Confesiones del comisario tibetano
A los pocos días del banquete del Día del Profesor, vuelvo a encontrarme con el comisario político que me había declarado su eterna amistad o lo que fuera aquello que quería decir con lengua de trapo después de haber bebido en demasía. En esta ocasión, en una cena en casa de otro miembro del departamento, con menos gente, menos etiqueta y más oportunidades para charlar. Lamentablemente, me lo sientan al lado y asignan a una profesora con dominio del inglés para que me traduzca sus reflexiones. Debe de ser una astuta treta del anfitrión para quitarse él de en medio y poder organizar, como así lo hace, una partida de mahjong con los otros tres invitados. No hay escapatoria, así que tengo que escuchar durante un par de horas las confesiones del comisario.