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Los frutos rojos y el Brexit

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En 1954 me trasladé de Sevilla a la campiña de Oxford para ser acogido en una casa isabelina con jardín y huerto. Se esperaba de mí que contribuyera a la recolección para consumo diario de toda suerte de frutos rojos en proceso de maduración por aquellos días. Así descubrí las fresas, los arándanos, las frambuesas, las grosellas y otras delicias que hasta entonces no conocía y cuyos nombres hube de aprender en el nuevo idioma.

En el sombrío repertorio culinario inglés de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial apenas sobresalían el té de las cinco y los postres con frutos rojos. Estos últimos, joya de la cultura británica, podrían dejar de ser autóctonos siete décadas más tarde como consecuencia del Brexit. Al menos eso es lo que se deduce del informe titulado The Impact of Brexit on the UK Soft Fruit Industry, encargado por la asociación British Summer Fruits y elaborado por John Pelham (The Andersons Report).

Los precios de estos alimentos veraniegos se harían estratosféricos si, en las negociaciones del Brexit, los británicos no se aseguran el libre acceso de trabajadores estacionales europeos al Reino Unido, algo que iría en contra del espíritu antiforáneo del movimiento secesionista. La alternativa de importar los preciados frutos afectaría negativamente a la balanza de pagos británica y destruiría por completo la hasta ahora exitosa industria hortofrutícola británica. Los aumentos de precio que se derivarían de la obligada importación de estos frutos pondrían también en peligro las campañas actuales para que se consuman al menos cinco raciones de fruta al día.

Lo que en tiempos era apenas una golosina que se consumía en las semanas en torno al torneo de Wimbledon se ha convertido en un negocio de más de mil doscientos millones de libras anuales, con puesto fijo en los supermercados. Las ventas no han dejado de crecer con los años y para éste el crecimiento previsto es de un 6%.

En el Parlamento británico ya se ha resaltado que la pérdida de acceso a la mano de obra emigrante tendría un impacto «desastroso y cataclísmico». Son más de veintinueve mil temporeros los implicados en la actualidad, una fuerza laboral que procede en un 95% de Polonia, Bulgaria y Rumanía, y que viene a ocupar un nicho desdeñado por los trabajadores británicos, dados los bajos salarios ofrecidos. A las tasas de crecimiento actuales se estima que serían necesarios más de treinta y un mil trabajadores europeos para el año 2020.

El mero anuncio del Brexit ya ha provocado una cierta escasez de la mano de obra necesaria. Laurence Olins, presidente de British Summer Fruits, ha declarado que si «vamos a estar fuera del Mercado Único para 2019, vamos a necesitar un esquema de permisos de trabajo temporales aprobado para antes de septiembre de 2018. […] Es inconcebible que quienes votaron a favor de abandonar la Unión Europea quieran destruir una industria icónica y competitiva de la horticultura británica y ver el final del consumo de productos británicos».

No parece que el Gobierno británico esté dándose prisa en abordar, en el curso de un solo año, este y una infinidad de otros casos similares. Mientras tanto, en España, parte de la cosecha de cerezas del Jerte parece que se ha quedado sin recolectar porque el precio de mercado para este fruto es tan bajo que no hay forma de pagar un sueldo decente al recolector.

* Francisco García Olmedo es redactor y voz narradora del blog. Jaime Costa colabora en la prospección y documentación de los temas.

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