Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

Tocar lo intocable

Sara sanea y venda la pierna de un leproso. Es el principio de una tibia mañana. El cooperante francés se ha marchado y le ha tocado a ella reemplazarlo. Es la primera vez que se enfrenta a esa enfermedad, pero le han bastado unas breves instrucciones de la enfermera Inge para hacerlo con eficacia; al fin y al cabo, ha tenido alguna práctica en el manejo de otros tipos de lesiones y lo que tiene que hacer en este caso no es muy distinto. Desbridábamos y vendábamos como autómatas, contaría Sara en una carta; usábamos una asepsia mínima, las pinzas y bisturíes se lavaban con agua y jabón en unas palanganas blancas, pero ni siquiera los pasamos por alcohol, y desde luego, ponemos inyecciones y vendas sin usar guantes.

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Female gaze (III)

Hay una escena en American Hustle, la película de David O. Russell, que reúne en un despacho al agente del FBI, interpretado por el apuesto Bradley Cooper, y a una estafadora, a la que da vida una sensual Amy Adams: el primero quiere que ésta y su compinche engañen a unos políticos corruptos de Nueva Jersey. Sucede que la tensión sexual entre ellos no es pequeña y, en esta escena, Adams finge querer seducir a Cooper, quien, de hecho, le pregunta si está jugando con él. Ella está sentada en la mesa, en una postura insinuante, y cuando él se acerca parece que las pasiones van a desbordarse; pero, por distintas razones, él debe controlarse. Y lo hace, no sin evidentes dificultades, emitiendo un sonoro resoplido animal y retrocediendo unos pasos mientras trata de rebajar su excitación. Quien desee saber cómo evoluciona esta divertida trama de engaños cruzados habrá de ver la película. Lo que aquí nos interesa es la economía con que esta escena sintetiza la larga historia de la autorrepresión sexual o, lo que es igual, el control civilizatorio de los impulsos carnales más elementales. 

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