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A propósito de El alma está en el cerebro, de Eduardo Punset

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Cuando leo el último libro de Eduardo Punset, El alma está en el cerebro, no es que me sorprenda título tan impactante ni la temática abordada. Viene de lejos este pseudoproblema. Recordemos: ventrículos cerebrales, núcleos de la base, sinapsis, diafragma, píloro, hasta microtúbulos celulares (Roger Penrose) aumentada con «la sangre» con polémica incluida (Calvino-Servet). Lo que sí me asombra es el momento, el siglo XXI, en el auge de las neurociencias.

Voy a hacer un breve comentario, dado el especial modo de tratar y manejar algunos conceptos por falta de exactitud, rigor y seriedad. En primer lugar, voy a referirme a algunas faltas que, si pueden considerarse como tales, cabría ponerlas a cuenta de lapsus calami. Así sucede cuando el autor escribe recordando a René Descartes y Antonio Damasio –separados por cuatro siglos– la frase: «Red Extensa» por «Res extensa». ¿Se trataría de un contagio provocado por el prograna Redes, que con tanto éxito dirige Eduardo Punset?

De modo semejante aparece otro «desliz» cuando leemos «Dermis» en vez de «Vermis». Esto acontece por hablar del cerebelo, que no es el cerebro, aunque sí encéfalo.

¿Qué hubiera escrito el autor si tratara del culmen, declive, techo, etc., del pequeño cerebro? Otros errores –de mayor calado– aparecen cuando atribuye al corazón, y no al cerebro, «ultimum moriens». El autor debe saber también que, en caso de fallecimiento, se acude al E.E.G. (electroencefalograma) y no al E.C.G.
Prosiguiendo nuestra lectura, y a la altura de la página 145, no puede por menos de llamarnos la atención lo que escribe, haciéndose eco de uno de sus invitados: «Ahí se establecen las conexiones neuronales definitivas y sólo durante la adolescencia tardía se produce un fenómeno que llamamos “mielinización”, o conectividad neuronal, que es el estado funcional ideal del cerebro humano». Y pregunto: ¿conoce el Sr. Punset el significado de la mielinización, responsable de la maduración de las neuronas? Proporciona la velocidad adecuada del impulso nervioso y el panorama estructural de la sustancia blanca, dando lugar a lo que denominanos leucoencéfalo. Si esto se predica de la mielinización, no puede asimilarse a la «conectividad neuronal». ¿Qué diría Santiago Ramón y Cajal, más entendido y fundamentado en las conexiones neuronales, que lo condujeron finalmente a la teoría neuronal?

De nuevo aparece otra sentencia del Sr. Punset, cuando pone en conocimiento del lector la existencia de las células nerviosas denominadas «glias», a las que reconoce el papel de «protectoras de las neuronas». Y esto no es así, es mucho más, ya que las neuroglias no actúan como tejido de «sostén» de «modo conjuntivo», sino que cumplen una tarea –y muy importante– de índole fisiológica como: actividades secretorias, metabólicas, tróficas, etc., así como psicológicas: aprendizaje, memoria y, asímismo, como eslabón en la circuitería neuronal.

Por lo que se refiere al fenómeno de las sime­trías y, en su caso, de las asimetrías, no puede tratarse como cuestión de poca monta, ya que su importancia abarca todo el mundo inorgánico-orgánico, aunque en el cerebro posee un valor mucho más notable para concederle un espacio tan escaso. Así sucede para los centros del lenguaje y niveles comportamentales (bihemisfericidad). También podría aplicarse a nivel psicofarmacológico: levogiría y dextrogiría.

Sorprende leer que el cerebro está hecho fundamentalmente para cuestiones corrientes, cuasi caseras, y no para adentrarse en problemas tan difíciles y controvertidos como los que nos muestra la mecánica cuántica. Y es que si, por un lado, se le reconocen al cerebro estructuras que servirán para abordar ta­reas predictivas, lo que ocurre ahora es su restricción a las costumbres habituales.

En principio, el progreso de la ciencia en general, y las neurociencias en particular, deben mucho a estas investigaciones que surgen del quehacer duro y tenaz. Y lo que aquí se trata como salto de la «mecánica clásica a la mecánica cuántica» supone un mejor conocimiento del sistema nervioso en general y del cerebro en particular para poder penetrar en los enigmas biológicos de la «materia-energía-información cerebral» que nos encaminan hacia una neuro­psicobiología en compañía de la biomolecularidad, genómica y demás ciencias duras. A este respecto remito a Shadows of the Mind. A Search for the Missing Science of Consciousness (Nueva York, Oxford University Press, 1994), de Roger Penrose.

También debería referirme a los aspectos poco tratados por el autor cuando escribe acerca de la neuro-endocrino-inmuno-psicología. Pero, de modo especial, me extraña la ausencia de los factores inevitables del hipotálamo. ¿Qué sucede entonces con la motivación, que desde el diencéfalo ayuda a explicar la agresividad, el hambre, la sed, la sexualidad, la defensa, etc. Y tambien el llamativo disbalance entre hipocampo y complejo amigdalino, al respecto de las emociones en detrimento del segundo. Y aún añadiría las recientes aportaciones enriquecedoras en las neurociencias, como complejidad, autoorganización, nanociencia, etc.

A muchas y variadas reflexiones se presta su libro. No entraré en ellas. Sólo deseo que estas acotaciones beneficien a los lectores no expertos en neurociencias y a mí mismo, que vengo desarrollando desde hace más de medio siglo el trabajo en el saber neurocientífico. Siempre puede echarse mano de asesores, tanto los no versados como los especialistas. El cerebro sigue siendo un enigma. Y este es el que hay que desentrañar. Para el alma existen otros entendedores. 

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Ficha técnica

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