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La COVID-19 y las arrogancias de la filosofía

Sopa de Wuhan. Pensamiento contemporaneo en tiempos de pandemias

VV.AA.

Editorial ASPO

188 págs.

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Pero el designio inescrutable de Zeus / permite que la voluntad de disentir / sea pandémica, / ordena que el vodevil predique / y que todo discurso inaugural / sea una polémica.

W. H. AudenW. H. Auden, «Under Which Lyre», Harper’s Magazine, núm. 140, 1947, pág. 57.

La COVID-19 nos ha ofrecido una situación inmejorable para comprobar el bajísimo nivel de la filosofía contemporánea. Cientos —quizá miles— de filósofos han escrito o hablado sobre el coronavirus y, la mayoría de las veces, el resultado ha sido entre trágico y esperpéntico. Se ha constatado la nula formación virológica e informática que tiene el grueso del gremio filosófico, con tantas dificultades para impartir docencia telemática en tiempos de distanciamiento social y tan predispuesto a departir sobre asuntos de los que no tiene ni idea. El hecho de que, durante lo más crudo de la pandemia, en abril y mayo de 2020, la Enciclopedia Stanford de Filosofía —algo así como el Rincón del Vago filosófico mundial— publicase tres nuevas entradas sobre temas como la «Ética de la robótica y la inteligencia artificial», la «Filosofía de la biomedicina» y la «Resistencia imaginativa» añade un toque irónico delicioso a esta situación.

He de confesar que sobre ese último tema yo —como buen filósofo, más amigo que poseedor del saber— no tenía ni idea, pero leo en el primer párrafo de dicho artículo enciclopédico que «El fenómeno de la “resistencia imaginativa” se refiere a las dificultades psicológicas que experimentan ciertos imaginadores, por lo demás competentes cuando realizan actividades imaginativas particulares que han sido suscitadas por obras de ficción»Emine Hande Tuna, «Imaginative Resistance», Stanford Encyclopedia of Philosophy, 13/04/2020.. Esto describe inquietantemente bien la situación de bloqueo mental que sufre la filosofía contemporánea ante el coronavirus: los filósofos, «imaginadores por lo demás competentes», se han quedado secos ante esa «obra de ficción», por lo demás totalmente auténtica, oficialmente bautizada «SARS-CoV-2». Se ha convertido en un tópico izquierdista afirmar que, en el contexto socioeconómico en el que nos encontramos, resulta más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, pero entonces acontece el fin del mundo «tal y como lo conocíamos —una coletilla que se ha repetido en todos los medios de comunicación— y los filósofos siguen debatiendo si ese mondo finito, pretérito o por venir, debe llamarse «capitalismo farmacopornográfico» (Paul B. Preciado), «sociedad del cansancio» (Byung-Chul Han), «estado de excepción permanente» (Giorgio Agamben) o caer bajo cualquier otro marbete ideológico parecido.

Durante los últimos meses se han publicado varias antologías de artículos escritos por filósofos acerca de la COVID-19, pero Sopa de Wuhan es, con diferencia, la más valiosa. Y ello a pesar de la uniformidad ideológica de sus integrantes. Todos participan de la mal llamada «corrección política» de izquierdasComo ya escribió Robert Hughes a comienzos de los años noventa: «el problema real con la corrección política no es el “posmarxismo”, sino el pospuritanismo. Su peso represivo no cae sobre los conservadores de los campus, que florecen, encantados de que los partidarios de la corrección política den a algún estudiante imbécil y borracho que grita “negro de mierda” y “tortillera” en la noche del campus la oportunidad de presentarse como un mártir de la libertad de expresión. Los estudiantes a los que perjudica son los muchachos a los que les gustaría encontrar la manera de plantear su desacuerdo con la forma como han ido y van las cosas en América, pero que ahora descubren que no pueden hablar con libertad por miedo a utilizar la palabra equivocada, provocando un aluvión de quejas y muestras de desprecio por parte de aquellos que están a su izquierda» (Robert Hughes, La cultura de la queja: Trifulcas norteamericanas, Anagrama, Barcelona, 1994, pág. 35-36).. Ninguno se atreve a mencionar el dato de que el coronavirus mata porcentualmente a más hombres que mujeres, ni siquiera para intentar explicar esa discrepancia estadística apelando a factores de riesgo vagamente relacionados con el «sistema sexo-género», tales como la grasa abdominal o el tabaquismo. Por el contrario, la feminista Judith Butler afirma que la «desigualdad radical» se ha reforzado durante la pandemia bajo la forma de «la supremacía blanca» y «la violencia contra las mujeres, las personas queer y trans»Judith Butler, «El capitalismo tiene sus límites», en AA. VV., Sopa de Wuhan, ASPO, 2020, pág. 60.. ¿Cómo responder a esta knee-jerk generalization, que dirían los anglosajones? No cabe la menor duda de que, en Occidente, el colectivo que peor ha pasado el confinamiento coronavírico ha sido el de las mujeres maltratadas, encerradas en muchos casos con su maltratador en su casa; pero de ahí a meter automáticamente en el saco de los mártires de género a las personas queer y trans —igual que los propagandistas del comunismo meten en el saco de la revolución a los campesinos y a los proletarios— va un trecho. ¿Y qué decir de la referencia a la supremacía blanca cuando estamos hablando de una enfermedad que surgió en China y que, mientras escribo estas líneas, a finales de mayo de 2020, se ha cobrado su mayor número de víctimas mortales en países de etnia predominantemente caucásica? La oleada de protestas causadas en Estados Unidos por la muerte del afroamericano George Floyd a manos de unos policías blancos no cambia el hecho de que el racismo estructural de ese país es anterior a la pandemia; de que, parafraseando a Augusto Monterroso, cuando despertó, los racistas todavía estaban allí.

