La esquela que venía en portada (I)
Con la melancólica resignación que acompaña también a las celebraciones profundamente asentadas, como la Navidad o el Año Nuevo, los que nos dedicamos a esta agridulce tarea de recensionar libros recibimos las efemérides como una maquiavélica conjura urdida por las editoriales para desmoralizarnos y sepultar de paso en paletadas de tedio nuestro espíritu crítico. Ya no son sólo los centenarios clásicos o los cincuenta años de un acontecimiento, sino que se aprovecha cualquier número redondo (diez, veinte, treinta años) o un simple cuarto de siglo.