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Juan de Herrera y su obra

Juan Herrera, arquitecto de Felipe II

CATHERINE WILKINSON ZERNER

Akal, Madrid, 1996

223 págs.

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Sesenta años después de la publicación del libro de Agustín Ruiz de Arcaute Juan de Herrera, arquitecto de Felipe II, se edita en español otro con el mismo título de la profesora estadounidense Catherine Wilkinson, que ha merecido ya los elogios de una prestigiosa pluma, en el periódico de mayor difusión de España. Editado originalmente en inglés por la Universidad de Yale, con el título Juan de Herrera, Architectto Philip II of Spain (New Haven y Londres, 1993), ha recibido en castellano una edición del mismo formato, tamaño y composición en columnas de la inglesa, pasta dura y excelente impresión; incluye en bibliografía algunas obras aparecidas desde 1993, pero texto y notas permanecen inalterables.

El libro se articula en una introducción, ocho capítulos y un epílogo, cuyos enunciados pretenden trascender los linderos de una biografía clásica, para adentrarse en los campos de la política, la ciencia, la técnica, el arte y la evolución de las formas. Tan ambicioso recorrido, no obstante, se forja con las noticias conocidas de siempre. Lo primero que nos asombra es que se ignore «La vida de Juan de Herrera, esforzado soldado de Carlos V, insigne arquitecto de Felipe II y uno de los mejores matemáticos de su tiempo», escrita por Ceán Bermúdez, leída públicamente en la Real Academia de la Historia en los aciagos días de 1812 y editada en los Ocios de don Juan Agustín Ceán Bermúdez sobre Bellas Artes (Hasta ahora inéditos) (Madrid, 1870), y que es, junto con las Noticias de Llaguno (Madrid, 1829), la primera biografía de Juan de Herrera.

Wilkinson dibuja a Juan de Herrera como un triunfador, que de hidalgo pobre, dedicado a la milicia, soldado de la guardia alemana, acaba inopinadamente en arquitecto de Felipe II, cortesano, y muere rico, permaneciendo su puesto vacío, hasta que muchos años después lo ocupe Velázquez. Hermoso cuadro, salvo que Herrera ni fue rico, ni cortesano, ni soldado de la guardia alemana, ni su puesto de arquitecto lo ocupó Velázquez. Si se dan estas endebleces en los puntos más simples de la biografía de Juan de Herrera, los problemas se incrementan a medida que se profundiza en la acción del arquitecto y el mundo en que vive, donde ocupan un puesto primordial sus servicios a Felipe II.

Este rey resulta inasible en todo el estudio. ¿Cómo puede reducirse su formación artística al felicísimo viaje de 1548? ¿Cómo puede excusarse todo el descomunal tema de la educación de los príncipes en España desde la época de los Reyes Católicos hasta Carlos V y el mismo Felipe II? ¿Cómo puede ignorarse la corte española de la niñez y juventud de Felipe II, y toda la impresionante actividad artística de aquellas décadas, uno de cuyos aspectos, y no el menor, es, desde 1486, la asimilación de las formas clásicas?

Concentrándonos directamente en Juan de Herrera y su obra, ¿por qué no explica cómo conoció a Juan Bautista de Toledo y cómo se formó con él? Eso nos ayudaría más que todas las disquisiciones sobre Alberti, Serlio, Philibert de l'Orme, Palladio y demás vueltas. Todavía más, ¿qué rasgos caracterizan el estilo arquitectónico de Juan de Herrera? Poseemos dibujos autógrafos del arquitecto; ¿por qué no analiza en ellos su concepción del orden y si la misma se lleva a la práctica? Abundando en la materia, Herrera trabaja en El Escorial desde la colocación de la primera piedra; de la fábrica conservamos abundantes trazas; ¿por qué no discierne, data y estudia los diferentes diseños? De la basílica solamente quedan diecisiete trazas, una nonada si lo comparamos con las docenas y docenas que se hicieron en España y fuera de ella, pero suficientes para ver toda una problemática arquitectónica. ¿Por qué no se hace? José Barbeito (1985) y Javier Ortega (1986) abrieron el camino, y resulta extraño que se les ignore hasta en bibliografía. ¿Por qué no se estudia la biblioteca, de la que dice Sigüenza que, después de la basílica, es lo más maravilloso de todo el monasterio? ¿Por qué no se estudia el palacio, cuando poseemos las trazas que lo transformaron?

El estudio de la actividad herreriana en los restantes sitios reales, Madrid, Ocaña, Toledo, Sevilla, Granada y Lisboa, es demasiado veloz y no aporta nada a lo ya conocido. Especial mención merece el hermoso y sugestivo análisis de los jardines de Aranjuez, pero no lee bien la traza de cubiertas para Santo Domingo el Antiguo de Toledo, y piensa que la planta del chapitel con que se corona todo el bloque es una bóveda de ocho secciones, similar a la de Juan Guas de San Juan de los Reyes.

Sobre la catedral de Valladolid, que es la obra maestra de Juan de Herrera, y su actividad en la meseta norte, nos remitimos a nuestra ya añeja Arquitectura clasicista del foco vallisoletano (1561-1640) (Valladolid, 1983), harto saqueada y poco citada, reafirmándonos punto por punto en lo que allí dijimos. Pero especial trascendencia tiene el análisis de Wilkinson del dibujo de capitel corintio, hecho para los soportes interiores de la nave central catedralicia, y la conclusión a la que llega. Lo encuentra muy parecido a uno que dibuja Philibert de l'Orme; considera que Herrera está copiando al francés, pero simplificándolo al suprimir el eje central y la primera fila de hojas de acanto, destruyendo así todo naturalismo. Herrera rechaza el naturalismo, separándose así de la práctica europea del momento.

El primer paso que hay que demostrar es que Juan de Herrera esté copiando a De l'Orme. El segundo punto destacable es que el francés está dibujando el diagrama de un capitel corintio de una columna, que es un volumen curvo, mientras que el capitel de Herrera está diseñado para una pilastra, es decir, para un plano. Así pues, no es un problema de naturalismo, sino de estructura. Juan de Herrera, sobre todas las cosas, es un vitruviano, y por ello mismo, un naturalista, que ve en el número y la geometría, es decir, en las matemáticas, la forma de entender la naturaleza, ¿y hay algo más clásico que esa noción?

Después de este recorrido crítico por la obra de Catherine Wilkinson sobre una de las figuras más importantes de nuestro Renacimiento, viendo cuáles son las mimbres con las que forja su discurso y el modo de elaborar sus conclusiones, tan arriesgadas como que «el arte de Juan de Herrera tiene poco que ver con otras bellas artes tal y como se concibieron en el Renacimiento; pero se trató de arte en cualquier caso», no nos queda sino agradecer infinitamente la existencia de ese hermoso, documentado y precioso libro llamado Juan de Herrera, arquitecto de Felipe II, de Agustín Ruiz de Arcaute.

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Ficha técnica

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