Para ser justos, una de las observaciones más penetrantes que han formulado casi todos los ingredientes de esta Sopa de Wuhan es que la mayoría de las medidas que hasta ahora se han tomado para contener la COVID-19 solo resultan viables en regiones altamente desarrolladas en el campo económico o tecnológico, como es el caso del Atlántico Norte y el Sudeste Asiático. En el que —de calle— es el texto mejor escrito de esta antología, la activista María Galindo subraya lo absurdo de que su Estado, el boliviano, corte y pegue las políticas de aislamiento social que se han implementado en Europa o Estados Unidos. A finales de marzo de 2020, el indio N. R. Musahar nos informaba de cómo la cuarentena que se ha impuesto sobre su país ha tenido como consecuencia inmediata un aumento de la extorsión y el chantaje que practica la policía sobre los mendigos y vendedores ambulantes, dos «trabajos informales» —por hablar en la lengua de palo del pensamiento económico estándar— al que se dedica buena parte de la población del Tercer MundoCfr. N. R. Musahar, «India’s Starvation Measures», New Left Review, núm. 122, 2020, págs. 29-34.. «El coronavirus es la eliminación del espacio social más vital, más democrático y más importante de nuestras vidas como es la calle, ese afuera que virtualmente no debemos atravesar y que en muchos casos era el único espacio que nos quedaba»María Galindo, «Desobediencia, por tu culpa voy a sobrevivir», en AA. VV., Sopa de Wuhan, pág. 120., escribe Galindo. En efecto, la mayoría de las recomendaciones de seguridad que se han mandado desde los gobiernos a la población presuponen que esta tiene casa propia (para confinarse en ella), agua corriente (para lavarse las manos con ella), guantes y mascarillas (para tocar y respirar a través de ellas) y acceso a internet (para teletrabajar y ser espiado por medio de él): lujos insólitos para los más pobres.

La mayoría de las recomendaciones de seguridad que se han mandado desde los gobiernos a la población presuponen que esta tiene casa propia, agua corriente, guantes y mascarillas y acceso a internet

Por lo demás, la pieza de Galindo —leída en voz alta por la escritora Cristina Morales durante sus reiteradas infracciones del confinamiento en Barcelona, provocadoramente grabadas y subidas a las redes sociales— es un panfleto decolonial, indigenista y alterglobalizador que critica el cierre de los Estados («Parece increíble que tengamos que apelar al sentido común y tengamos que decirles que las fronteras no se pueden cerrar, igualito que no se puede poner techo al sol, ni muro a las montañas, ni puertas a la selva»Ibid., pág. 123.), al mismo tiempo que aboga por la medicina tradicional y la inmunidad de grupo («¿Qué pasa si nos preparamos para besar a los muertos y para cuidar a las vivas y los vivos por fuera de prohibiciones, que lo único que están produciendo es el control de nuestro espacio y nuestras vidas? / ¿Qué pasa si pasamos del abastecimiento individual a la olla común contagiosa y festiva como tantas veces lo hemos hecho?»Ibid., pág. 126.): una receta idónea para que se cumplan sus propias profecías escatológicas («El coronavirus podría ser el Holocausto del siglo XXI para generar un exterminio masivo de personas que morirán y están muriendo, porque sus cuerpos no resisten la enfermedad y los sistemas de salud las, les y los han clasificado bajo una lógica darwiniana como parte de quienes no tienen utilidad y por eso deben morir»Ibid., pág. 121.). Conclusión: «Que la muerte no nos pesque acurrucadas de miedo obedeciendo órdenes idiotas, que nos pesque besándonos, que nos pesque haciendo el amor y no la guerra. / Que nos pesque cantando y abrazándonos, porque el contagio es inminente. / Porque el contagio es como respirar»Ibid., pág. 127..

