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Hayek o el liberalismo malo

FRIEDRICH HAYEK. EN LA ENCRUCIJADA LIBERAL-CONSERVADORA

Joseph Baqués Quesada

Tecnos, Madrid

182 pp.

13 euros

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Llegué a este libro a través de mi amigo Joaquín Estefanía, que declaró que «entra en la gran discusión sobre si Hayek era ultraliberal o conservador». No puede ser liberal sin el ultra, conveniente prefijo que carece de connotaciones no peyorativas. La única otra alternativa del pobre Hayek es ser conservador, cuando él mismo explicó «Por qué no soy conservador» en el epílogo a Los fundamentos de la libertad. Para colmo, no es fácil encontrar ninguna «gran discusión» para situar a Hayek entre un conservadurismo que explícitamente rechazó y un liberalismo con ribetes anárquicos que resultará arduo encontrar en sus escritos. Anthony de Jasay, por ejemplo, ponderó más bien las contradicciones y debilidades en la lógica liberal del autor de Derecho, legislación y libertad («Hayek: Some Missing Pieces», reimpreso en Against Politics, Londres, Routledge, 1997).

Baqués Quesada nos informa de que Hayek es liberal-conservador, y que tiene un «sesgo muy marcado». No confiesa, empero, sesgo alguno por su parte, y eso que osa afirmar que el austríaco regresó desde Estados Unidos a Europa en sus últimos años ¡porque el Estado del Bienestar garantiza las pensiones!

Quien escribe algo así puede escribir cualquier cosa: por ejemplo, que Herbert Spencer era de un «liberalismo económico extremo». El sociólogo victoriano negó tajantemente el derecho a la propiedad privada de la tierra, que según él pertenece «por derecho natural a la comunidad humana en su conjunto»; aseveró asimismo: «El derecho de toda la humanidad a la superficie de la tierra es válido a pesar de contratos, costumbres y leyes», y proclamó: «El derecho a la posesión privada del suelo no es en absoluto un derecho». Si estos son los liberales extremos, me pregunto cómo serán los moderados.

A pesar de reconocer el importante tema de las limitaciones de la razón en la teoría hayekiana, y de admitir que Hayek fue censurado desde el liberalismo (aunque con críticas «insidiosas»), persiste Baqués en pintarlo como liberal sin fisuras: «Su preocupación por la libertad llega a ser obsesiva», las ocasiones en que se justifica la intervención política y legislativa son «escasas», y la libertad para Hayek es sólo «negativa». En realidad, los matices en su liberalismo están presentes ya en Camino de servidumbre, con su respaldo a un amplio sistema de Seguridad Social, que el propio Baqués reconoce.

Poco parco en adjetivos, el autor subraya que el liberalismo puede ser conservador, es decir, malo, pero también puede ser (¿no lo adivina?) «social», es decir, bueno, sin apuntar las reflexiones del propio Hayek sobre la polisemia de lo social en La fatal arrogancia. Proliferan los trucos: como hay minusválidos, se supone que nadie los ayudará si no es la autoridad. Se tuerce la visión de la libertad de Hayek, presentándola como principalmente económica (esto es, maléfica, egoísta, materialista…), y se la contrasta con bellas utopías: «Una situación en la que deba comprobarse que todos y cada uno de los individuos tengan garantizados, en cualquier momento, los medios requeridos para hacer reales esos sueños». La caricatura de la sociedad liberal se completa: «El liderazgo de los más capaces y el sometimiento resignado de quienes no pueden competir con ellos». Si no hay intervención, el desenlace es «la reproducción de las desigualdades preexistentes», lo que ni es obvio, ni lo dijo Hayek, ni cabe deducirlo de su teoría. El liberalismo queda descalificado moralmente por su «complacencia pasmosa ante el mantenimiento de fuertes dosis de desigualdad material» y, por tanto, la calidez de la coacción se impone.

La libertad que saluda el autor es sólo la positiva: «Derecho de participación política». Deplora que Hayek «considere que la democracia no es un fin en sí mismo». De pronto, la tradición liberal desaparece, Constant nunca formuló advertencia alguna contra la libertad de los antiguos, dos siglos de análisis sobre las contradicciones de la elección colectiva se esfuman, y sólo queda la idolatría democrática en tanto que identificación automática entre las preferencias de la mayoría y el interés general. Como Hayek, lógicamente, desconfía de dicha ficción, Baqués Quesada lo fustiga: «Está atentando con pasmosa simplicidad contra la línea de flotación de la lógica democrática». Hayek debe ser objeto de recelo por unas ideas liberales que el autor agrupa en un liberalismo malo, es decir, conservador.

Una vez preparado así el escenario, reina sin disputa la confusión de las lenguas. Hay un liberalismo plausible, que es «social» o «de izquierdas», y que desde Mill hasta Rawls defiende el capitalismo socializándolo, defiende el mercado interviniéndolo y defiende la propiedad privada expropiándola. Eso sí, no del todo en ningún caso. Este sí que es el verdadero liberalismo, y no el de un Hayek que se pasa la vida apoyando el status quo y esforzándose para que la sociedad no cambie en un sentido «más solidario».

Con razón escribió Gorka Echevarría: «Baqués prefiere desvirtuar el pensamiento de Hayek con los clichés de la progresía» («Hayek, libertad y capitalismo», www.libertaddigital.com); y comparó su libro desfavorablemente con el que publicó Paloma de la Nuez en Unión Editorial en 1994.

 

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Ficha técnica

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