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Parece mentira

La mentira os hará libres

Fernando Vallespín

Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2012

192 pp. 20 €

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Temeroso de que la política de ajustes del ejecutivo de Mariano Rajoy pudiese afectar negativamente a sus expectativas de voto, el Partido Popular no se cansó de repetir durante la campaña para los comicios autonómicos celebrados el 21 de octubre en Galicia que el objeto de la consulta electoral no era refrendar o rechazar la gestión del presidente del Gobierno, sino decidir quién sería el futuro presidente de la Xunta. Contradiciendo abiertamente esa visión, Alfredo Pérez Rubalcaba se pateó Galicia de norte a sur y de este a oeste proclamando todo lo contrario: que si los gallegos no votaban a Feijoo convertirían las elecciones autonómicas en un plebiscito contra Rajoy y sus recortes. Pues bien, tras la apertura de las urnas, de las que salió para el PP una victoria arrolladora y para el PSOE una derrota clamorosa, Rajoy no tardó en decir que la victoria de Núñez Feijóo suponía un apoyo indiscutible a su política y Rubalcaba se aprestó a poner de manifiesto que en las elecciones gallegas se había votado en clave exclusivamente regional, por lo que sus resultados no le afectaban personalmente para nada.

Es en estas mentiras políticas, entendidas como una constante manipulación de la realidad, donde nada es verdad ni es mentira porque todo en la vida pública acaba resultando del color del cristal con que se mira, en las que se centra Fernando Vallespín, en un libro cargado de lucidez y, quizá por ello mismo, de un profundo pesimismo: el de la inteligencia, según la conocida contraposición que entre él y el optimismo de la voluntad realizara hace un siglo Antonio Gramsci. Y así, hechos como el que acabo de relatar, que se producen a diario en todos los sistemas democráticos del mundo, porque la manipulación y la deformación de los discursos se encuentran hoy en la esencia misma de los sistemas representativos, provocan en el público, según afirma con acierto el politólogo español, «una incómoda sensación de simulacro, como si estuviéramos asistiendo a una farsa». Todavía mas: la deformación constante de los hechos, que acaba por eliminarlos como tales al convertirlos en meras opiniones, generaliza el cinismo social, de modo que «de tanto desenmascarar, de tanto familiarizarnos con la evidencia de la mentira, de tanto convivir con la hipocresía, hemos acabado por proyectar la idea de falsedad a todo lo que acontece en el espacio público». No es, por ello, de extrañar que crezca la abstención electoral, el desinterés por la política o la irritación ciudadana ante una vida pública en la que casi nada es como parece y casi todo se nos presenta como mejor de lo que es.

Pero el análisis de Vallespín, que el autor quiere dirigir a un público amplio y no específicamente formado en las ciencias de la política, no se detiene aquí, sino que conecta este «desvanecimiento de la verdad», por virtud del cual «hemos tirado la toalla» respecto a las posibilidades de hablar en los términos que de ella deberían derivarse (un desvanecimiento que caracteriza en el presente la vida pública de las sociedades democráticas), con otros fenómenos diversos, de los que dos me parecen especialmente relevantes. De un lado, con el efecto demoledor que en este panorama ha acabado por provocar la irrupción masiva de esa cultura del narcisismo, por virtud de la cual, como en el célebre tango de Discépolo, «todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor». Pues una vez que la verdad se esfuma y que todo se convierte en opinable, la consecuencia es de cajón: cualquier valoración vale lo que otra en la medida en que ninguna puede ser contrastada con hechos objetivos que sirvan para desmentirla o confirmarla. La televisión, con esas tertulias en las que el juicio de un economista o un filósofo pesan lo que el de un iletrado cuya fama reside en que lo es, dio un paso notable en esa dirección, pero la gratificación del yo ha topado en este comienzo de siglo su más formidable caldo de cultivo en los Facebook, Twitter o YouTube, cuyo diseño, subraya Vallespín, «encaja como un guante con el espíritu de nuestro tiempo». Es más, añade, explicando el profundo sentido del título de su obra, que parafrasea las conocidas palabras de Jesús en el Evangelio de San Juan («La verdad os hará libres», 8:32), «nos gusta vivir en la ficción», de modo «que esta cultura individualista de las opciones plurales ha acabado por convertirse en una seña de identidad de nuestra libertad»: por eso nos hará libres la mentira. Libres, ma non troppo, porque, curiosamente, la desaparición de las verdades políticas ha florecido en el jardín artificial de nuestro espacio público junto a la afirmación de un paradigma económico que se nos presenta como incontrovertible: «Todo es discutible, todo es debatible, sí. Todo, curiosamente, menos aquello que más nos afecta, el orden sobre el que se sostiene el sistema económico», un orden que, una vez desaparecida toda posibilidad de poder decidir sobre él políticamente, convierte a la democracia en un mero simulacro.

La conclusión final no puede ser, claro, más desalentadora: y es que, literalmente atrapados entre una política en la que todos los discursos son pardos, porque en ella resulta imposible distinguir le verdad de la mentira y lo aparente de lo real, y un paradigma económico liberado de la política, sobre el que aquella ha renunciado en gran medida a decidir, los ciudadanos optan crecientemente no sólo por la desafección hacia quienes gestionan el sistema sino también, lo que es mucho más peligroso, hacia el sistema mismo, incapaz ya de orientar sus opiniones y dar satisfacción a sus demandas. La reflexión de Vallespín, muy interesante sin duda para todos los que estén preocupados por el futuro de los sistemas democráticos, se presenta con un carácter general, pero es imposible no ver en ella la alarma del ciudadano que, más allá del cultivo de su ciencia, está profundamente preocupado por el futuro del país en el que vive. De hecho, la situación de esta España nuestra descoyuntada por la crisis y el monopolio de unos partidos que sólo miran a su ombligo es probablemente la que ha llevado a Fernando Vallespín a mostrar aquello que, echando mano de un título de Mario Vargas Llosa, no es otra cosa en realidad que la verdad de las mentiras.

Roberto L. Blanco Valdés es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Santiago. Algunos de sus últimos libros son La Constitución de 1978 (Madrid, Alianza, 2003), La aflicción de los patriotas (Madrid, Alianza, 2008) y La construcción de la libertad: apuntes para una historia del constitucionalismo europeo (Madrid, Alianza, 2010).

 

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