En ese mismo tono, entre lúcido y desquiciado, está escrito un ensayo que debería formar parte de Sopa de Wuhan por su fecha de publicación y, sobre todo, por la orientación política de su autor: «Apología del contagio» del anticapitalista Santiago Alba Rico. Aliviadoramente, su apología no es más que un clickbait, un truco epatante para atraer lectores o haters a un artículo que, durante tres cuartas partes de su extensión, se entretiene en refutar las lecturas conspiranoicas y antropogénicas de la COVID-19. Según Alba Rico, el «complotismo» es una reacción natural ante una amenaza que no tiene un origen social. Frente a peligros de esta magnitud, la sociedad necesita un chivo expiatorio, un enemigo imaginario, un pharmakos al cual atribuir la culpa de nuestro sufrimiento. Claro que esto no es sino un burdo intento de moralizar fenómenos que escapan al control de cualquier agente humano. En palabras de Alba Rico:

Un virus es tan subhumano que ni siquiera reconoce nuestras jerarquías sociales y nuestras taxonomías históricas, lo que nos aturde y nos humaniza a la baja. ¡Incluso a los pobres tranquiliza una guadaña con conciencia de clase! Por otro lado, su propia contingencia impide atribuirle la más mínima intención culpable; nos mata sin ningún sentido, ni para él ni para nosotros; no gana nada en un mundo en el que el beneficio es siempre un atenuante y hasta un mérito; lo perdemos todo en un mundo en el que queremos ser al menos castigados por un delito o criminalizados por una resistencia. Preferimos siempre, sí, la mala voluntad al azar ciegoSantiago Alba Rico, «Apología del contagio», CTXT, 09/03/2020..

En lugar de incorporar esta juiciosa reflexión de Alba Rico en su antología, los compiladores de Sopa de Wuhan decidieron que la filosofía en lengua española estuviera representada por un conjunto de escritos insulsos. Pues insulsa es la nota del chileno Gustavo Yánez González, quien se limita a recordarnos que los animales de la industria ganadera están en condiciones de aislamiento todavía peores que las nuestrasCfr. Gustavo Yáñez González, «Fragilidad y tiranía (humana) en tiempos de pandemia», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., págs. 139-144.. E insulsos son los papeles del uruguayo Raúl Zibechi, quien nos hace perder el tiempo enumerando naderías sobre la competencia económica entre China y Estados Unidos para terminar sentenciando que «los pueblos originarios y negros de América Latina […] están en mejores condiciones»Raúl Zibechi, «A las puertas de un nuevo orden mundial», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., págs. 117-118. para superar la pandemia. Huelga decir que no se aportan pruebas. Insulsas son también las palabras del catalán Santiago López Petit, quien, tras patalear por el resto de males sobre la faz de la tierra (la crisis de los refugiados sirios, la guerra civil en Yemen, la represión policial por todas partes…), concluye que «El capitalismo es asesino, y esta afirmación no es consecuencia de ninguna afirmación conspiranoica [cursivas nuestras]»Santiago López Petit, «El coronavirus como declaración de guerra», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 57.. Ojalá López Petit fuera el único profesor de la universidad española que ignora los efectos antirretóricos y antirreflexivos que provoca repetir una palabra sin ninguna función discursiva; el único que no conoce el adagio latino «Excusatio non petita, accusatio manifesta». Por desgracia, no lo es.

Un poco menos anodino y huero es el texto de la madrileña Patricia Manrique, quien al menos tiene la decencia intelectual de sentirse molesta por la premura con la que, tanto desde los medios de comunicación como desde los movimientos sociales, se ha exigido que los filósofos interpreten la COVID-19. Manrique cita la idea del Otro en la obra de Emmanuel Levinas; es su idiosincrática forma de reconocer que se necesitan categorías nuevas para la nueva situación que estamos viviendo. Sin embargo, a renglón seguido, vuelve por los senderos ya trillados de la biopolítica de Roberto Esposito y de la necropolítica de Achille Mbembe. Pero esta no es la única trilla. Pese a formar parte de un centro de investigación cómicamente bautizado «Instituto Crítico de Desaprendizaje», parece que Manrique no ha desaprendido o reaprendido todavía el lenguaje políticamente correcto, pues solo utiliza el género neutro cuando habla de «racializades, migrantes, esclaves y refugiades»; cuando se trata de un «enfermero o una doctora», vuelve al masculino y el femenino de toda la vida del Señor. Con todo, se agradecen los ramalazos de sentido común que Manrique experimenta a lo largo del texto, muchas veces en contra de la tesis que se empeña en defender, como cuando afirma que la Declaración Universal de los Derechos Humanos es «una patraña inventada por los países enriquecidos sin utilidad alguna y que no hay derechos humanos sino solo derechos civiles»Patricia Manrique, «Hospitalidad e inmunidad virtuosa», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 152., sin darse cuenta de que es a dicha Declaración justamente a la que apelan todas las organizaciones sociales que abogan por la acogida de inmigrantes y refugiados en Europa. O como cuando Manrique habla de la opinión pública democrática:

