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Plegarias lejos del paraíso

Un espíritu prisionero

MARINA TSVIETÁIEVA

Círculo de Lectores, Galaxia Gutenberg, Barcelona

Trad. de Selma Ancira

256 págs.

3.200 ptas.

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Pocas semanas antes de suicidarse en Yélabuga, lejos de Moscú, Marina Tsvietáieva (1892-1941) había solicitado un puesto de trabajo como lavaplatos a la Unión de escritores local, sin recibir respuesta. Abandonada por todos, hambrientos ella y su hijo, detenidos su hija y su marido (que sería fusilado días después de desaparecer ella), no le quedaba otro camino, incluso para liberar a su hijo de la carga en que ella se había convertido. «A papá y a Alia, si los ves, díles que los amé hasta el último minuto, y explícales que caí en un callejón sin salida», le dejó escrito a su hijo de quince años. En otras misivas enviadas a la Unión de escritores y a alguna familia conocida, suplicaba que se ocuparan de él y lo adoptasen a cambio de la venta de sus obras y de otras escasas pertenencias: «Tengo miedo de todo. De la oscuridad, de los pasos, pero sobre todo de mí misma, de mi cabeza, si es una cabeza, que con tanta abnegación me sirve en el cuaderno y tanto me mata en la vida. Nadie ve, nadie sabe que desde hace ya un año (aproximadamente) busco con los ojos un gancho, pero no hay, porque en todos lados hay electricidad. No hay arañas».

Al final encontró ese lugar en donde colgarse. Antes había hecho todo lo posible, escribiendo al camarada Beria para pedir la liberación de su marido y de su hija Ariadna (Alia). En estas cartas traza la historia trágica de su vida familiar, donde ocupa un lugar destacado la muerte de su otra hija, Irina, casi recién nacida: «Otras mujeres olvidan a sus hijos por los bailes, el amor, las ropas, las fiestas de la vida. Mi fiesta en la vida es la poesía, pero no fue por la poesía por la que olvidé a Irina, ¡No escribí nada en dos meses!». A Beria le recuerda que su familia había contribuido a la creación de museos y bibliotecas: «Nosotros hemos colmado de regalos a Moscú. Y Moscú me echa: me arroja. ¿Y quién es para ensorbebecerse frente a mí?». El padre de Marina era profesor en la Universidad de Moscú; su madre estaba enferma de tuberculosis, lo que permitió a la hija conocer Italia, Suiza y Alemania (hablaba y escribía perfectamente en francés y alemán). Se educó libremente y se formó como escritora dentro de los postulados poéticos del simbolismo y el acmeísmo de Ajmátova y Mandelstam, y del futurismo de Maiakovsky. Pasternak, además de ser uno de sus más fieles corresponsales y más que amigo, fue otra de sus influencias literarias.

En De mi diario (del que aquí se reproducen siete fragmentos) se recoge la época de la revolución bolchevique (con la que Marina nunca congenió): un tiempo de violencia y de hambre, pero fecundo para Marina en la escritura de poemas, prosas y teatro. Su marido, Serguei Efrón, luchó del lado de los blancos, y tuvo que huir al exilio. Ella lo acompañará durante diecisiete años: Berlín, Checoslovaquia y sobre todo, trece años en Francia, la mayor parte del tiempo en París. Editó en Berlín libros como Versos a Blok, La separación, Verstas o el poema «El zardoncella». Álbum vespertino y Linterna mágica ya habían visto la luz en Rusia. La vida en el exilio fue difícil, aunque Marina escribió muchos artículos en revistas. En el exilio de París y a espaldas de ella, su marido colaboraba con la tenebrosa policía política soviética, y deseaba volver a la patria. Ella no quería: «El escritor, donde está mejor es allí donde no le molestan para escribir». Finalmente, el marido regresó con su hija Alia y Marina le seguiría poco después con su hijo Guerogui (Mur) en 1939 (dos años antes de quitarse la vida).

De vuelta en Rusia, pasará hambre y terror. Se irá enterando de las detenciones de familiares y amigos escritores como Mandelstam y Bábel. Sin medios de subsistencia, a pesar de la ayuda de Pasternak, evacuada de Moscú a causa de la Segunda Guerra Mundial, el destino está ya cercano. En una carta afirma: «Mi desgracia es que para mí no existe ni una sola cosa exterior, todo es corazón y destino».

Marina vive fuera de la realidad: desprecia la vulgaridad de la vida cotidiana y carece de recursos prácticos. «La vida misma es una condición desfavorable». Es incapaz de afrontar las circunstancias adversas, que toma como disculpa, pero siempre con mala conciencia, un trágico sentimiento de culpa. Padece la miseria, el desgarramiento familiar, los desengaños amorosos, el silencio y el olvido.

Siempre se queja de que no es leída: «Dispersos entre el polvo de las tiendas, / donde nadie los ve ni los verá. / Como a vinos excelsos a mis versos, / también les llegará su hora». En los versos se refleja el amor: «Soy tu pasión, tu descanso dominical, / Tu séptimo día, tu séptimo cielo». Marina se refiere al amor pasión y al amor platónico que tanto practicó (con Rilke o Pasternak). En los poemas hay muchas referencias a la muerte de su hija: «¡Ah, Sibila! ¿por qué para mi / niña un destino como este? / Suerte rusa ¿por qué para ella…?». Y en otro poema: «Mis hijas, las zarinas del desván, / junto a mi alegre musa mientras yo / le caliento la cena inexistente / le mostrarán mi Imperio». La muerte está omnipresente: «¡También en el espasmo de la muerte será poeta!». Y pocos meses antes del final: «Es hora de cambiar el léxico, / es hora de apagar la lámpara / encima de la puerta».

