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Abeconosuya

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Esto es Japón y, en las cosas serias, aquí no hay sorpresas, así que el pasado 14 de diciembre el Partido Liberal Democrático (LDP, por sus siglas en inglés) volvió a ganar las elecciones a la cámara baja de la Dieta, el parlamento japonés. Y aunque su triunfo se ha revalidado con menos escaños –291 en 2014 frente a 295 en 2012– de los que pronosticaban algunos sondeos (uno de ellos había anunciado una horquilla entre 305 y 334 diputados sólo para el LDP), si se cuentan los treinta y cinco que ha ganado el partido Komeito, su fiel aliado, entre ambos alcanzan una mayoría de dos tercios que les permitirá hacer todas las reformas que habían propuesto, incluidas las de la Constitución. Si es que antes no surgen problemas en una mayoría que en legislaturas anteriores ha sido notablemente pendenciera. Es decir, en aritmética parlamentaria, todo sigue igual que antes de las elecciones, con alguna excepción digna de mención. El Partido Comunista, por ejemplo, ha pasado de ocho a veintiún diputados, es decir, de la nada a las más altas cumbres de la miseria.

¿Por qué se empeñó el primer ministro Abe en convocar elecciones cuando podía haber ahorrado al país los 590 millones de dólares que han costado? Una razón simple. Se trataba de apalancar su mayoría antes de que se revelase la escasa sustancia de su estrategia económica para sacar a Japón de sus más de dos décadas perdidas. Los dos primeros años del Gobierno de Abe no han hecho sino seguir con las viejas pautas envueltas en ahora grandes declaraciones y fuegos de artificio mediáticos. Las dos primeras flechas de su programa económico –expansión monetaria (quantitative easing) y estímulo fiscal– no habían dado en la diana. El pasado septiembre trajo la noticia de que el PIB se había contraído en un 1,8% en el segundo trimestre del año, un 7,1% en tasa anual. Los datos del tercer trimestre, pese a las expectativas de los economistas (un crecimiento del 2%), tampoco eran mucho más alentadores: una nueva caída del 1,6% que ha hecho entrar en recesión al país.

La subida del IVA de un 5% a un 8% el pasado abril acarreó una notable caída del consumo, al igual que ya había sucedido en 1997, cuando se introdujo el impuesto. Se suponía que ese aumento impositivo iba a reducir el brutal déficit fiscal (en torno al 240% del PIB, la tasa más alta, de lejos, entre los países de la OCDE), pero la recaudación no ha aumentado porque los japoneses han dejado de gastar. La expansión monetaria, por su parte, también ha contribuido a la espantada. Al abaratar en casi un veinte por ciento al yen respecto al dólar, todas las importaciones han subido de precio en la moneda local como un segundo castigo para los consumidores. En definitiva, la abeconomía no había resultado ser hasta la fecha más que un reedición del llamado «modelo económico japonés», es decir, un crecimiento sostenido en el ahorro doméstico; en una elevada tasa de inversión, especialmente la pública desde los noventa; y en el tirón del sector exterior. Las consecuencias son bien conocidas: deflación continuada, tasas de interés negativas y deterioro del nivel de vida de los asalariados. Los grandes beneficiarios de la abeconomía han sido casi exclusivamente las compañías que cotizan en Bolsa y las empresas exportadoras. Y aun así… En los últimos años muchas de ellas han trasladado sus instalaciones a países cercanos como China, Vietnam, Tailandia, en lo que se ha llamado un proceso de «vaciamiento» (hollowing out) de la estructura empresarial, cuyos beneficios no se notan en la economía doméstica. Si acaso queda un sector local sonriente para 2015 es el del turismo internacional, una exportación estrechamente ligada a la evolución del tipo de cambio. Con la depreciación del yen se espera que llegue a trece millones en 2014 y supere los quince en 2015. Pero el turismo no puede paliar por sí solo las rigideces de la mayoría de los sectores económicos japoneses ni es una fuente de innovación tecnológica. Al cabo, el conjunto de los salarios –y esto es especialmente peligroso– sigue sin crecer, con lo que el aumento de la inflación y, eventualmente, del consumo, ese bálsamo que venden Paul Krugman y otros economistas prodigiosos, tampoco funciona.

En resumidas cuentas, el adelanto electoral ha sido una fuga hacia delante para crear la impresión de que lo que no ha funcionado en los dos últimos años lo hará de seguro entre 2015 y 2018, pues Abe puede prometer y promete que todo va a cambiar, tratando de mantener así la confianza en la abeconomía durante un poco más de tiempo.