El pensamiento rápido y yoico, ese juego de la mismidad consigo misma que no hace más —ni menos— que defender trinchera es la opinión, que tanto se practica actualmente, probablemente porque vivimos, aunque sea débil y precaria, en democracia: al instante de haber sucedido algo, hay una plétora de opiniones sobre la cuestión que son muchas cosas y algunas útiles, pero no son ese pensamiento desde la hospitalidad que deja venir a lo que llega sino reducción de la realidad a los parámetros de la o el opinante, un ejercicio de doma de la otredad de lo realIbid., pág. 148..

Si esto es una opinión pública con «déficits democráticos», no me quiero imaginar cómo será una democracia opinológicamente plena. Difícilmente podrá ser más ignorante y prejuiciosa que la columna de Byung-Chul Han que primero se publicó en El País y más tarde se incluyó en Sopa de Wuhan. Y es que el germanocoreano se cubre de gloria con unas páginas en las que practica un autorracismo muy singular. A juicio de Han, la diferente respuesta que han tomado asiáticos y europeos ante la pandemia no se debe a que unos tengan más experiencia con este tipo de virus. No; la diferencia estriba en que los orientales son colectivistas y autoritarios por tradición, mientras que los occidentales tienden civilizatoriamente al individualismo liberalCfr. Byung-Chul Han, «La emergencia viral y el mundo de mañana», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., págs. 97-112.. En caso de haber asistido a la conquista de América por los españoles y portugueses, Han probablemente habría afirmado que el motivo por el cual los indígenas fallecían a puñados a causa del sarampión o la viruela era el «choque de civilizaciones» o algún constructo cultural inexistente por el estilo.

También se publicó originalmente en El País el condimento wuhanés de Markus Gabriel. Y tampoco el niño prodigio de la filosofía alemana disfrutó de su mejor hora. El cofundador del nuevo realismo filosófico no fue muy realista al proponer que «cuando pase la pandemia viral necesitaremos una pandemia metafísica, una unión de todos los pueblos bajo el techo común del cielo del que nunca podremos evadirnos. Vivimos y seguiremos viviendo en la tierra; somos y seguiremos siendo mortales y frágiles. Convirtámonos, por tanto, en ciudadanos del mundo, en cosmopolitas de una pandemia metafísica»Markus Gabriel, «El virus, el sistema y algunas pistas…», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 134.. Metafísico, sí, y del malo, es el pensamiento que subyace a las consideraciones sobre los límites de la vida que Gabriel expone en su artículo, aunque en este caso no se le puede negar su realismo o, cuando menos, su parecido de familia con los delirios dizque realistas de la ontología orientada a los objetos. Con unas palabras que recuerdan al ecologismo desnortado de Timothy Morton, Gabriel sienta cátedra:

Los virus en general plantean un problema metafísico no resuelto. Nadie sabe si son seres vivos. La razón es que no hay una definición única de vida. En realidad, nadie sabe dónde comienza. ¿Para tener vida basta con el ADN o el ARN, o se requiere la existencia de células que se multipliquen por sí mismas? No lo sabemos, igual que tampoco sabemos si las plantas, los insectos o incluso nuestro hígado tienen consciencia. ¿Es posible que el ecosistema de la Tierra sea un gigantesco ser vivo? ¿Es el coronavirus una respuesta inmune del planeta a la insolencia del ser humano, que destruye infinitos seres vivos por codicia?Ibid., págs. 130-131.

No sé qué es peor, si este animismo ecologista —rayano con el nihilismo misántropo de primer Ray Brassier o de Eugene Thacker— o el animismo capitalista que Slavoj Žižek percibe en los asesores financieros cuando predicen que los mercados tendrán miedo o esperanza, proyectando espíritus y pasiones animales sobre sistemas económicos claramente inanimados. En su contribución a Sopa de Wuhan, Žižek está como de costumbre: ni bien ni mal sino todo lo contrario. Lo mejor de su texto es la sugerencia de que, ahora que los virus han vuelto al terreno corpóreo, después de una década en la que solo se ha hablado de genes y memes virales para referirse a internet, es necesario replantear radicalmente la relación entre lo físico y lo cibernético. Claro que esto son palabras hueras, un puro brindis al sol, si no se acompaña por una teoría de lo real y lo virtual a la altura del siglo XXI. Quien quiera más información, ahí tiene los casi cien libros que ha publicado el esloveno, con su particular mezcla de idealismo alemán, psicoanálisis lacaniano y crítica ideológica posmarxista: tres tradiciones filosóficas con una compresión de la realidad cuando menos idiosincrática.

