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Cuando el idioma deja de ser una barrera para la inmortalidad

El maestro y Margarita

Mijaíl Bulgákov

Madrid, Nevsky Prospects, 2014

Trad. de Marta Rebón

528 pp. 28 €

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Rescatada de la oscuridad del cajón después de unos treinta años de desprecio y olvido, la novela El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, brilla ahora como un clásico indiscutible de la literatura rusa, tanto o más importante para los lectores contemporáneos que Las almas muertas o incluso La guerra y la paz. No exagero: muchos de mis conocidos, gente con estudios superiores, nunca se han atrevido a empezar, o no han podido terminar, la obra de Gógol o la de Tolstói y, sin embargo, releen con placer a Bulgákov. Lo hace incluso gente muy poco lectora, y razones no le faltan, porque esta novela tiene muchísimas capas: humor y giros de argumento trepidantes, sin los que últimamente (por lo demás, igual que en los tiempos de Shakespeare) muchos consideran que los libros son aburridos; un cuadro de personajes y de la sociedad en un momento histórico concreto (se podría utilizar para estudiar la Rusia soviética de los años treinta); una historia del amor verdadero contada sin cursilería; y, además, un profundo trasfondo filosófico y esa íntima relación con la mejor literatura universal (a través de Fausto de Goethe y de La divina comedia de Dante) y con el alma humana, característicos de las obras que no pueden sino convertirse en clásicos de todos los tiempos.

Este año, los amantes hispanohablantes de la Literatura (con mayúscula) están de enhorabuena, porque este clásico ha cobrado por fin para ellos una nueva vida gracias a la iniciativa de la editorial Nevsky Prospects y a la labor de la traductora Marta Rebón. La importancia de esta nueva traducción va mucho más allá del reciclaje y de la necesidad de adaptar la obra al gusto del público moderno. Aquí tienen mucho que ver tanto la historia de las publicaciones de la novela en su idioma original como los cambios en el enfoque de las traducciones.

Mijaíl Bulgákov empezó a trabajar en El maestro y Margarita en 1928 o 1929, quemó el manuscrito en 1930 (como el maestro de la novela), volvió a él en 1931-1932 y siguió puliendo el texto hasta 1940 (en total, los investigadores hablan de seis versiones de la novela), aunque la muerte no le permitió terminar la obra definitivamente, interrumpiendo su trabajo de revisión final. Su esposa, Elena Bulgákova, prototipo de Margarita, puso toda su dedicación, amor e intuición en la reconstrucción del texto completo a partir de las numerosas correcciones, añadidos, instrucciones y tachones del autor, que se acordaba perfectamente de todas sus versiones y, en caso de duda, volvía a menudo a ellas, sopesando cada palabra no menos que Flaubert o Nabokov, famosos por su perfeccionismo. Una obra que afirmaba la existencia histórica de Jesús, sacaba al escenario las fuerzas del mal, presentaba la sociedad soviética de forma extremadamente satírica y, además, hablaba abiertamente de las desapariciones y denuncias, no podía ser publicada en aquel entonces y se quedó guardada como un tesoro por la Margarita de Bulgákov. A finales de los años sesenta, la situación cambió y la novela pudo ver la luz en una revista, muy recortada por la censura. Al mismo tiempo, Elena Bulgákova consiguió permiso para publicarla completa en el extranjero, en Italia. La primera (y única hasta este año) traducción española, realizada por Amaya Lacasa en 1967, corresponde a esa primera edición de la novela. Sin embargo, hasta 1990 no se publicó en Moscú su versión definitiva (a menos que aparezcan otros cuadernos de correcciones o manuscritos, perdidos con el paso de los años), preparada por Lidia Yanóvskaia, una textóloga, discípula y amiga de Elena Bulgákova y una verdadera experta en la obra del escritor. De tal modo que una actualización de la traducción española a partir de este nuevo texto resultaba absolutamente necesaria y sería ya valiosísima por sí misma.

