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Fantasías infantiles

El mundo de afuera

Jorge Franco

Madrid, Alfaguara, 2014

312 pp. 18 €

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Es difícil contar en pocas palabras de qué trata El mundo de afuera, del escritor colombiano Jorge Franco. Ganadora del premio Alfaguara 2014, la novela se inspira en la vida y muerte del famoso industrial y filántropo antioqueño Diego Echavarría y es, alternativamente, la historia de un secuestro, la de una niña sobreprotegida, la de un delincuente torpe con una obsesión amorosa y la metáfora de una Medellín desigual, poco antes de convertirse en una de las ciudades más violentas de la región y más estigmatizadas del mundo.

A partir de algunos elementos de la realidad, Franco se tomó todas las licencias que puede tomarse un escritor de ficción. El secuestro ocurrió y su desenlace conmocionó a Colombia en 1971; la mujer alemana de don Diego es real; Isolda, la hermosa hija de ambos, es real, y el hecho de que vivieran en un castillo a imagen y semejanza de los que bordean el Loira en pleno Medellín (hoy un museo), también. El Mono Riascos, responsable del secuestro y un delincuente célebre en su tiempo, pasa a llamarse en la novela –y por ninguna razón en particular?, el Mono Trejos. El resto, o buena parte del resto, es una construcción del autor.

La novela se abre con un boletín informativo del ejército colombiano que anuncia el rapto de Echavarría. No habrá más material documental por el estilo; a partir de la página siguiente, la trama se desarrolla en distintos planos y tiempos narrativos ?la reclusión del secuestrado, su juventud en Alemania, la infancia de Isolda, la maquinación del secuestro, a veces en presente, a veces en pasado?, y a través de dos narradores: una tercera persona clásica y una primera algo desconcertante, sobre la que volveremos.

Resulta, sin duda, tentador escribir acerca de una familia rica y excéntrica como lo fue la de Diego Echavarría. El propio Jorge Franco fue vecino de ese castillo, y los mitos tejidos alrededor de la joven y bella Isolda poblaron sus fantasías infantiles. Será por eso por lo que buena parte de las escenas que protagoniza la niña tienen el permiso de la magia y de lo inexplicable, y lo curioso es que, justamente por obra de ese permiso, Isolda termine siendo el personaje más realista y con más profundidad de la novela: uno que tiene costumbres extrañas y al que le pasan cosas imposibles, pero que necesita decir muy poco (sus líneas de diálogo se cuentan con los dedos) para revelar conflictos y deseos que resulten creíbles.

Porque si un problema tiene El mundo de afuera es la dificultad para hacer convincentes las motivaciones de sus protagonistas. ¿Por qué don Diego manda a construir semejante castillo? La explicación de que de niño había soñado con vivir en uno, o de que quiere «un lugar importante» para su familia no son suficientes. ¿Por qué su mujer, mucho más liberal que él, acepta que su hija no vaya a la escuela y la eduque, en cambio, una institutriz alemana? ¿Por qué acepta que Diego y ella duerman en cuartos separados? ¿Por qué, entonces, esforzarse en mostrarla liberal? ¿Por qué el Mono Trejos está tan obsesionado con Isolda? ¿Es porque le hace evocar un mundo distinto del suyo? ¿Sólo por eso? ¿Por qué, además, mantiene una relación homosexual con un muchacho anónimo de gustos caros? Es como si todas las respuestas posibles se dieran por sentado; como si se asumiera que las acciones van a estar explicadas por tratarse de individuos que tuvieron una existencia en el mundo real.

A través de su personaje John Rivers, Aldous Huxley lo dijo así en El genio y la rosa: «El problema de la ficción es que tiene demasiado sentido. La realidad nunca lo tiene». Que Franco construya sobre hechos históricos no es el problema. El problema es que en la operación está demasiado pendiente de darle sentido y forma literaria a una cierta realidad, con lo que la verosimilitud queda al borde de hacerse añicos. El hecho de que los pasajes de fantasía del mundo de Isolda salgan airosos se debe posiblemente a que en ellos el autor escribió a sus anchas, sin esforzarse por sonar creíble. Así, que unas criaturas míticas adornen el pelo de la niña en lo más frondoso de su jardín es más plausible que las explicaciones del Mono para justificar el secuestro, o que la desnudez desprejuiciada de Dita, la mujer de don Diego. En efecto, Isolda confiere naturalidad y volumen a todo lo que toca; la escena en la que es testigo del asesinato de una prostituta es una de las más memorables del libro: una niña rica, su chófer, y un femicidio en Medellín a plena luz del día dicen mucho más sobre «el mundo de afuera» que el propio castillo, como vivienda y como metáfora.

Hay una arista particularmente desconcertante en la estructura de la novela: de tanto en tanto aparece una primera persona –bonita y ágil; la corrección de la prosa no está en discusión– que pertenece a un joven de clase media y padres cultos («yo le pregunto por qué tenemos que preocuparnos por una guerra que no es nuestra, y mi papá me dice que todas las guerras del mundo son nuestras»), y que no tiene otra función en la trama que la de contar su fascinación por Isolda, a quien espía escondido en el jardín. Daría la impresión de que ese personaje está allí sólo para que el lector no vaya a creer que Colombia se divide entre magnates educados en Europa y delincuentes del bajo fondo: también hay una clase trabajadora instruida que se preocupa por la guerra de Vietnam y que sabe qué es Woodstock. Pero lo que este personaje tiene para contar podría haberse resuelto con la tercera persona, sin agregarle más bifurcaciones a la historia.

El mundo de afuera gana en la fluidez de los diálogos y en la capacidad del autor para dibujar un escenario con pocas palabras. También gana en los momentos de acción por encima de los reflexivos. Sin embargo, pierde en las vueltas estilísticas y, sobre todo, en el tratamiento de los personajes, algo que Jorge Franco supo manejar muy bien en Rosario Tijeras, la novela de 1999 que se convirtió en un best-seller, fue premiada con el premio Dashiell Hammett de novela policíaca y llegó a la televisión y al cine. No debe de ser fácil hacer literatura con libertad tomando a una familia tan famosa como lo es en Colombia la Echavarría, ni crear personajes de ficción inspirados en personajes históricos, conservando su nombre y apellido. Detrás de don Diego, Dita, Isolda y el Mono se esconde sin duda una gran historia. Pero la ficción de Franco no llegó a encontrarla.

Ana Prieto es periodista independiente radicada en Buenos Aires. Colabora en la revista Ñ, del periódico Clarín, desde el año 2004. Ha escrito en Travesías, Orsai, Brando y Anfibia, entre otras publicaciones, y es autora del libro de no ficción Pánico. Diez minutos con la muerte (Buenos Aires, Marea, 2013).

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