Slavoj Zizek.

Lo peor del artículo de Žižek es la tesis de que estamos en un «estado de guerra médica» (una concepción belicista de la medicina duramente criticada por el resto de ingredientes de esta sopa wuhanesa), por no hablar de los sueños que deposita el esloveno en que —esta vez sí, ahora de verdad— la COVID-19 finiquite el capitalismoCfr. Slavoj Žižek, «Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de Kill Bill y podría conducir a la reinvención del comunismo», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., págs. 21-28.. En este brete, mucho más razonable y comedido ha sido su viejo compañero de viaje, el megamaoísta Alain Badiou, quien pone en pausa su tendencia consuetudinaria a criticar al gobierno francés y a percibir acontecimientos revolucionarios por todas partes. A juicio de Badiou, no hay «nada nuevo bajo el cielo contemporáneo» y el presidente Emmanuel Macron «no hace ni mejor ni peor que otro su trabajo de jefe de Estado en tiempos de guerra»Alain Badiou, «Sobre la situación epidémica», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 70.. Las ideas «simples» y «cartesianas» que en nombre de la «Razón» —con mayúscula, bien sûr— quiere proponer este filósofo octogenario consisten, al parecer, en llamar idiotas a todos los activistas de izquierdas que no sean él y perorar acerca de las redes sociales con una exageración tal que cualquiera diría que le persigue la Gestapo:

Por cierto, mostraremos con valentía, públicamente, que las pretendidas “redes sociales” muestran una vez más que ellas son (además del hecho de que engordan a los multimillonarios del momento) un lugar de propagación de la parálisis mental fanfarrona, de los rumores fuera de control, del descubrimiento de las “novedades” antediluvianas, cuando no es más que simple oscurantismo fascistaIbid., pág. 78..

Inquietante coyuntura esta, en que Alain Badiou y Michel Houellebecq se ponen de acuerdo en que, después del coronavirus, todo «será igual, o solo un poco peor». En su artículo publicado en castellano por El Mundo, el narrador francés analiza las consecuencias que tiene este «virus banal, […] sin calidad», que «ni siquiera se transmite sexualmente», para el arte de escribir. Duda mucho Houellebecq que sobre la COVID-19 se escriban libros buenos, rompedores; para empezar, porque las pandemias, la decadencia de Occidente y la soledad internauta no son algo del otro jueves, sino que llevan mucho tiempo con nosotros; y para seguir, porque el confinamiento forzoso impide que los escritores lleven a cabo una de sus actividades más importantes: pasear lejos de la mesa donde escriben. En palabras del novelista:

Escribir, si durante todo el día no se pueden dedicar algunas horas de marcha a buen ritmo, es desaconsejable: la tensión nerviosa acumulada no llega a soltarse, los pensamientos y las imágenes siguen doblando dolorosamente la cabeza del pobre autor, que se convierte en alguien irritable o un loco. Lo que cuenta realmente es el ritmo mecánico de la marcha, que no tiene necesariamente que provocar nuevas ideas (ocurre más tarde, en un segundo tiempo), sirve para calmar los conflictos que surgen del choque de ideas que nacen en la mesa de trabajoMichel Houellebecq, «Queridos amigos: el mundo será igual», El Mundo, 06/05/2020, pág. 32..

Badiou y Houellebecq se ponen de acuerdo en que, después
del coronavirus, todo «será
igual o solo un poco peor»

Con ese mismo tono confesional está escrito el diario íntimo que Franco «Bifo» Berardi aporta a Sopa de Wuhan. En él nos informa sobre cómo el coronavirus le pilló en Lisboa y sobre cómo se está quedando sin hachís en casa, pero también aprovecha anécdotas intrascendentes para elaborar reflexiones filosóficas de largo recorrido. Así, nos cuenta que tiene la costumbre de reunirse para comer con sus hermanos una vez al mes como mínimo, pero resulta que nada es lo mismo desde que fallecieron sus dos padres, porque ya no se congregan alrededor del viejo domicilio familiar sino en un restaurante cualquiera, y esa semana en concreto han quedado para almorzar, pero entonces todos tienen miedo de contagiarse, pues ya están mayorcitos, y Bifo duda si llamar para cancelar la cita… Entonces, cuando ya nos hemos quedado dormidos ante este drama neorrealista, Berardi nos despierta y aplica la teoría del «doble vínculo batesiano» a su situación; explicando que, si no cancela la cita, corre el riesgo de convertirse en un «huésped físico» del coronavirus; pero si la cancela, ya se habrá convertido en un «huésped psíquico, es decir, de propagar el virus del miedo, el virus del aislamiento»Franco «Bifo» Berardi, «Crónica de la psicodeflación», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 49.. La teoría de Gregory Bateson es interesante, aunque la ecualización de esos dos tipos de hospedajes —uno de los cuales te puede llevar a la tumba, mientras que el otro te obliga a posponer una comida familiar como mucho— tiene un parecido de familia con los lemas que desde las organizaciones feministas se lanzaron para abogar por la celebración de las marchas del día de la mujer trabajadora, el 8 de marzo de 2020, contraviniendo todas las medidas de seguridad ante la inminencia de la COVID-19. «El peor virus es el miedo», se dijo entonces. «El machismo mata más que el coronavirus», se coreó igualmente. Ante este tipo de ecualizaciones, el erudito conservador José María Bellido Morillas recordó el inoportuno texto comercial que se puede leer en la contracubierta de Alí Baba y los 40 maricones, del historietista gay Nazario Luque: «Atención: este álbum contiene una alegría de vivir más contagiosa que el sida. No consumir en dosis abundantes ni utilizar un álbum ya usado»Nazario Luque, Alí Babá y los 40 maricones, La Cúpula, Barcelona, 1994..

