Rostro Pálido se trabaja el sudeste asiático
La mujer musitó algo en su lengua natal, así que no pude entenderlo, pero lo acompañó con un gesto inequívoco que, éste sí, resultaba obvio desde mucho antes de que se empezase a hablar del turismo sexual. Era el mismo que hace años, cuando uno era joven, usaban las pajilleras del Retiro madrileño y de seguro que las palabras ininteligibles serían también las mismas. «¿Le desahogo, señorito?». Por segunda vez me pasaba eso y las dos ocasiones sucedieron en alguna de las peluquerías del anterior aeropuerto de Bangkok, ése que ha cedido el paso al Suvarnabhumi de hoy (Suvanapum abrevian los locales): modernísimo, fosforescente, tetrafónico y sin peluqueras licenciosas. Juro, aunque pocos me crean, que el único placer que yo buscaba en aquellas peluquerías se limitaba al de arreglarme la barba, matando así el tiempo entre dos vuelos. Hay cosas mejores que someterse a manipulaciones de extraños en un espacio semipúblico y, llegado el caso, uno puede componérselas por sí mismo y a coste cero.