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Los poderes de la palabra

El fruto de la nada y otros escritos

MAESTRO ECKHART

Siruela, Madrid, 1998

Ed. y trad. de Amador Vega Esquerra

236 págs.

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El templo vacío, El anillo del ser,Dios es un Verbo que se habla así mismo, Del ser separado o El fruto de la nada son algunos de los títulos –el último da nombre al libro que aquí comentamos– de los sermones y tratados recogidos en esta edición de escritos del místico alemán Maestro Eckhart. La simple lectura del índice ya ejerce sobre el lector cierta fascinación, lo sitúa ante algo misterioso y, si el lector se deja, removerá en él algo que aparecerá finalmente en forma de pregunta y necesidad de sentido. En cierta forma podríamos decir que éstos –el misterio, la pregunta y el sentido– son precisamente los temas del libro. Un magnífico y hermoso volumen que nos presenta Amador Vega, autor no sólo de la traducción del Maestro Eckhart, sino además de una excelente introducción, unos útiles, extensos y más que necesarios comentarios recogidos en las notas al final del libro y un glosario que satisfará la curiosidad filológica y ayudará a pensar y entender unos textos de considerable dificultad conceptual. El fruto de la nada nos ofrece en castellano una selección de sermones y tratados, un poema, proverbios y leyendas. Completa la edición el texto de la bula de Juan XXII resultado del largo proceso al cual fue sometido el Maestro Eckhart y que contiene 28 proposiciones del mismo calificadas de heréticas, erróneas o temerarias. La bula se hizo pública pocos meses después de la muerte del Maestro Eckhart –el año 1327– y vino a concluir un proceso lleno de irregularidades, envenenado por los conflictos y tensiones de la época y en el cual el Maestro Eckhart luchó por defenderse movido por su deseo de conocer la verdad. De esta forma terminaba la vida del místico alemán nacido el año 1260, maestro en teología de la Universidad de París que ocupó además distintos cargos de importancia dentro del orden de los Hermanos Predicadores: superior de la provincia de Sajonia, vicario general de Bohemia y visitador de monasterios de frailes y monjas, todas ellas funciones que le llevaron a frecuentes viajes por la Europa central. Y la palabra, ya sea escrita o hablada, como maestro de lectura o de vida, constituye el fundamento de su existencia: la palabra que busca la expresión adecuada, la palabra que manifiesta y enseña ante los más diversos auditorios, desde el académico, exigente y erudito, hasta el fervoroso y devoto de los conventos que visitaba. Y también la palabra de un idioma nuevo –el alemán– que se encuentra entonces en sus inicios y que halla en el Maestro Eckhart un gran creador de lenguaje, de un lenguaje a partir del cual se construirá, siglos más tarde, la gran filosofía alemana: el idealismo o, ya en nuestro siglo, el pensamiento de Heidegger.

La experiencia interior –espiritual y misteriosa– y la búsqueda del lenguaje que crea –interpreta, ilumina y transmite– son las dos caras de la experiencia sedimentada en los textos que aquí nos ocupan. Cognitio dei experimentalis reza una fórmula clásica que define la experiencia mística y que nos da una idea de las dificultades con las que toparemos al penetrar en estos textos. Ciertamente: ni los temas ni el ritmo de la exposición van a permitir una apropiación sin esfuerzo de lo que allí se pretende mostrar. Nos hallamos ante un autor perteneciente a la mística especulativa cuya idea central es la del nacimiento del Verbo o del Hijo en el alma humana. Las especulaciones sobre el Verbo, la mediación entre creador y criatura y su formación a imagen y semejanza constituyen temas centrales de sus escritos. Y es aquí donde forma y contenido convergen y donde creemos encontrar una vía de acceso a este mundo espiritual.

En los sermones se busca la palabra adecuada que permita expresar una verdad experimentada –un conocer y un ser– y no sólo expresar o comunicar esta experiencia, sino también hacerla surgir en el oyente, producir en él el nacimiento espiritual. El que habla y el que oye se encuentran unidos por la palabra y ésta hace surgir así en cada uno de ellos aquello que los trasciende a todos. Breves citas de textos sagrados, formulación insistente de preguntas, búsqueda de sentido, palabra dirigida a otro que es semejante y distinto a la vez…; esta es la puesta en escena de los sermones, pero también de toda hermenéutica y en definitiva de todo acto de palabra que no se resigne a ser mera comunicación de lo ya sabido, sino nacimiento de nueva vida, de sentido. Los sermones nos muestran esa palabra que no es el final de un proceso sino el inicio, la palabra que produce efectos y con la cual emerge la necesidad de preguntar y no sólo una respuesta, la palabra que, al mostrar, muestra al mismo tiempo que nunca podrá acabarse de decir y que es, finalmente, el medio donde tiene lugar el diálogo, el decir imprevisible sin el cual nada nuevo se realiza. Una palabra que por no haber concluido o no estar definitivamente determinada –es significativa y misteriosa a la vez– hace posible la búsqueda de sentido, pues éste no existe sin creación que lo haga real.

Estos son algunos de los poderes de la palabra y algo de la actualidad del mundo espiritual eckhartiano. Siempre que esa apelación a la actualidad no se entienda, según el tópico de nuestros días, como complacencia narcisista de un presente que pretende convertirse en medida de todas las cosas. Si no queremos sólo confirmar lo que ya sabemos, aquello que imaginamos que es nuestra actualidad, será conveniente invertir los términos y hacer que estas preguntas en torno a la palabra nos permitan pensar el sentido, el saber y el lenguaje justamente en la época de la llamada comunicación o información.

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