Volviendo al diario íntimo de Berardi, en él se elabora una interesante teoría sobre la COVID-19 como «virus semiótico» capaz de bloquear el funcionamiento de la «psicosfera» por medio de una «gerontomaquia» que obliga a detener por un momento la «axiomática capitalista», cuyo principal axioma o premisa no demostrada es que la economía puede y debe crecer ad infinitum en un planeta biofísicamente finito. Yo añadiría que pandemia nos reconcilia con nuestra finitud al tiempo que nos obliga a pararnos, a aburrirnos, a empobrecernos, a estar a solas. Frente al deseo de viajar más, de producir y consumir más, de conocer más personas, el confinamiento nos devuelve al barrio, al bloque de pisos, al apartamento compartido como unidad de convivencia antropológica difícil pero elemental. Después de una década de causas sociopolíticas perdidas, desde la Primavera Árabe hasta el referéndum independentista en Cataluña, pasando por el feminismo térfobo o Greta Thunberg, ahora llega la rebelión del dolce far niente, la revuelta del wu wei, el dontancredismo como praxis revolucionaria. En palabras de Berardi:

La revolución ya no era pensable, porque la subjetividad está confusa, deprimida, convulsiva, y el cerebro político no tiene ya ningún control sobre la realidad. Y he aquí entonces una revolución sin subjetividad, puramente implosiva, una revuelta de la pasividad, de la resignación. Resignémonos. De repente, esta parece una consigna ultrasubversiva. Basta con la agitación inútil que debería mejorar y en cambio solo produce un empeoramiento de la calidad de la vida. Literalmente: no hay nada más que hacer. Entonces no lo hagamosFranco «Bifo» Berardi, «Crónica de la psicodeflación», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 42..

Por desgracia, algunos filósofos no se han aplicado el cuento y han invertido todo el tiempo libre que les ha dado el confinamiento en escribir artículos que dan verdadera vergüenza ajena. Este es el triste caso de Giorgio Agamben, quien cometió el desliz de tragarse los partes informativos que hasta inicios de marzo de 2020 dieron los medios de comunicación occidentales sobre la COVID-19, intentando anestesiar a la población con que «se trata de una gripe normal y corriente». Tratándose de un pensador que cree paranoicamente que vivimos en un estado de excepción continuo, sorprende su ignorancia e ingenuidad acerca de la posverdad y las noticias falsas. Igual que el avestruz mete la cabeza en la tierra ante el peligro de los depredadores, Agamben, ante el peligro de verse refutado y dando clases por internet, metió la cabeza en su teoría del Homo sacer y se puso a pontificar contra la docencia telemática y a favor de una universitas —en latín, por supuesto, pues lo imbécil no quita lo pedante— donde puedan celebrarse disputaciones facie ad faciem, en vez de per speculum in aenigmate. Demasiado Pablo de Tarso por hoyCfr. Giorgio Agamben, «La invención de una epidemia», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., págs.. 17-20..

Pero los latinajos de Agamben son preferibles a las respuestas que recibieron sus artículos, entre las cuales se cuenta un folio y medio de Jean-Luc Nancy que debería figurar inmediatamente en la historia universal de la infamia filosófica. Aparentemente, el francés se la tenía guardada al italiano desde que, tres décadas antes, este le recomendó que no se hiciera el trasplante de corazón que al final le salvó la vida. Si entonces se equivocó Agamben, ¿por qué no habría de hacerlo ahora también? Con todo y con eso, escribe Nancy con recochineo, «Giorgio sigue siendo un espíritu de finura y bondad que puede ser llamado —sin ironía— excepcional»Jean-Luc Nancy, «Excepción viral», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 30..

