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La visión de los austríacos

Autobiografía de un liberal

LUDWIG VON MISES

Unión Editorial, Madrid, 215 págs.

Trad. de Juan Marcos de La Fuente

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En la historia de las doctrinas económicas, la escuela austríaca presenta algunas características especiales dignas de mención. En primer lugar, se trata de un enfoque que, tras haber desempeñado un papel muy importante en el período comprendido entre el último tercio del siglo XIX y la Segunda Guerra Mundial, fue dejado de lado y pasó a ocupar sólo un puesto marginal en la enseñanza de la economía de las principales universidades del mundo. Y ello a pesar de que las aportaciones realizadas por los economistas austríacos al campo del análisis económico han sido de enorme importancia; y algunas de las ideas que hoy consideramos elementos básicos de la teoría económica fueron desarrolladas por los economistas de esta escuela. Una segunda peculiaridad es su denominación misma, ya que el término «austríaco» se usa, cuando se hace referencia a este grupo de economistas, con un criterio doctrinal, no geográfico. Hace algunos años era habitual utilizar como sinónimos los términos escuela austríaca y escuela de Viena. Hoy esta última expresión ha caído en desuso, seguramente por el hecho de que ya no hay casi economistas «austríacos» en aquella ciudad; pero los hay, en cambio, en otros países, especialmente en los Estados Unidos.

Muchos de quienes, en este sentido, se consideran hoy «austríacos» piensan que Ludwig von Mises fue el economista más importante del siglo XX . Como esta idea dista, sin embargo, de tener amplia aceptación, y como la mayoría de los economistas jóvenes de nuestros días no serán capaces, seguramente, de explicar qué es lo que diferencia la obra de Mises de la de otros economistas liberales de su época, resulta muy de agradecer la publicación de una edición española de sus Notes and Recollections , que con una cierta exageración e infidelidad a las intenciones de su autor, el traductor ha denominado «Autobiografía». Y hablo de esta supuesta infidelidad porque, en el prefacio de este mismo libro, su esposa Margit cuenta que, en los últimos años de su vida, trató de convencer a Mises para que escribiera una auténtica autobiografía. Pero éste le respondió: «Ya tienes un manuscrito. No es necesario que la gente sepa más sobre mí». Y parece que Mises creía que su vida no era interesante. Poco hay de experiencias personales, en efecto, en este texto, que se centra mucho más en el mundo de las ideas que en el de las vivencias. Y hay que señalar, además, que la obra –escrita en 1940– termina en 1938, el año de la anexión de Austria al Reich alemán, contra la que tanto luchó Mises; treinta y cinco años transcurrirían aún hasta la muerte del autor, quien vivió casi todo este último período en los Estados Unidos, testigo de cómo la ciencia económica se desarrollaba en sentido contrario a muchas de sus más profundas convicciones.

Hijo de un ingeniero de los ferrocarriles austríacos, Ludwig von Mises nació en Lemberg en 1881. Estudió derecho y economía en Viena; y, tras doctorarse en 1906, pasó a formar parte del seminario de Böhm-Bawerk. Trabajó después como economista de la Cámara de Comercio de Viena y como profesor en la universidad de esta ciudad, dedicando especial atención en esta primera época a la teoría y a la política monetaria. En 1934 abandonó Viena al ser nombrado profesor del Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra. Preocupado por la situación de Europa, ya en guerra, emigró, como otros muchos destacados economistas austríacos –Schumpeter, Machlup, Morgenstern y Haberler, por citar sólo algunos de los más destacados– a los Estados Unidos. En este país nunca consiguió ser nombrado catedrático, pero durante más de veinte años dirigió un seminario en la Universidad de Nueva York, en el que se sentaron las bases de lo que sería la moderna escuela austríaca norteamericana. Y también fue en Estados Unidos donde publicó su obra más importante, Acción humana.

Si por algo es conocido Mises hoy es por su firme creencia en las ideas liberales y en la economía de mercado. Visto desde nuestro mundo actual, su mayor mérito fue, seguramente, explicar con claridad por qué el mercado es la institución más adecuada para la asignación de recursos en una sociedad y por qué el socialismo está condenado al fracaso; y su aportación básica aquí es la idea de que una planificación eficiente exigiría disponer de una enorme cantidad de información que ningún gobierno será nunca capaz de obtener. Por ello podría pensarse que el enemigo a combatir en este libro sería necesariamente el socialismo marxista, que, por otra parte, tan directamente conoció Mises en la Viena del primer tercio del siglo. Pero esto no es así. Si alguien desempeña en esta obra el papel de bestia negra son los historicistas alemanes, de los que se presentan retratos crudos e inmisericordes. El creador de la nueva escuela histórica, Schmoller, aparece así como un personaje nefasto, que no sólo estaba equivocado en sus planteamientos, sino que, además, ejerció un control férreo sobre la provisión de cátedras en Alemania –el catedrático cacique no es una creación exclusiva del ingenio español–, impidiendo el acceso a la docencia a quienes no pensaran como él. Los resultados lamentables que aquella estrategia tuvo en el desarrollo de la ciencia económica alemana están hoy fuera de duda. Más duro es aún Mises con los discípulos de Schmoller, y especialmente con Sombart, a quien consideraba el más dotado de los alumnos de aquél. La historia que presenta de estos personajes no sólo es la de su incompetencia científica, sino además la de su bajeza moral. Partidarios entusiastas del imperio primero, socialistas después y nacionalsocialistas cuando llegó el momento, su única doctrina coherente parecía ser el estatismo bajo cualquiera de sus formas, y el rechazo de cualquier cosa que se asemejara al liberalismo, y especialmente de cuanto recordara al pensamiento económico anglosajón.

