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Manuel Azaña, de nuevo

Obras Completas

Manuel Azaña

Taurus, Madrid

Con volumen biográfico de Santos Juliá

(De próxima aparición)

Obras Completas

Manuel Azaña

Centro de Estudios Constitucionales

7 vols. 7.500 pp.

416 €

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Azaña tenía la mirada triste y no era especialmente agraciado físicamente, aunque tenía buena planta y gustaba de vestir bien. Su aspecto físico y su carácter reservado le jugaron malas pasadas durante su vida política activa. Su pluma ácida y la tendenciosa divulgación de algunos de sus comentarios, escritos para expansión exclusiva de su intimidad, tendrían sus consecuencias para la historia. Pero al margen de estos aspectos, claramente marginales, Azaña fue un intelectual de talla y un político de altura. Ambas cosas quedan meridianamente de manifiesto, aún más si cabe, en la nueva edición de sus Obras completas que acaba de ver la luz.

¿Por qué unas nuevas obras completas? La obra de Azaña, verdaderamente enjundiosa y extensa, ha sufrido los mismos avatares que su propia vida personal y política. Periódicamente se han producido «descubrimientos» o aparición de papeles y documentos, que responden, entre otras cosas, al sistemático saqueo y la sistemática persecución que sufrieron, ya en vida, el autor y su obra. También al interés permanente por su figura y por su pensamiento. Azaña es, sin duda, el personaje histórico español contemporáneo que más bibliografía ha generado. Ya en 1932 se publicó una biografía primeriza: la de Ernesto Giménez Caballero, poco después autoproclamado vocero del fascismo español, y durante la Guerra Civil hubo de soportar la publicación del libelo de Francisco Casares, Azaña y ellos, y la aún más onerosa edición de Joaquín Arrarás de las llamadas Memorias íntimas, los tres cuadernos robados y convenientemente expurgadosErnesto Giménez Caballero, Manuel Azaña: Profecías españolas, prólogo de Jean Becarud, Madrid, Turner, 1975 [edición original, 1932]; Francisco Casares, Azaña y ellos, Granada, Prieto, 1938; Joaquín Arrarás, Memorias íntimas de Azaña, Madrid, Ediciones Españolas, 1939.. Después vendrían la novela de Carlos Rojas, la de Jiménez Losantos, las Memorias apócrifas de Fernández Cormenzana, etc.Carlos Rojas, Azaña, Barcelona, Planeta, 1973; Federico Jiménez Losantos, La última salida de Manuel Azaña, Barcelona, Planeta, 1994; José Fernández Cormenzana, Cuaderno de la Prasle 1939-1940. Memorias semiapócrifas de Manuel Azaña, Alcalá de Henares, Ayuntamiento de Alcalá de Henares, 1994. Es decir, la tergiversación de su obra y los ataques personales lo persiguieron desde el mismo momento en que comenzó su actividad política, se mantuvieron hasta el final de su vida y perduraron mucho tiempo después de su muerte, convirtiéndolo en uno de los personajes más controvertidos y polémicos de nuestra historia reciente. Y también en uno de los más injustamente tratados. Sólo su gran amigo, además de cuñado, Cipriano de Rivas Cherif trazó en Retrato de un desconocido, obra que se editó en México en 1961 pero que no vería la luz en España hasta mucho despuésCipriano de Rivas Cherif, Retrato de un desconocido. Vida de Manuel Azaña, seguido del epistolario de Manuel Azaña con Cipriano de Rivas Cherif (1921-1937), prólogo y notas de Enrique de Rivas Ibáñez, Barcelona, Grijalbo, 1980 [edición original: México, Oasis, 1961]., una semblanza amable (y más cercana a la realidad) del hombre y del político. Otro tanto hizo Juan Marichal en el prólogo a la primera edición de las Obras completas, que publicó Oasis en México entre 1966 y 1968Obras completas. Edición y prólogos de Juan Marichal, 4 vols., México, Oasis, 1966-1968. Reedición, Madrid, Giner, 1990. Juan Marichal, La vocación de Manuel Azaña, Madrid, Alianza, 1972.. Después vendrían las biografías de Frank Sedwick, Emiliano Aguado o, más tarde, el libro ameno y distendido de la periodista Josefina Carabias, que lo conoció y trató en los años del Ateneo, entre otras muchas obras que no es posible, obviamente, citar aquíFrank Sedwick, The Tragedy of Manuel Azaña and the Fate of the Spanish Republic, Columbia, Ohio State University Press, 1963; Emiliano Aguado, Don Manuel Azaña Díaz, Madrid, Sarpe, 1986 [1.ª ed., Barcelona, Nauta, 1972]; Josefina Carabias, Azaña: Los que le llamábamos don Manuel, Barcelona, Plaza y Janés, 1980.. Pero hubo que esperar a 1990 para que Santos Juliá publicara la primera biografía política que analizaba en profundidad sus años de vida pública (desde 1931 a 1936) y que valoraba con ecuanimidad su pensamiento y su acción política, situándolos en el lugar histórico que objetivamente les correspondíaSantos Juliá, Manuel Azaña, una biografía política. Del Ateneo al Palacio Nacional, Madrid, Alianza, 1990.. Quedó pendiente la continuación de esa trayectoria hasta su muerte (1940), que abarcaría, por tanto, la etapa más difícil de la Guerra Civil y su corto y dramático exilio. Y también la arriesgada empresa de fusionar en una sola obra todas las facetas de Azaña –como hombre, como intelectual y como político– a lo largo de toda su vida, que yo misma acometí en 1998Ángeles Egido León, Manuel Azaña, entre el mito y la leyenda, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998..

