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La jungla de las revistas científicas online

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Voy ahora a tratar de explicar a un público no científico una enfermedad emergente de las revistas científicas en formato electrónico que, si bien no es exclusiva de ellas, sí es, en su caso, especialmente preocupante por su potencial destructivo respecto a la buena práctica científica y a la fiabilidad de la ciencia. Vaya por delante que se trata de una versión algo más sofisticada del timo de las «cartas nigerianas», pero antes déjenme exponer algunos aspectos de la financiación de las revistas científicas y de su transición de la edición en papel a la edición en soporte electrónico.

Al ser la publicación una parte integral del proceso investigador, como escribíamos en la entrada anterior, sus costes gravitan de una forma u otra sobre los presupuestos de investigación, bien directamente con cargo al proyecto de investigación, bien indirectamente a través del presupuesto de suscripciones de las bibliotecas de las instituciones donde se lleva a cabo la investigación, bien mediante una fórmula híbrida. Es típico que las editoras ganen un amplio margen comercial con las suscripciones institucionales, un mercado casi cautivo, y que cubran gastos con las suscripciones personales. Con el advenimiento del soporte electrónico, las revistas tradicionales bien consolidadas no han tardado en aparecer en el nuevo formato, sin abandonar su edición en papel. De momento, esto no les ha reportado especiales beneficios, pero las ha posicionado en primera fila para un futuro en el que se abandone el papel. En estas revistas, la versión electrónica del artículo científico suele estar disponible sólo para suscriptores durante un período de seis meses a un año, y luego es de libre acceso. Estas revistas siguen siendo prósperas principalmente sobre la base de las suscripciones institucionales.

Más recientemente, no ha tardado en producirse una verdadera avalancha de nuevas revistas que se publican exclusivamente en soporte electrónico y que básicamente responden a dos tipos: las de acceso abierto (open access), que son gratis para el lector y los gastos de publicación de cada artículo salen del presupuesto del proyecto que lo generó (entre 1.500 y 5.000 dólares), y las de acceso libre (free access), que son totalmente gratis para autores y lectores porque los gastos corren a cargo de entidades benefactoras.

La revista eLife, de la que es redactor jefe Randy Schekman, es el resultado de una colaboración entre el Howard Hughes Medical Institute, la Max Planck Society, la Wellcome Trust y más de doscientos prominentes científicos en el área de la biología, un sólido fundamento a partir del cual Schekman y el resto de sus editores se tendrán que afanar en mantener una «revisión por los pares» muy rigurosa si quieren emular a revistas como Nature, Science y Cell, tan vituperadas por el reciente premio Nobel.

Una revista de acceso abierto, PLOSone (1.350 dólares por trabajo), que empezó de forma ortodoxa, con el dispositivo de revisión habitual, ha hecho saltar las alarmas cuando, de 137 artículos en 2006, ha pasado a publicar 23.406 en 2012, con unos ingresos brutos estimados de unos treinta millones de dólares y pingües beneficios, mientras que su índice de impacto ha entrado en franco declive. De este modo, se ha convertido en la mayor revista científica de todos los tiempos, al precio de crear una jungla en la que conviven trabajos perfectamente sólidos con otros más raros y exóticos, como por ejemplo el titulado «Fellatio by fruit bats prolongs copulation time», «La felación por los murciélagos de la fruta prolonga el tiempo de copulación”, interesantísimo trabajo que mereció el premio Ig Nobel de 2010.

La revista PLOSone corre el peligro de ser incluida en las listas de revistas «depredadoras del sistema de acceso abierto» que circulan por la red, listas que incluyen cientos de editoriales y revistas individuales. Esta interesante categoría alude a revistas que reúnen varias de las siguientes características: suelen estar radicadas en países como India, Pakistan, Nigeria o los países del Este europeo, aunque simulan ser norteamericanas o canadienses; con frecuencia casi diaria, envían por correo electrónico invitaciones a escribir en ellas trabajos y revisiones o a figurar en sus consejos editoriales, presumen de un sistema de evaluación por los pares que luego resulta ser ficticio o inexistente y, cuando se investiga el destino del dinero que reciben, el rastro acaba siempre en paraísos fiscales. Así, como ejemplo muy característico, el American Journal of Polymer Science (no confundir con el genuino Journal of Polymer Science) pretende tener su sede en Los Ángeles, en una dirección que es en realidad un cruce de calles sin edificios.

John Bohannon publicó el pasado mes de octubre en la revista Science un artículo dando cuenta de una operación llevada a cabo por él para desenmascarar a estas revistas depredadoras. Se inventó un investigador de ficción, Ocorrafoo Cobange, del también ficticio Wassee Institute of Medicine en Asmara (India), y envió en su nombre un disparatado pero seriamente redactado artículo científico sobre una supuesta droga anticancerígena al Journal of Natural Pharmaceuticals, de la editorial Medknow, de Mumbai (India), que publica también otras doscientas setenta revistas. El trabajo no sólo fue aceptado sin problemas en dicha revista, sino que fue enviado con ligeras variantes a más de otras trescientas sospechosas revistas de acceso abierto, siendo aceptado en casi dos tercios de las que acusaron recibo. Eso sí, PLOSone lo rechazó.

Toda esta historia sería risible si no estuviera creando gran confusión, haciendo llegar a la opinión pública toda suerte de falsas noticias científicas, y dando pie a que autores oportunistas den falso fundamento científico a toda suerte de veleidades alternativas, de la homeopatía a la ecología lunática.

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