Carmen González Marín
Desde el malestar de la ancestral secundariedad, las teólogas feministas de los últimos decenios han intentado reconstruir una historia de la experiencia religiosa, y la propia práctica, desde su punto de vista de mujeres. Pero las estrategias de lectura bíblica feminista se inscriben en un territorio del que la autora de Pero ella dijo desea desmarcarse, ante la posibilidad de ser malinterpretada como uno más de los ejemplos de práctica posmoderna. Su propuesta de interpretación de los textos bíblicos supone una de(-re-)construcción de los mismos en un nuevo paradigma «retórico» y «emancipatorio», que ante todo da por sentado que la historia, y en particular la historia de las mujeres, se escribe a instancias de una cierta intencionalidad. Evidentemente, la intencionalidad
Se admiraba Robert Coles, biógrafo de Simone Weil, de su perspicacia «cuando examina el orgullo que sentimos al disculparnos por nuestro orgullo…!». Ese rasgo de de construccionismo moral apunta hacia un carácter esencialmente puro de un pensamiento que, acaso involuntariamente, se erige en el margen, el margen en que necesariamente se instala un verdadero compromiso, el margen de toda ortodoxia. Weil habla, con las palabras del título del libro ya clásico de Carol Gilligan, con una voz diferente. Diferente en dos sentidos: en primer lugar, por su capacidad de compasión y empatía con los seres humanos; en segundo lugar, porque produce un discurso en cierto modo anómalo. El carácter programático del texto de Echar raíces –¿qué deben hacer los franceses
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