Hay, no obstante, dos momentos cenitales que concentran la atención en torno a su figura: 1980 (centenario de su nacimiento) y 1990 (cincuentenario de su muerte). En realidad, desde 1975 la bibliografía sobre Azaña siguió una curva ascendente que culminaría en la Transición. En torno a estos años se publicaron los estudios más completos sobre Azaña, se editaron sus discursos parlamentarios, algunos de sus mejores textos, los apuntes de memoria, la correspondencia con Rivas CherifEntre ellos, Causas de la guerra de España, prólogo de Gabriel Jackson, Barcelona, Crítica, 1986; Fresdeval (novela), edición a cargo de Enrique de Rivas, con introducción de José María Marco, Valencia, Pre-Textos, 1987; Apuntes de Memoria (inéditos), Guerra civil (mayo 1936-abril 1937) (diciembre 1937-abril 1938) y Cartas (1938-1939-1940), seguidos de Comentarios y notas a «Apuntes de Memoria» de Manuel Azaña y a las cartas de 1938, 1939 y 1940, edición al cuidado de Enrique de Rivas, Valencia, Pre-Textos, 1990; Cartas, 1917-1935 (inéditas). Manuel Azaña-Cipriano de Rivas Cherif, edición, introducción y notas de Enrique de Rivas, Valencia, Pre-Textos, 1991; Manuel Azaña. Discursos parlamentarios, edición y estudio preliminar de Javier Paniagua Fuentes, Madrid, Publicaciones del Congreso de los Diputados, 1992. y se reeditaron las Obras completas en la edición de Marichal, esta vez en Madrid (Giner, 1990). A ellos hay que añadir otros dos puntos de inflexión: 1984, cuando se encontraron en la Dirección General de Seguridad de Madrid los documentos de Azaña que habían sido requisados en Francia por la policía de Hitler, en la casa de Pyla-sur-Mer en 1940, y 1996, cuando se produce el descubrimiento y la devolución de los tres cuadernos robados de las memorias que tenía Franco. Estos últimos se publicaron casi inmediatamente (con una cuidada introducción de Santos Juliá)Manuel Azaña. Diarios, 1932-1933. «Los cuadernos robados», introducción de Santos Juliá, Barcelona, Crítica, 1997., mientras que los primeros, un buen número de cartas, discursos y, sobre todo, papeles de trabajo de un intelectual, lo que nunca dejó de ser Azaña, permanecían inaccesibles para el gran público.