Por otra parte, el enfoque de las traducciones ha evolucionado mucho en los últimos treinta años. Si antes primaba el interés por adaptar la obra al máximo para hacerla más «digestible» para los lectores, ahora los traductores muestran muchísimo más respeto por el original, regalándonos la posibilidad de no sólo conocer el argumento, sino también de percibir nítidamente las realidades de otros mundos, el estilo personal del autor y la música interna de las obras. Marta Rebón es una de estos traductores que saben hacer a escritores rusos hablar en un español fluido y elegante (donde tiene que serlo), sin perder su personalidad ni su esencia rusa. Gracias a su trabajo, ahora tenemos a nuestra disposición un texto infinitamente más cercano al original, que lo reproduce con todos los matices y se lee como si estuviera escrito en español. Si en la versión anterior no siempre estaba claro quién hablaba en cada momento, se abreviaban frases, se perdían matices o emergían expresiones muy locales, ahora podemos disfrutar de párrafos tan maravillosos como este: «Con una capa blanca de forro color sangre, arrastrando los pies con los andares propios de los caballeros, apareció, a primera hora de la mañana del decimocuarto día del mes primaveral de Nisán, en el peristilo que unía las dos alas del palacio de Herodes el Grande, el procurador de Judea Poncio Pilato». Léanlo en voz alta, por favor. La prosa de Bulgákov, gran amante de la música, de la ópera, es extremadamente musical y sus entonaciones, su ritmo, su cadencia de repeticiones se han mantenido casi íntegramente en el texto español. Esto ya es un gran logro. Igualmente bien han quedado pasajes humorísticos, algunos totalmente surrealistas y otros tan chispeantes como este: «¡No, no, no! ¡Ni una palabra más! ¡De ninguna manera, nunca! ¡No me llevaré a la boca nada de su cantina! Ayer, muy respetable señor, pasé junto a su barra y hasta ahora no he podido olvidar ni el esturión, ni el bryndza. ¡Ah, querido mío! El bryndza nunca es verde, alguien le ha estafado. Ese queso de oveja tiene que ser blanco. ¿Y el té? ¡Pero si parece agua de fregar! He visto con mis propios ojos cómo una chica desaliñada echaba agua sin hervir de un cubo en su enorme samovar, mientras se seguía sirviendo té. ¡No, queridísimo, eso es inadmisible! […] Palomito, ¡eso es un disparate! […] Eso del grado de frescura de segunda categoría. ¡Es absurdo! Sólo hay una frescura: la primera, que al mismo tiempo es la última. Y si su esturión tiene un grado de frescura de segunda categoría significa que está podrido».

Luego están las frases recurrentes: «¡Oh dioses, dioses!» (tomada de la ópera Aída de Verdi), «Poncio Pilato, el quinto procurador de Judea», «Ni con la luna hay reposo para mí», los guiños (textuales y visuales) al Mefistófeles de Goethe: todo ello está presente en el texto español y al alcance de un lector atento.

Es asimismo de destacar el tratamiento de los nombres y la labor de documentación realizada por Marta Rebón. Los nombres y apelativos rusos son transliterados de forma que puedan leerse cómodamente, y los nombres propios de personajes y lugares que aparecen en la línea narrativa de Poncio Pilato obedecen fielmente al propósito de Bulgákov: se acercan a las variantes que solemos emplear (Jerusalén – Yershalaim, Kaifás – Kaifa, Jesús – Yeshua), manteniendo una distorsión fonética que, igual que en un sueño, crea cierto distanciamiento y transporta la acción a otro plano, obedeciendo al mismo tiempo a la pronunciación histórica muy estudiada. Al contrario que la traducción anterior, el nombre de uno de los principales protagonistas, el mismísimo Satanás, Woland (palabra llana), está escrito ahora con una W inicial y no con una V (el alfabeto cirílico no distingue entre estas letras, pero Bulgákov subraya que es una W en las primeras páginas de su obra) y es un detalle importante para la novela (entre otros aspectos, los investigadores han subrayado la relación entre la W de Woland y la M –la W invertida– de Margarita) que antes había pasado inadvertida para los lectores hispanohablantes.

Mención aparte merecen las notas de la traductora preparadas por Rebón junto con Ferran Mateo. Unas ayudan a comprender algunos fenómenos propios de la Rusia de los años treinta –desconocidos para los españoles– y otras, basadas en varios estudios de la novela realizados por críticos rusos, abren nuevas perspectivas para su comprensión y valoración.

En definitiva, un tesoro valiosísimo de la literatura rusa está ahora al alcance del lector español en toda su riqueza. Citando a Lidia Yanóvskaia, quien conocía y amaba esta novela casi tanto como Elena Bulgákova y sólo un poco menos que el propio autor, con el paso de los años El maestro y Margarita «se iba impregnando de toda la experiencia vital y creadora de Bulgákov, de sus reflexiones, se formaba la filosofía del Bulgákov como artista, desaparecían fórmulas rígidas, las imágenes cobraban múltiples sentidos. Se articulaba una novela del amor y de la creación artística, de la muerte y de la inmortalidad, de la fuerza y de la impotencia del poder y se daba un giro nuevo, profundizándolo, al tema de Yeshua y de Pilato, y el Príncipe de las tinieblas ya no aparecía como un diablo tradicional, sino como un soberano del mundo nocturno, lunar, vuelto al revés… del mundo de la justicia sin la caridad». Les invito a que exploren esta obra maestra, universal y global, que cobra trascendencia especial en la sociedad actual, en la ue, al igual que en la Rusia del primer tercio del siglo pasado, se puede declarar: «Es verdad, no creemos en Dios […]. Pero podemos hablar de ello con total libertad» y el hombre sigue siendo no ya mortal, sino mortal súbitamente, así que sólo nos queda hacerle caso al Satanás que anuncia sin tapujos: «Tengan en cuenta que Jesús existió […] ¡De nada sirven los puntos de vista! […] Simplemente existió, eso es todo».

Olga Korobenko es traductora. Entre los autores que ha vertido al español se encuentran Lev Tolstói, Vladímir Maiakovski, Sofía Fedorchenko, Vladímir Makanin y Mijaíl Bulgákov.

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