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Un libro de excepción

PORQUE TENGO HIJOS

Rosa Díez

Adhara, Madrid

272 pp.

18,50 euros

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Los políticos españoles no son demasiado pródigos en libros sobre política –en libros escritos por sí mismos, quiero decir–, lo que ya convierte en bastante excepcional Porque tengo hijos, el primer libro de Rosa Díez, mujer absoluta y sinceramente apasionada por su trabajo político. No es la única razón para recomendarlo: además está bien escrito, bien pensado y es raramente oportuno. El núcleo lo forman treinta y ocho artículos publicados por la eurodiputada socialista entre 1996 y este mismo año. Agrupados por períodos y precedidos de una breve introducción, tratan de una idea obsesiva totalmente necesaria: la unidad entre la lucha contra el terrorismo y la mejora de la democracia. Lo que muy maternalmente preocupa a Rosa Díez es que la generación de sus hijos no repita su amarga y dramática travesía: de nacer en una familia derrotada y represaliada por Franco a ingresar, casi sin solución de continuidad, en el número de perseguidos a muerte por ETA y maltratados por el nacionalismo gobernante.

No se trata tanto de un libro teórico cuanto de la crónica reflexiva de una lucha muy preocupada por encontrar buenas razones y dar argumentos justos. Es también, por ello, un trabajo importante teóricamente. La autora ha tenido la inusitada oportunidad de atravesar a menudo la barrera que separa el ejercicio del poder del padecimiento de la arbitrariedad –en el Gobierno vasco de coalición y en la oposición, en las instituciones y en el movimiento cívico, en la cúpula del partido y bajo amenaza de expulsión–, y eso añade a Porque tengo hijos el interés de los textos que aúnan testimonio y reflexión sobre hechos vividos desde perspectivas tan distintas como las de gobernante y víctima.

Ese mérito no es una consecuencia del azar, sino de una elección personal. Porque Rosa Díez se ha negado a aceptar resignadamente las peores servidumbres de la vida interna en un partido –cambios de estrategia sin explicación alguna, desmanes del aparato, personalismo en auge o divorcio de los intereses generales–, y eso también la convierte en una personalidad singular. En su blog de www.bastaya.org defiende a diario alternativas a la política al servicio de la burocracia de partido, y su experiencia le ha llevado a la lúcida conclusión de que el combate democrático contra los terroristas y sus beneficiarios no puede seguir separado de la democratización de los partidos políticos, escandalosamente deficientes en esta materia.

Tomemos, por ejemplo, el problema del cumplimiento de las leyes y del respeto a la igualdad jurídica. Todos los intentos de acabar con ETA que han ignorado ambos requisitos han terminado muy mal, desde las negociaciones políticas de Argel al infame recurso al terrorismo de Estado, cuyo arquetipo es el GAL. El único momento en que ETA se ha enfrentado cara a cara a la destrucción ha sido el del breve paréntesis del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. El hecho es que la derrota del terrorismo es inseparable de la profundización de la democracia (principio que vale igualmente para Guantánamo, desde luego). Si el Gobierno, las cúpulas de los partidos y sus asociados insisten de nuevo en ignorar los riesgos aparejados a una negociación política, necesariamente apoyada en el incumplimiento de las leyes y en la aceptación de que la violencia política tiene razones (en vez de pretextos), tendremos otra prueba –desoladora– de la superficialidad relativista de las reglas democráticas en nuestro país.

Es ésta una sospecha que se perfila en la sucesión de artículos de Rosa Díez. Porque, ¿cuáles son los motivos para abandonar una buena estrategia política y jurídica precisamente cuando ha demostrado su eficacia? La respuesta parece obvia: los intereses del establishment no coinciden con los del sistema democrático en su conjunto, aunque coyunturalmente coincidan con la tópica «ansia de paz» de la mayoría, expuesta en los sondeos de opinión. La política ha sido profundamente privatizada, de modo que las ventajas partidistas del supuesto «proceso de paz» resultan más atractivas para el Gobierno que la estrategia de prestigiar el sistema legal y judicial, y que la permanente actualización del principio de igualdad jurídica.

Tales prestigio y principio son tratados ahora mismo por la mayoría gubernamental como estorbos opuestos a una paz donde la democracia importa muy poco; en eso el discurso dominante del partido socialista ha terminado coincidiendo con el tradicional del nacionalismo vasco. De ahí que los entornos del poder apenas hablen estos días de libertad o de justicia, y tanto, en cambio, de fe, esperanza y conflicto territorial, es decir, de categorías y conceptos colectivos e impersonales (la tierra y sus imposibles derechos políticos), y de peticiones irracionales de confianza en la visión providencial del líder. La perduración del terrorismo nacionalista vasco ha estado asociada todos estos años a la escasísima calidad de las instituciones democráticas vascas, ocupadas por el partidismo nacionalista, y también, en menor medida, de las españolas en general. Por eso la resolución de un final aceptable del terrorismo etarra ha dejado de ser un «problema vasco», si alguna vez lo fue, para convertirse en un test sobre la vitalidad de la democracia española. Sólo su mejora puede acabar rematando la tarea pendiente. Lamentablemente, casi todo va en la dirección contraria. El libro de Rosa Díez aporta un excelente testimonio de los hitos de esa deriva a peor, justo cuando pensábamos que era posible acabar con ETA sin pagar a cambio más de lo mucho ya pagado. Un libro de excepción para una reflexión imprescindible.

 

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Ficha técnica

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