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Esplendor y miseria del Renacimiento español

El hereje

MIGUEL DELIBES

Destino, Barcelona, 1998

504 págs.

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La primera mitad del siglo XVI es una de las épocas más fascinantes de la historia y de la cultura españolas. Por espacio de unos cuantos años, España fue un país receptivo a las tendencias de renovación espiritual que llegaban del norte de Europa, un país libre, cosmopolita, abierto al mundo. El clima espiritual de España y de Europa en aquellos años era singularmente rico y variado. La defensa de la religión interior y del retorno a la fuente crística y evangélica que proponía Erasmo se enfrentaba con la religión de las bulas, las indulgencias y los rituales de la iglesia oficial. Por doquier aparecían tendencias místicas. El iluminismo prendió con fuerza en España. Los abandonados, convencidos de que podrían alcanzar a Dios si lograban vaciar la mente de pensamientos, practicaban una especie de meditación zen, mientras que los adeptos del recogimiento pretendían encontrar a Dios no entre los mármoles y los dorados de la iglesia, sino en la iglesia interior del santuario del corazón.

Este es el contexto histórico donde se sitúa El hereje, la nueva y muy esperada novela de Miguel Delibes, corona de una vasta y rica carrera novelística y sin duda la obra más ambiciosa de su autor. La novela cuenta la vida de Cipriano Salcedo, un comerciante de pieles de Valladolid que, tras un largo proceso de desencanto con la religión oficial, acabará uniéndose al círculo "protestante" del doctor Cazalla y el noble Carlos de Seso (ambos personajes históricos) y sufrirá las consecuencias, como tantos otros, de la persecución desatada contra los "herejes" en 1558. Según Bataillon, no es probable que el grupo de Cazalla (de quien no han quedado escritos y cuyo proceso se ha perdido) fuera realmente protestante; su orientación debía de estar más bien dentro del iluminismo erasmista de Juan de Valdés, que el noble italiano Carlos de Sesso (en la novela Carlos de Seso) se habría ocupado de traer de vuelta a España a mediados de siglo.

Podemos inscribir El hereje dentro de la tendencia espiritualista que parece general a las artes de nuestro fin de siglo. No es sólo por la proximidad del año 2000 (aunque no cabe duda de que la proximidad del año 2000 nos proporciona la justificación numérica que necesitábamos); lo cierto es que todos presentimos que estamos viviendo un cambio de época, que quizá sea tan radical y tan decisivo para todo lo que venga después como el que vivieron los hombres del Renacimiento. Los valores antiguos se desmoronan. Por decirlo con palabras de Yeats, "las cosas que llevábamos pensando tanto tiempo ya no podemos seguir pensándolas más tiempo". No es difícil establecer un paralelismo entre los tiempos que vivimos y la primera mitad del siglo XVI, con su revisión de valores, sus sectas floreciendo por doquier, su ebullición espiritual.

Sin embargo, Delibes no ha querido llevar su historia por el sendero de la discusión espiritual, sino por el de la ética. Frente a la lujuria de detalles sobre telas, modas, comunicaciones, alimentación, medicina o costumbres diversas con que nos regalan las cuantiosas y acogedoras páginas de El hereje, la riqueza y variedad de tendencias espirituales del siglo aparece apenas esbozada. El sentido de la fábula de Delibes se orienta más bien al viejo tema del altruismo contra el egoísmo, de la libertad contra la represión. En El hereje España es el país de la Inquisición ebrio de piras, mazmorras y sambenitos de que hablaron Sade, Poe, Maturin y otros románticos, y Felipe II (en este año, precisamente en que los carteles conmemorativos de su centenario le llaman "príncipe del Renacimiento") el monarca que traerá el fuego y el castigo. Por contraste, Cipriano Salcedo, Carlos de Seso y los otros "protestantes" representan la libertad, la independencia de pensamiento, la conciencia social y, en definitiva, el espíritu moderno y progresista. Pero ¿hacía falta invocar a estas imágenes en blanco y negro, a estas simplificaciones melodramáticas?

Lo cierto es que el anacronismo es un ingrediente tan abundante en El hereje que uno llega a preguntarse si no será intencionado. No sólo es anacrónico el lenguaje del narrador, que con sus referencias a "tics", "sectores sociales" o a la "ley de la gravedad" es claramente del siglo XX, sino también el de los personajes. Casi resulta embarazoso recordar que en el siglo XVI no existían "intelectuales" (como lo sería recordar también que la primera persona que utilizó esa palabra en nuestro país fue la condesa de Pardo Bazán), que, aunque la moda haya existido siempre, tampoco existía "el mundo de la moda", que resulta absurdo pensar que un hombre del siglo XVI le diga a otro que en su elección de esposa existen "factores psicológicos", y que lo que él busca en la dama en cuestión es una sustitución de la figura de la madre, o que el otro hombre, al contestar, y dado que la mujer de la que hablan es de clase baja, le acuse de tener "prejuicios burgueses", con lo cual se produce el curioso fenómeno de ver reunidos a Marx y a Freud en el diálogo de unos hidalgos castellanos de tiempos de Carlos V. En otro orden de cosas, no acabamos de explicarnos por qué Juan de Valdés se transforma en la novela en "Juan Valdés", ni por qué los interlocutores del famoso Diálogo de las cosas ocurridas en Roma de Alfonso de Valdés, Lactancio y el Arcediano, se convierten en El hereje en "Latancio" y (como nombre propio) Arcediano.

Resulta, en fin, incomprensible que Delibes, que se ha documentado exhaustivamente sobre tantas cosas para escribir su libro, haya prestado tan poca atención a la forma de hablar de sus personajes, que en todo momento se expresan, escriben, piensan y ven el mundo como personas de nuestra época. Y no sólo es que sean anacrónicos, sino que no son ni la mitad de complejos, ricos y detallados que los fondos, habitaciones y paisajes en que viven.

De cualquier forma, las primeras cien páginas de El hereje contienen quizá los pasajes más brillantes y más mágicos de toda la obra de Delibes. Su famosa prosa "castellana", de ostentosa lentitud y meticulosa deliberación, se emplea aquí en la creación de un verdadero mundo de la imaginación, un universo tridimensional y sensual, iluminado con sinestesias al estilo de Miró y tan prodigiosamente detallado en su perlada, arrugada, drapeada meticulosidad que en algún momento puede traernos a la memoria obras maestras de la reconstrucción "histórica" como La quinta reina de Ford Maddox Ford. Resulta verdaderamente insólito que un autor de la edad y el prestigio de Delibes haya tenido la energía y la generosidad de ampliar de tal forma su mundo expresivo y de crear una obra tan vibrante de felicidad creadora y que parece abrir un mundo nuevo dentro de una trayectoria que era ya, en sí misma, un mundo completo.

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Ficha técnica

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