La poesía de Marina Tsvietáieva es de una extrema precisión. Encuentra siempre la palabra exacta, la más contundente y la menos ambigua. Son brillantes sus metáforas sacadas de la historia y la naturaleza y de la vida cotidiana casi irreal. Está llena de referentes clásicos, de dioses desterrados. Es una poesía nostálgica que canta el derrumbe del mundo.

Para Marina, el fin de la creación poética es la poesía misma. Su proceso lo divide en dos fases. La primera es espiritual: cómo se escribe, mientras que la segunda es práctica: a quién alcanzará. La poesía se ofrece sin saber quién la tomará. Cualquier finalidad ajena a la obra misma sería su muerte. La poesía que busca la gloria y la influencia se vuelve extraña a la creación y pasa a formar parte del poder. Marina califica al lector de ignorante, de masa, de abúlico, de conocer sólo de oídas a la poesía y los poetas. En esto sigue a Pushkin en El poeta y la plebe. Este lector-enemigo no tiene deseo de luz, se resiste a entender, sólo le interesa lo vulgar y lo biográfico. Para ella, leer es una interpretación, extraer el misterio de lo que está más allá de las líneas, más allá de los confines de las palabras. La poesía es un lenguaje universal que se transforma en obra universal.

Para Marina, el poeta es un exiliado, un expatriado del reino de los cielos y del paraíso terrenal. El poeta es el eterno descontento: debe huir de su pertenencia a una tierra, a un pueblo, a una nación, a una raza, a una clase y hasta a su mismo tiempo. Marina ratifica así el comentario que había hecho Mandelstam: «¿Qué hora es? La eternidad». El encargo político hecho al poeta es equivocado e inútil. El poeta trabaja para el futuro, no para la actualidad. El poeta sirve de la mejor manera a su tiempo cuando se olvida completamente de él (cuando se olvidan completamente de él), «no es contemporáneo quien grita más, sino a veces, quien calla más». Lo verdaderamente contemporáneo, para Marina, es aquello que en el tiempo es eterno y en consecuencia es contemporáneo de todo. «La contemporaneidad en el arte es la influencia de los mejores sobre los mejores, es decir, lo contrario de la actualidad: influencia de los peores sobre los peores».

Marina define a la poesía como un diálogo con Dios, como una plegaria. El poema es una materialización del espíritu, «en relación con el mundo físico, el arte es una especie de mundo espiritual de lo físico. Hay que escribir poesía como si fuera Dios quien te mira». En uno de esos juegos de antítesis que tanto le gustaban, Marina dice que si el alma, para el hombre común, es la cúspide de la espiritualidad, para el hombre espiritual es casi la carne. El poeta es un ser politeísta, no ateo: «los poetas más altos saben cuál es el Dios principal». Un espíritu prisionero es una magnífica antología de textos inéditos, tanto poesía como relatos y ensayos, diarios y correspondencia. En De mi diario se reúnen siete escritos redactados durante el período de la revolución y publicados en París en la revista rusa del exilio Últimas noticias. En ellos se mezclan la ficción y los recuerdos. «El atentado contra Lenin» y «El fusilamiento del Zar» son testimonios antibolcheviques, crónicas del hambre, la sarna y otras epidemias, historia de las primeras persecuciones ideológicas y religiosas. «El novio» y «El chino» (relatos publicados en la misma revista rusa de París) abundan en lo autobiográfico. El primero cuenta los fracasos de un novio que para conquistarla llega a convertirse en escritor y el otro narra los apuros de un chino en la capital del Sena. Marina combina la memoria y el presente, lo personal y poético. Lo mismo sucede en «Tu muerte», un ensayo sobre la poesía de Rilke publicado en la revista La voluntad de Rusia, de Praga, en 1927 (a Rilke le escribiría también un poema titulado «Carta de Año Nuevo» y otra prosa: «Algunas cartas de Rainer Maria Rilke»). Marina, Rilke y Pasternak se entrecruzaron cartas en 1926 y ella, como siempre, confundió la pasión poética con la amorosa. Marina se califica de «su amante rusa». En la última carta a Rilke (a quien nunca llegó a ver) le dice: «El amor vive en las palabras y muere en las acciones; al menos, el amor de los poetas». La muerte de Rilke le enseña que cada muerte es todas las muertes: «Cada persona que muere nos devuelve a los que murieron antes que él. Y a nosotros a ellos». A Rainer, como ella lo llama, lo ve como un ser que sólo existió en sus libros, espiritual. Pero para ella más importante que Edison y que Lenin. Y escribe que, si Goethe había sido la luz, Rilke era la sangre.

Un espíritu prisionero está dedicado al poeta Andrei Bely. La reflexión sobre él le permite contar toda una época de cafés literarios, publicaciones, debates, encuentros y desencuentros entre escritores, etc. Marina habla, no de la bohemia sentimental, sino de las duras condiciones del escritor que no tiene qué comer y emplea su tiempo, en vez de escribir, en buscar alimento. En Un espíritu prisionero, Marina defiende de nuevo al individuo creador frente a la masificación. ¿Se puede ser poeta y al mismo tiempo pertenecer al Partido? «¡No!» –responde Marina–. Y para ella el Partido quiere decir, no sólo la política, sino todo aquello que pretende poseer al individuo.

OTROS LIBROS DE LA AUTORA EN ESPAÑOL

Cartas del verano de 1926, Siglo XXI y Grijalbo Mondadori.
El poeta y el tiempo, Anagrama, 1990.
El diablo, Anagrama, 1991.
Indicios terrestres, Versal, 1992.

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Ficha técnica

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