Este hecho bastaría para justificar, como lo hace Santos Juliá en el preámbulo del primer volumen, una nueva edición de las Obras completas, esta vez más completas, al añadir ordenadamente todos estos materiales que habían ido apareciendo de forma escalonada. Sin embargo, como el propio editor reconoce, sólo la incorporación de dos textos completos, y fundamentales de Azaña, que se conocían pero que no pudieron incluirse en la edición de Oasis, la justificarían ya suficientemente. Me refiero a El problema español (1911) y, sobre todo, a la Apelación a la República (1924). El primero se publicó en la obra colectiva de Vicente Alberto Serrano y José María San Luciano, sin duda bien conocida por los especialistas, pero alejada del gran público. Del segundo existía una edición independiente, prologada por el propio Santos Juliá, en Crisol, ya de muy difícil localizaciónEl problema español y Un año de dictadura, en Vicente Alberto Serrano y José María San Luciano (eds.), Azaña, Madrid, Edascal, 1980; 2.ª ed. corregida y aumentada, Alcalá de Henares, Fundación Colegio del Rey, 1991; Apelación a la República (La Coruña, 1924), edición del texto original y completo, prólogo de Santos Juliá, Madrid, Aguilar, 1990.. Ambos son textos fundamentales para conocer el pensamiento de Azaña y resultan, todavía hoy, excepcionalmente modernos. Ahora pueden leerse en el contexto cronológico en que se escribieron y enlazarse con los avatares personales y políticos del autor.

Las nuevas obras completas se agrupan en siete apretados volúmenes, frente a los cuatro de Marichal. La primera diferencia notable respecto a la edición anterior es la organización. Mientras Juan Marichal, grosso modo, primó la agrupación temática sobre el orden cronológico, Santos Juliá ha preferido apostar prioritariamente por el segundo, siguiendo la propia trayectoria vital del autor, lo que permite comprobar hasta qué punto en Azaña se enlazaban la vida política con la personal e intelectual. Se exceptúan los textos que el propio Azaña decidió no publicar, incluidos en el tomo siete. El editor lo justifica: si Azaña consideró oportuno mantenerlos en el cajón, su editor hace lo propio relegándolos a un tomo final de inéditos, con la excepción de la Vida de don Juan Valera, por la que Azaña obtuvo el Premio Nacional de Literatura en 1926, y de algunas declaraciones ante los tribunales, relacionadas con el proceso que sufrió en 1934. La nueva ordenación y la inclusión de textos antes dispersos en el lugar que les corresponde, que permite reconstruir la ilación de los acontecimientos, constituyen, por sí mismos, una aportación de esta nueva edición.

En cuanto al criterio seguido para la selección, se incluyen todos los textos de Azaña publicados hasta hoy de forma dispersa: libros, folletos, discursos, conferencias, entrevistas, cartas, etc., y todos sus artículos en revistas y periódicos de la época, especialmente la colección completa de los publicados en las revistas que él dirigió: La Pluma y España; todas las conferencias y discursos no publicados que escribió entre 1902 y 1930, y los textos manuscritos no publicados en vida, pero conservados entre sus papeles personales (con la excepción ya subrayada); todos los discursos pronunciados en las Cortes entre 1931 y 1936 y los de la campaña de 1936 (no demasiados) no publicados hasta ahora, y toda la correspondencia, entre ella la intercambiada con Cipriano de Rivas Cherif, ya publicada por Enrique de Rivas IbáñezVéase nota 8., ahora en su correspondiente lugar cronológico. Y, quizá lo más novedoso, las declaraciones, entrevistas y notas diplomáticas, especialmente del período de la Guerra Civil, que se conservaban en los archivos diplomáticos o en la prensa de la época y que permiten comprobar la actividad que Azaña desarrolló durante la contienda, desmontando esa imagen negativa que le persiguió durante tantos años.

