
La ironía contra los charlatanes
Cuando las redes sociales comenzaron a masificarse, el concepto «ágora digital» se volvió viral. Pensadores que no sabían cómo minimizar una pestaña en un navegador web se convirtieron en tecnoutopistas. Facebook y Twitter permitirían, se decía, la construcción de un espacio público de deliberación. En este nuevo ágora virtual, el individuo podría ejercer de ciudadano global. Era el último estadio de la globalización cultural: el nacionalismo no se curaría viajando, sino en Facebook, que tenía como objetivo «dar a la gente el poder de compartir y hacer el mundo más abierto y conectado», como decía su eslogan.