Cabrito muerto no teme los cuchillos
La escritura discontinua comienza en Gao (marzo de 1988), en un taller sobre el río Níger. Barceló llegará a sentirse en ese sitio como en su casa. El país dogón, considerado como una suerte de gigantesco jardín budista, revela su extraña belleza. La dureza de las frutas, los animales y la gente de Gogolí, sin duda, le conviene, aunque también advierte que «este debe ser uno de los peores lugares del mundo para pintar». El viento, omnipresente en estas páginas, dificulta la tarea pictórica de la misma forma que el calor tampoco favorece a la escritura. El artista, aburrido de las exposiciones, escribe, mal que bien, en francés: «Podría escribir en castellano, tampoco muy bien; escribiría mejor en catalán, sin