En cuanto a la organización interna de cada volumen, todos siguen el mismo esquema, agrupando los textos en tres grandes apartados: 1) Escritos y discursos; 2) Diarios; y 3) Cartas, del período correspondiente a cada tomo. En consecuencia, en el primero, que abarca los años 1897-1920, están los artículos de Brisas del Henares, Gente Vieja, La Correspondencia de España y los enviados desde Francia para El Fígaro y El Imparcial; sus discursos en la Academia de Jurisprudencia y textos importantes para conocer el pensamiento de Azaña, como la conferencia sobre El problema español, Reims y Verdún o Los motivos de la germanofilia. También sus Estudios de política militar francesa y todos los textos del período que reflejan una intensa actividad política ya en estos años. También los diarios, con todas las anotaciones efectuadas entre 1911 y 1918, que llenan unas ciento treinta páginas, y las cartas del período cronológico comprendido en el volumen. Los diarios tienen la misma estructura que los posteriores, sus conocidas Memorias políticas y de guerra, sin duda el texto más difundido y conocido de Azaña, que editó Crítica, desgajado de las Obras completas, en 1978. Son, en realidad, dietarios: una especie de agenda en la que Azaña recogía, a menudo muy escuetamente, lo que había hecho durante el día. Escribía casi siempre medio párrafo diario, deteniéndose en las descripciones del paisaje e incluyendo comentarios sobre las personas que trataba y conocía. Estos comentarios fueron los que más le perjudicaron a posteriori, porque Azaña escribía para sí mismo y expresaba libremente su opinión, con la acidez, la ironía –y también la aguda inteligencia– que le caracterizaban. A mi juicio (al margen de la terminología ya asentada por el tiempo), estas anotaciones no pueden considerarse ni diarios ni memorias, sino meros apuntes de uso personal que conservan la frescura de la primera impresión y el valor de haber sido redactados al calor de los hechos. Sólo –subraya el editor– los de 1937, que fueron reescritos en el exilio para una publicación en Estados Unidos, que no llegó a hacerse realidad, merecen el nombre de Memorias políticas y de guerra, en tanto que fueron escritos después de los hechosManuel Azaña, Obras completas, edición de Santos Juliá, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, introducción al tomo III, p. XXVII..

En el segundo volumen encontramos todo lo comprendido entre junio de 1920 y abril de 1931. Lo más importante, sin duda, el texto completo de Apelación a la República (mayo de 1924), que es todo un programa de pensamiento y acción política y que ahora tenemos, por primera vez, ocasión de leer en el contexto personal y político en que lo escribió. Encontramos también los diarios de 1920 a 1928, que ocupan apenas veintiséis páginas. La correspondencia es más interesante: Unamuno, Ortega, además de José María Vicario o Cipriano de Rivas Cherif. Las cartas a Cipriano confirman lo que eran: amigos con empresas literarias entre manos. Una breve carta a Ortega es para confirmar una cita. Más elocuente es la correspondencia con su jefe político, Melquíades Álvarez, que ratifica el alejamiento de Azaña del reformismo y su apuesta por la RepúblicaIbídem, II, p. 1056..

El tercer tomo empieza en abril de 1931 y termina en septiembre de 1932. Ya se ha proclamado la República y los papeles de un intelectual, con una actividad política más intensa de lo que hasta ahora habíamos creído, dejan paso a la acción de un hombre de Estado. Encontramos, por tanto, discursos, declaraciones y entrevistas, pero también decretos y órdenes del Ministerio de la Guerra, además de los diarios y las cartas. Aquí vemos al hombre de acción en todo su esplendor. Pueden leerse los famosos preámbulos de sus decretos que tanto malestar causaron entre los militares de la época y las anotaciones diarias, desde el 2 de julio de 1931 hasta el 10 de septiembre de 1932, que ocupan casi trescientas páginas. Estos son los primeros cuadernos de lo que conocíamos como sus Memorias políticas y de guerra, con la adición de las anotaciones contenidas en el primer cuaderno robado que, lógicamente, no estaba en la edición de Marichal y que corresponde a un momento crucial: el golpe del general Sanjurjo. Siempre se sospechó que Franco conservó este cuaderno por las opiniones que en él se vertían sobre sus compañeros de profesión: los militares implicados en la Sanjurjada. La correspondencia de este período es elocuente: cartas al cardenal Vidal y Barraquer y al Nuncio.

El cuarto tomo se inicia en septiembre de 1932 y llega hasta octubre de 1933. El contenido de este volumen refleja fundamentalmente al Azaña político. Hay que destacar las entrevistas, hasta ahora dispersas en la prensa de la época, y especialmente sus declaraciones sobre sucesos importantes del período, en torno, por ejemplo, a la rebelión anarquista de enero de 1933. Los diarios incluyen en su lugar cronológico correspondiente las anotaciones del segundo (28 de noviembre de 1932 a 28 de febrero de 1933) y tercer (1 de junio a 26 de agosto de 1933) cuadernos robados que no estaban en la edición de Oasis. Es decir, completan el grueso de sus memorias políticas de la república en paz. Se confirma, pues, que Azaña sólo escribía cuando estaba en el gobierno. La correspondencia ocupa unas pocas páginas, apenas seis, con cartas al cardenal Vidal y Barraquer, a Francesc Maciá, Marcelino Domingo y Francisco Barnés.