Afortunadamente, no todas las respuestas a Agamben han rebajado el nivel de la discusión a ese tono de patio de colegio. Marco D’Eramo, desde las páginas de la New Left Review, le da la razón en que la COVID-19 ha convertido a los ancianos en sagrados y al mismo tiempo sacrificables, como el Homo sacer; pero no está de acuerdo en que los gobiernos aprovechen cualquier coartada para extender el estado de excepción indefinidamente. Los poderes fácticos siempre prefieren gobernar a través de la persuasión y en la sombra, en vez de abiertamente y con violencia. Además, la generación de Agamben, la de los intelectuales italianos nacidos a mediados del siglo XX, está demasiado influenciada por el recuerdo de los Años de Plomo. Entonces, durante la década de los setenta, la Guerra Fría se manifestó en Italia bajo la forma de numerosos atentados terroristas de falsa bandera, tanto de izquierdas como de derechas. El hecho de que uno de los actos sociales que aparecen cancelados en el diario íntimo de Berardi (nacido en 1948) sea la reunión anual de unos viejos camaradas ante la lápida de Francesco Lorusso, el militante de Lucha Continua asesinado por la policía durante los disturbios de 1977, indica hasta qué punto D’Eramo está metiendo el dedo en una llaga generacional. Entonces, durante la década de los setenta, el gobierno italiano impuso un estado de excepción que discriminaba entre los terroristas y el resto, del mismo modo que la «sociedad soberana» anterior a la Contemporaneidad separa, según Michel Foucault, a los leprosos de los demás. Por el contrario, prosigue foucaultianamente D’Eramo, el coronavirus nos ha devuelto a una «sociedad disciplinaria», donde el gobierno no diferencia entre buenos y malos, sino que impone un confinamiento y una vigilancia sobre toda la población, como se hacía con la peste en el siglo XIXCfr. Marco D’Eramo, «The Philosopher’s Epidemic», New Left Review, núm. 122, 2020, págs. 23-28..

Pero esta es solo la historia de la pandemia en Occidente. En Oriente —por motivos más políticos y tecnológicos que culturales, más vinculados con el hecho de que en esa región del mundo hay muchos gobiernos ultratecnologizados de partido único, por mucho que le pese a Byung-Chul Han— se está ensayando una nueva forma de biopolítica que —por hablar en el único idioma que parecen comprender la mayoría de los filósofos actuales: el foucaultés— no sé si tiene que ver con la sociedad disciplinaria de Vigilar o castigar o —más bien— con el «poder pastoral» de Seguridad, territorio, población. El caso es que hace años se implantó en China un sistema de crédito social que puntúa a los ciudadanos según su conducta, permitiéndoles o prohibiéndoles acceder a ciertos privilegios económicos y administrativos, y los países de su entorno, muy señaladamente Corea del Sur, han frenado la pandemia mediante la monitorización de los contagiados a través del móvil, saltándose a la torera su derecho a la privacidad. Como en ese país no se ha impuesto aún una cuarentena a toda la población, los surcoreanos probablemente tengan sentimientos encontrados acerca de su situación: una sensación de ser más libres, de tener una mayor capacidad de movimiento y de consumo que los chinos, los estadounidenses o los europeos, paradójicamente mezclada con una sensación de estar más seguros, mejor protegidos y vigilados por el gobierno. ¿Acaso ha resuelto Corea del Norte la contradicción que según muchos politólogos media entre la libertad y la seguridad? ¿Se expandirá a Europa y Estados Unidos este poder pastoral asiático, basado en la confesión de las tentaciones y de los pecados a los guardianes de la piara, solo que ya no a través de una celosía sino por medio de un smartphone? ¿O es que no tenemos ya en Occidente a nuestros propios perros pastores (físicos, cibernéticos y de todo tipo)?Hablando de pastores, recordemos el mensaje que mandaron unos católicos españoles a la Conferencia Episcopal, exigiéndoles que volvieran a dar misa en el momento más crudo del confinamiento. El hecho de que la pandemia coincidiera con la Semana Santa explica ese delirante comunicado, una especie de «¡Vivan las cadenas!» 2.0, en el que una serie de fieles aseados y sonrientes interpelan a los obispos con una mezcla de sumisión y mandato, genialmente sintetizados en el lema «Somos vuestro rebaño: devolvednos la misa», solo superado por esta cita —Dios sabe si inventada— del Papa Francisco: «La Iglesia es concreta, no puede haber una Iglesia virtual»..

