
La batuta sí importa
Parece mentira, pero hay personas que también van a la ópera a divertirse. No a pensar, ni a sufrir, ni a ser aleccionados, ni a padecer aberrantes deconstrucciones del repertorio a manos de rusos o alemanes ávidos de épater le bourgeois (casi siempre sin éxito), sino tan solo a pasar un buen rato. Eso, en algunos teatros con ínfulas trascendentalistas (o trascendentaloides), no es empresa nada fácil y, en lo que llevamos de temporada en el Teatro Real, cargamos ya un cúmulo de ingentes dosis de sufrimiento, tanto directo (los dramas y las tragedias se suceden sin remedio, de Moses und Aron a Macbeth, de Boris Godunov a Il prigioniero, de Macbeth a Suor Angelica, y aún nos aguarda la desazón de Wozzeck) como sobrevenido.