El quinto tomo, sensiblemente menos grueso, porque corresponde al segundo bienio republicano, cuando Azaña no tuvo responsabilidades de gobierno y, por tanto, no escribió lo que conocemos como sus memorias, coincide con el período comprendido entre noviembre de 1933 y julio de 1936: poco más de cuarenta páginas en una sola anotación (19 y 20 de febrero de 1936). El editor ha considerado oportuno incluir en el apartado de diarios las cartas a Cipriano de Rivas Cherif, probablemente porque contienen opiniones políticas. En este tomo están, no obstante, algunas de las novedades: todos los discursos correspondientes a la campaña en campo abierto, con varios inéditos, como algunos textos nuevos publicados en la prensa de la época (en Ahora, Política, el órgano de su partido, Izquierda Republicana), que Marichal no había recogido; los discursos completos de la campaña de febrero de 1936, previos a la victoria del Frente Popular en las elecciones de 1936; declaraciones a la prensa extranjera… A destacar, entre los discursos, el que pronunció en el Parlamento en la polémica sesión de Cortes del 3 de abril de 1936: el de disolución, que tantas críticas le valió por acceder a ostentar la máxima representación de la República, y los relacionados con su toma de posesión como nuevo presidente, es decir, como jefe del Estado republicano.

El sexto tomo, que abarca el período comprendido entre julio de 1936 y agosto de 1940, permite seguir las gestiones que Azaña realizó, desde que comenzó la contienda, para lograr la paz. Puede advertirse aquí lo que, a mi juicio, tiene más importancia de la nueva edición: el interés de Azaña desde el mismo comienzo de la guerra en ponerle fin, sus continuas intervenciones para lograr una paz equitativa, su convicción de que sólo podía hacerse a través de una mediación internacional. La Guerra Civil fue una cuestión interna: el origen de la guerra estaba en España. Era, no cabe duda, una cuestión entre españoles. Pero la inmediata intervención de las potencias extranjeras la convirtió en un conflicto cuya solución pasaba por la retirada de las tropas extranjeras, de uno y otro bando, que no estaban equiparados en cuanto a la intensidad, continuidad y volumen de la ayuda internacional recibida. A destacar el texto completo –obviamente ya conocido, pero nunca suficientemente leído– de La velada en Benicarló, sin duda la reflexión más lúcida que se ha hecho sobre la guerra de EspañaLa velada en Benicarló. Diálogo de la guerra de España, prólogo de Manuel Aragón, Madrid, Castalia, 1974 (reed. Castalia, Madrid, 2005).. Los diarios y apuntes de memoria son los que ya conocíamos por la edición de Marichal: Cuaderno de La Pobleta, Pedralbes y la Carta a Ángel Osorio (aunque aquí transcrita a partir del texto original mecanografiado por Azaña), pero con la adición –en su correspondiente lugar– de los Apuntes de Memoria desde julio de 1936 a abril de 1937, publicados por Enrique de Rivas. Lo más importante, las más de cien páginas de cartas y telegramas que dan idea de la actividad que desarrolló Azaña durante la guerra, constituyendo ésta, a mi juicio, una de las aportaciones sustanciales de la nueva edición.

El séptimo tomo, en fin, agrupa los inéditos y se nutre esencialmente de los papeles incautados por la Gestapo y por la policía franquista en la casa de Pyla-sur-Mer (Arcachon), adonde se había trasladado Azaña después del estallido de la guerra mundial, aparecidos en la DGS de Madrid en 1984 y entregados dos años después a su viuda, Dolores de Rivas Cherif. Encontramos fundamentalmente apuntes y escritos de juventud entre 1899 y 1910, papeles propios de un intelectual redactados a caballo entre Madrid y París, entre 1910 y 1920, y notas sobre literatura y política entre 1920 y 1939. Aquí está el Azaña menos conocido, el anterior al Ateneo, el joven que llegó recién licenciado a Madrid. Estas páginas, a juicio de su editor, desmontan la imagen de señorito benaventino que describió Marichal. Sin embargo, el propio Azaña confesó más tarde que nunca fue más feliz que cuando se trataba sólo «con profesores y putas»: es decir, aunque vivió la vida, también trabajó. Debe hacerse mención de una novela hasta ahora completamente ignorada: La vocación de Jerónimo Garcés, que ocupa unas cien páginas, en la que Azaña rememora con ternura la figura de su madre, una expansión íntima que hasta ahora no habíamos sospechado, porque en sus escritos conocidos no había referencias maternas.