Abe resumía su triunfo: «Hemos obtenido un mandato popular para un renovado empujón a la abeconomía». ¿Por cuánto tiempo? No parece que vaya a ser mucho. Si de los resultados en escaños pasamos al porcentaje de votos emitidos, se hace difícil sostener lo del mandato popular. Desde 2009, cuando votó un 69,27% del censo electoral para echar del Gobierno al LDP, la participación electoral ha caído en picado. En 2012, el año de la revancha de Abe, bajó casi diez puntos (59,32%) y en 2014 ha vuelto a caer otros siete hasta el 52,41%. Esas cifras no apuntan precisamente a un ascenso de la confianza popular.

No sorprende, pues, que el primer movimiento de Abe, a los dos días de su triunfo, fuese para firmar con el Keidanren (la patronal japonesa) y el Rengo (la confederación sindical) un acuerdo para «esforzarse en subir los salarios» en 2015. Sólo esforzarse, es decir, otra representación de luz y sonido. Ya se había dado una igual en 2013 y sus resultados han sido manifiestamente mejorables.

La tercera flecha de Abe, aún por utilizar, habrían de ser las reformas estructurales. Esto de las reformas estructurales suele ser algo a lo que los economistas de carril y los políticos recurren cuando no se les ocurre otra cosa que decir. Habitualmente apuntan a cambios en la estructura de los mercados de trabajo. La imagen dominante de Japón es la de un país en el que una gran mayoría de asalariados trabaja en grandes empresas burocratizadas (Japan Inc.) con grandes plantillas, empleo vitalicio y beneficios sociales para sus trabajadores. Nada más lejos de la realidad. Como ha puesto de relieve, entre otros, Sugimoto Yoshio (An Introduction to Japanese Society, 4a ed., Nueva York, Cambridge University Press, 2014), las grandes empresas sólo representan un 15% del total y ocupan al 25,8% de los trabajadores industriales y de servicios; en las pequeñas y medianas trabajaba un 35,5%. Ambos grupos (más los autónomos que colaboran con las empresas) ocupan a la mayoría de la población trabajadora, pero la mayoría de esa mayoría no goza de las mismas ventajas que tienen los asalariados de las grandes empresas. El mercado de trabajo japonés adolece de una profunda diferencia entre ambos grupos de trabajadores. No parece que Abe y el LDP tengan propuestas importantes para cortar la dualidad, lo que hace difícil pensar que el consumo pueda recuperarse y la deflación desaparecer con rapidez.

Otros problemas estructurales son aún de mayor calado. El principal es el envejecimiento de la población japonesa. En 1950, un 35,4% tenía menos de quince años, un 59,6% entre quince y sesenta y cuatro, y sólo un 4,9% sesenta y cinco y más. En 2007 esas cohortes representaban respectivamente el 13,5%, el 65% y el 21,5%. La proyección para 2050 anuncia unos porcentajes del 8,6%, 51,8% y 39,6%. Todo lo que el Gobierno propone ante este panorama que él mismo reconoce que puede «poner en peligro la sostenibilidad [de Japón] como país» es un aumento de la tasa de fertilidad (número de hijos por mujer), desde un 1,43 en 2013 hasta un ideal de 2,07 en 2040 (la tasa de reproducción simple es de 2,1). Cómo lograr ese resultado lo fía «a la libre decisión de los individuos», es decir, no existe un plan.

Una hipótesis ampliamente aceptada atribuye ese peligroso envejecimiento al papel subordinado de las mujeres en la vida social japonesa. Todos los hogares del país están sometidos al koseki, una inscripción registral que se mantiene en las oficinas de cada municipalidad y en la que constan el género, lugar y fecha de nacimiento, nombre de los padres, posición en la unidad familiar de cada miembro, nombre del cabeza de familia (hombres en la inmensa mayoría de los casos), así como datos de matrimonio y divorcio. «El sistema de koseki –concluye Sugimoto– preserva las ventajas de los hombres en el orden patriarcal». Un orden que anima a las mujeres a retrasar la edad de matrimonio y a tener el menor número de hijos posible, al tiempo que las mantiene fuera del mercado de trabajo, de las universidades, de las empresas y de la política. Cuando trabajan, lo hacen mayoritariamente, en contra de su voluntad, a tiempo parcial y con salarios muy bajos. Abe ha hablado de cambiar esta situación, pero su trayectoria hace difícil pensar que se proponga algo más que cambios cosméticos.

Mientras la tercera flecha no se dispare con seriedad para una mayoría de japoneses de ambos sexos, la abeconomía seguirá siendo sólo la abeconosuya.

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Ficha técnica

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