
La soledad del mitómano
Utilizando al decadente Joris-Karl Huysmans, bien pudiera decirse que Jean-Pierre Melville vivió à rebours de modas y tendencias estéticas, amén de ideológicas. Su cine nace y se desarrolla en unos márgenes prefigurados y delimitados por su cinefilia. Por encima del autor, y, en consecuencia, proyectando luces y sombras sobre su creación, se encuentra el cinéfilo contumaz, el espectador visceral, el devorador frenético de películas. Desde su adolescencia, el director de Círculo Rojo fue un adicto al cine, especialmente en su acepción norteamericana y circunscrita ésta al western y al thriller, forjando una sensibilidad artística personalísima, asaz mitómana y radicalmente obsesiva. Al gusto por el clasicismo cinematográfico Melville añadió el inevitable jazz y una literatura en la que, obviamente, sobresalieron los maestros estadounidenses.