A la hora de valorar las aportaciones de esta nueva edición hay que subrayar, sin duda, la decisión de apostar por el escrupuloso orden cronológico, que permite dibujar una imagen más completa de Manuel Azaña: se suceden en el tiempo y en el espacio las expansiones personales (los llamados diarios), los escritos propios de un intelectual (artículos, novelas, reseñas, ensayos, traducciones…) y los textos políticos, que revelan, una vez más, la profundidad y modernidad de su pensamiento. La apuesta del editor implica, no obstante, una desmembración de su obra más leída: las llamadas Memorias políticas y de guerra, que en la edición de Marichal (y en la de Giner, que la reproducía fielmente) estaban agrupadas en el cuarto y último tomo. Ahora están colocadas en su lugar cronológico, lo que obliga, para poder consultarlas, a tener más de un volumen sobre la mesa. Surge, igualmente, la duda sobre la decisión de agrupar los inéditos al final: ¿hasta qué punto es legítimo –se pregunta el editor– publicar lo que el autor no consideró suficientemente maduro para llevarlo él mismo a la imprenta? La opción elegida permite, no obstante, consultar de un tirón el grueso de las novedades de la edición. Hay que subrayar también la fortuna de poder leer las versiones completas, y debidamente comprobadas a partir de los manuscritos originales –la labor del editor en este aspecto ha sido impecable– de la Apelación a la República, a mi juicio el más importante, El problema español, los discursos parlamentarios, las entrevistas o las cartas, y comprobar, una vez más, que la obra de Azaña tiene un significado singular, que la aleja –para bien– a mucha distancia de la de sus contemporáneos. Se trata de una gran obra, que permite comprobar la enjundia del personaje histórico, la solidez de su pensamiento político y el alma de la persona que había detrás en toda su magnitud.

En el aspecto intelectual, resulta evidente que Azaña fue un autor prolífico y polifacético. Abarcó varios géneros literarios: novela, drama, ensayo, crónica periodística, sin olvidar los diarios, la crítica literaria, las traducciones o las reseñas. La nueva edición permite comprobar, por otra parte, su profunda formación. Los papeles y notas recuperados ponen de manifiesto (además del manejo de libros que no estaban disponibles en España) un interés y un poso intelectual no muy común entre otros miembros de su generación. Aspecto que queda igualmente en evidencia en las reseñas que escribió, sobre todo para La Pluma y para la revista España, donde queda patente que estaba al corriente de lo que se publicaba no sólo en España, sino también en Europa y en América. Paralelamente redescubrimos otra faceta poco aireada de Azaña: su labor de traductor. Siempre se ha sabido que Azaña conocía bien el francés, el inglés (aunque no lo hablaba) y algo de alemán. Tradujo total o parcialmente, casi siempre por encargo, al menos diecinueve obras: quince del francés (dos de ellas –realizadas en colaboración con Rivas Cherif– desaparecidas) y cuatro del inglés. Catorce se publicaron durante su vida, de otra sólo vio la luz un fragmento en La Pluma (la traducción completa no aparecería hasta 1966 en la misma editorial que la encargó), y la última se incluye en esta nueva edición de las Obras completas. Las tres restantes, salvo una de la que se conserva un ejemplar manuscrito en los archivos del Museo Casona de Tudanca (Cantabria), permanecen desparecidasAgradezco esta información al profesor Enrique Moral Sandoval, que me cedió, antes de que se publicase, su documentado estudio «Las traducciones de Manuel Azaña. (En torno a una conferencia de Enrique Tierno Galván)».. Se trata, en su mayoría, de novelas de autores franceses: Mme. de Staël, Voltaire, Clemenceau y Mme. d’Épinay. También tradujo tres obras de teatro, entre ellas la de Molière incluida en la nueva edición, ensayos de Bertrand Russell y Benjamin Constant, y libros de viajes, quizá los más conocidos: La Biblia en España y Los Zincali: Los gitanos de España, de George Borrow. Este libro se reeditó en 2000, conservando la traducción que en su día hizo AzañaVéase la reseña en El País, 26 de agosto de 2000..