Junto al rechazo de lo equivocado, la defensa de las propias ideas. Autobiografía de un liberal es una excelente introducción a los fundamentos teóricos de la economía austríaca. Como es fácilmente comprensible, Mises y sus discípulos están en las antípodas del keynesianismo, no sólo por lo que esta doctrina representaba para el fortalecimiento del poder económico del Estado, sino también por la teoría económica en la que se basan sus recomendaciones de política económica. Pero esta discrepancia en el campo de la teoría la extendió también nuestro autor al análisis microeconómico neoclásico; y no por que éste mostrara esa fe en el Estado que Mises rechazaba, sino por sus propios fundamentos metodológicos. Mises podría coincidir con un economista como Milton Friedman en sus pocas simpatías por el crecimiento del sector público. Pero el método de la escuela de Chicago, basado en la construcción de modelos formalizados, cuya validez se debía contrastar con la realidad, era algo muy lejano para un economista que consideraba que la contrastación empírica de la teoría económica tenía muy poco sentido. Para Mises, en efecto, la teoría económica es una ciencia por completo apriorística, cuyos teoremas se obtienen por deducción a partir de unos postulados iniciales. La mayoría de los economistas piensan que la contrastación permite falsar una teoría, en el sentido de Popper. Pero para los austríacos la observación de la realidad pasada es un simple ejercicio de historia económica, sin capacidad alguna para rechazar la validez de una determinada proposición.

En este y en otros aspectos de su pensamiento –como su insistencia en el papel desempeñado por la función empresarial o en la relevancia del análisis dinámico–, los economistas más radicales de la escuela austríaca han hecho amplio uso de la obra de Mises para poner énfasis en las diferencias que separan su enfoque del neoclásico hoy dominante en economía. Esta postura no es compartida, sin embargo, por todos los economistas de la escuela austríaca, entre ellos por el propio Hayek, que siempre consideró que más que la formación de un grupo diferenciado, lo importante del pensamiento austríaco había sido la incorporación de algunas de las ideas fundamentales de la escuela al pensamiento económico dominante. Pero los seguidores directos de Mises suelen rechazar esta visión más conciliatoria.

Otra característica del enfoque austríaco que puede resultar muy llamativa en nuestros días es su rechazo generalizado de la economía matemática. A este respecto escribe Mises: «Toda la economía matemática es un inútil juguetear con bellas ecuaciones y curvas». Y con una sorprendente fe en sí mismo –y bastante poco sentido histórico también– no duda en afirmar que, en sus trabajos sobre teoría monetaria, dio el «golpe mortal» –son palabras literales– a la economía matemática. Siempre he pensado que uno de los puntos más interesantes de la historia de la metodología matemática aplicada al análisis económico es el rechazo de este método por parte de los economistas austríacos. El hecho resulta un tanto paradójico, por cuanto el origen de su teoría coincide con el del análisis marginalista, que es el que dio el paso definitivo hacia la formalización matemática de la teoría económica. Parece, por tanto, que el análisis de los economistas austríacos debería prestarse a ser formalizado matemáticamente; aunque haya algún elemento, como el papel que la incertidumbre desempeña en su modelo, que plantee mayores dificultades. Pero tanto la actitud de Mises como la de sus predecesores y la de sus propios discípulos vino condicionada, sin duda, por una serie de causas históricas y culturales que acabarían creando a los economistas austríacos serios problemas para conseguir que sus ideas tuvieran mayor influencia en la ciencia económica de nuestros días.

Aunque Mises fue, ante todo, un economista, su amplitud de miras y su interés por el desarrollo de la compleja sociedad en la que le tocó vivir hacen que este libro constituya un excelente documento sobre la evolución de la cultura en Centroeuropa en momentos decisivos de su historia. Dado el contraste entre el pensamiento del autor y la dura realidad que le tocó vivir, toda la obra refleja la melancolía de quien ha visto claramente caminar hacia el suicidio a la civilización con la que se siente identificado. Nada resume mejor la actitud de nuestro autor que la frase con la que compendia, en tono pesimista, lo que fue su vida: «Quería convertirme en un reformador –escribe– y en cambio me he convertido sólo en el historiador de la decadencia».

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