los barojianos convencidos, a los que todo lo relacionado con el universo del escritor vasco nos atrae irremediablemente, sino también para todos aquellos que –sin profesarle esa admiración incondicional– consideran que Baroja es un autor fundamental en la historia española contemporánea y que, por eso mismo, cualquier documento que sirva para conocer mejor su vida y su obra merece que se le preste atención, tanto por parte de los investigadores e historiadores de la literatura como por parte de los lectores «rasos» que, en el caso de Baroja, son, además, quienes más han hecho por mantener la vigencia de su legado.

En el completo y emotivo retrato que le dedicó, publicado por primera vez dentro de su libro Semblanzas ideales (Madrid, Taurus, 1972), Julio Caro Baroja escribió que, durante los últimos años de vida de su tío, él fue quien más cerca estuvo de don Pío, quien más lo cuidó y quien más se preocupó por hacer que, pese al avance de la arterioesclerosis que iba minándolo, su vida fuese lo más agradable que las circunstancias permitían. También contó que fue él quien, a pesar de esos desvelos, recibió severas críticas por parte de periodistas y gentes del gremio, que lo acusaron de no velar por el buen nombre de su tío, al dejar que, pese a lo avanzado de su edad, siguiera escribiendo y publicando obras que, desde el punto de vista literario, no añadían nada nuevo a la producción de un escritor que no merecía que se hiciese público el declive de sus facultades. En respuesta a esas insinuaciones maledicentes que tuvo que escuchar, años después se defendió diciendo que «a un hombre viejo no se le debe dar la sensación, ni por un momento siquiera, de que está decadente o flojo», y que hubiese sido una impertinencia por su parte contrariar la voluntad de quien todavía se sentía escritor, porque era lo que había hecho toda su vida y lo único que sabía hacer. Además, añadía Caro Baroja, planteando un interrogante que suscribo en su integridad, si no como obra literaria a la altura de otras publicadas durante su vida, los papeles escritos por Baroja en esos años finales tenían un indudable interés como documentos humanos: «¿Es que un hombre a los setenta u ochenta años no “tiene derecho” a decaer? ¿Es que el espectáculo de la ruina no es tan significativo como el del apogeo y más dramáticamente enternecedor?»Julio Caro Baroja, Viejos amigos, grandes figuras, Madrid, Caro Raggio, 2015, p. 95.

Francisco Fuster es profesor ayudante doctor en el departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Su principal línea de investigación se centra en la historia de la cultura española de la Edad de Plata (1900-1939), con especial interés en las obras de Pío Baroja, Azorín, Julio Camba y Rubén Darío, a las que ha dedicado distintos trabajos. Es autor del ensayo de historia cultural Baroja y España. Un amor imposible (Madrid, Fórcola, 2014) y este año ha editado La vida de Rubén Darío escrita por él mismo (Madrid, Fondo de Cultura Económica, 2015) y Recuerdo de don Pío Baroja, de Camilo José Cela (Madrid, Fórcola, 2015). Es autor del blog El malestar en la (inc)cultura.

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