En el aspecto político, las nuevas aportaciones ponen de manifiesto un compromiso mayor con el reformismo del que hasta ahora suponíamos, revelando una actividad política bastante intensa entre 1913 y 1923. También una mayor actividad intelectual entre 1920 y 1923. Es decir, una presencia intelectual y política mucho más activa de lo que creíamos hasta ahora. Incluyen igualmente todo el proceso que llevó a que Azaña fuera juzgado y apresado en 1934 por sus supuestas implicaciones en la revolución de Asturias y en la proclamación del Estado catalán, dejando fuera de duda la firmeza con que se opuso a ambas. Hay, sobre todo, revelaciones importantes de los años de la guerra: toda la campaña internacional, diplomática, que hizo Azaña durante la Guerra Civil para conseguir la paz, que queda más en evidencia ahora, porque se incluyen entrevistas con periodistas extranjeros, notas o gestiones que sacan a la luz un aspecto muy poco conocido de su actividad durante la contienda. Merece la pena detenerse en las anotaciones que hizo a propósito de la visita del jefe del gobierno francés, Édouard Herriot, a España en noviembre de 1932, de la que en buena medida partieron las acusaciones sobre su desinterés, ahora ya claramente desmentidasAnalizamos a fondo esta polémica en «Azaña y Herriot», en Ángeles Egido León (ed.), Azaña y los otros, Madrid, Biblioteca Nueva, 2001, pp. 103-126..

Pero, al margen de las novedades y de la reordenación, lo que hay que destacar es que se pone una vez más de manifiesto que Azaña poseía un pensamiento político excepcionalmente maduro y que reivindica la capacidad del Estado para transformar la sociedad (el Estado educador), la posibilidad de hacerlo desde la ley y a través de la ley, y que se apoya en el pueblo –en la responsabilidad de las multitudes, tal y como tituló su tesis doctoral–, capaz de asumir ese cambio sin conductores providenciales dispuestos a dirigirlo. Eso es lo que le diferencia de los regeneracionistas y lo que le aleja del reformismo. Y lo que explica también su apuesta por el pacto con los socialistas, única forma eficaz de conculcar el peligro de revolución social. No cabe duda, en cualquier caso, de que el de Azaña es el pensamiento político más cercano, más identificado con la actual democracia que tenemos en la historia contemporánea de España.

Esta excelente edición, con una escrupulosa labor del editor, que coteja los textos manuscritos con las versiones mecanografiadas e incluye entre corchetes los cambios que el propio autor consideró oportunos, se complementa con sugerentes y oportunas introducciones a cada volumen y, en el aspecto formal, con una elocuente sucesión de fotografías de Azaña en el lomo de cada volumen, lo que permite comprobar de un vistazo la evolución física del personaje. Incluye como colofón la grabación de su voz: lo que se conserva del último discurso que pronunció en el Ayuntamiento de Barcelona el 18 de julio de 1938 antes de la ofensiva del Ebro. En él queda reflejado su convencimiento de que la primera batalla perdida por Francia y Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial fue la guerra de España. Reflexiona también, desde el punto de vista político-moral, sobre el resultado final de la contienda: después del exterminio recíproco, habrá que acostumbrarse a vivir en paz. No cabe más solución que paz, piedad, perdón…

Es el último mensaje de un hombre que fue, por encima de todo, un demócrata convencido. Y como tal hay que reivindicarlo. Fue el jefe de la primera democracia que hubo en España: la Segunda República, y como tal hay que recordarlo. Fue un político de talla, un intelectual que no desmereció entre los demás miembros de su generación, la del 14, y un hombre que ganaba terreno en las distancias cortas. Una figura histórica, en todo caso, que generó y sigue generando grandes pasiones. Esta nueva edición proporciona, en fin, una nueva ocasión para leer a Azaña, que es, en definitiva, de lo que se trata. Porque de Azaña siempre se aprende.

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