A todas estas dudas responde el único autor de Sopa de Wuhan que realmente tiene una teoría filosófica/sociológica aplicable a nuestra coyuntura. Y no estoy pensando en la marxoescolástica de David Harvey, el Harnecker del siglo XXI, el Konstantinov británico, capaz de aburrir a las ovejas repitiendo las cuatro verdades del barquero acerca de la extracción de la plusvalía y las crisis cíclicas del capitalismoCfr. David Harvey, «Política anticapitalista en tiempos de coronavirus», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., págs. 79-96.. Estoy pensando en Paul B. Preciado. En su largo artículo, este burgalés afincado en París (a quien no hemos mencionado en el bloque de los hispanos porque su larga estancia parisina, sumada a su estilo cartesiano —claro y al grano— le convierte en uno más de esa larga lista de «franceses nacidos en España») demuestra ser el único autor de Sopa de Wuhan con una propuesta teórica a la vez pertinente y original, si bien algo logorreica. Me refiero a su análisis del modelo de confinamiento inaugurado pro Hugh Hefner. Y es que el fundador de Playboy se pasó medio siglo sin salir de su mansión. Con videocámaras en todas las habitaciones, flanqueado por sus conejitas, ingiriendo altas dosis de viagra y otras drogas, vistiendo todo el día un albornoz rojo, unas zapatillas de estar por casa y una gorra de marinero, Hefner inauguró una nueva forma de estar en casa y de tener empleo: la del «trabajador horizontal» que realiza multitud de actividades farmacopornográficas sin necesidad de levantarse del lechoCfr. Paul B. Preciado, Pornotopía: Arquitectura y sexualidad en «Playboy» durante la Guerra Fría, Anagrama, Barcelona, 2020.. ¿No nos recuerda esto muchísimo a todos esos músicos, escritores, deportistas, bailarines, artistas plásticos y —abreviando, que es gerundio— influencers que han aprovechado la cuarentena para lanzar una campaña de publicidad consistente básicamente en ofrecerse como entretenimiento gratuito para las masas adocenadas por medio de directos en Instagram? A juicio de Preciado, detrás de este tipo de dinámicas hay una tendencia a la descorporeización que debería preocuparnos:

El sujeto del technopatriarcado neoliberal que la COVID-19 fabrica no tiene piel, es intocable, no tiene manos. No intercambia bienes físicos, ni toca monedas, paga con tarjeta de crédito. No tiene labios, no tiene lengua. No habla en directo, deja un mensaje de voz. No se reúne ni se colectiviza. Es radicalmente individuo. No tiene rostro, tiene máscara. Su cuerpo orgánico se oculta para poder existir tras una serie indefinida de mediaciones semio-técnicas, una serie de prótesis cibernéticas que le sirven de máscara: la máscara de la dirección de correo electrónico, la máscara de la cuenta Facebook, la máscara de Instagram. No es un agente físico, sino un consumidor digital, un teleproductor, es un código, un pixel, una cuenta bancaria, una puerta con un nombre, un domicilio al que Amazon puede enviar sus pedidosPaul B. Preciado, «Aprendiendo del virus», en AA. VV., Sopa de Wuhanop. cit., pág. 178..

Este, en suma, es el contenido de Sopa de Wuhan. ¿Nuestro balance? Básicamente que, ante un fenómeno tan imprevisible y novedoso como la Covid-19, muchos filósofos actuales han preferido repetir doctrinas que ya habían expuesto en obras anteriores en lugar de ponerse a estudiar virología, epidemiología o cualquier otra rama científica vagamente relacionada con la pandemia. Y no es una excusa decir que estamos ante «filósofos de letras», pues ninguno de los autores de Sopa de Wuhan da pruebas de haberse acercado a las novelas acerca de pandemias que tan insistente como infructuosamente se han recomendado desde los medios de comunicación como forma de ocupar el tiempo libre durante la cuarentena. Por mencionar solo las más conocidas, en esta antología no hay ni una sola alusión a La peste de Albert Camus, ni a El amor en tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, ni al Ensayo sobre la ceguera de José Saramago. Todas las citas que hacen los sopawuhaneros provienen de sus propios libros o de los omnipresentes Michel Foucault y Roberto Esposito. No en balde, la crítica de la biopolítica es el marco teórico que está detrás del grueso de los análisis filosóficos sobre el coronavirus, hasta el punto de convertirse en una verdadera «pandemia de la filosofía», como argumenta desde las páginas de El Catoblepas el filomaterialista Ekaitz Ruiz de Vergara (otro ortodoxo de lo suyo, que solo cita con aprobación a Gustavo Bueno, como si el filósofo riojano pudiera analizar la COVID-19 cuatro años después de su muerte)Cfr. Ekaitz Ruiz de Vergara, «Filosofía de las pandemias & Pandemias de la filosofía», El Catoblepas, núm. 191, 2020, pág. 9..

De este modo, el filósofo se convierte en la contrafigura del cuñado, y pido disculpas por echar aquí mano a una vieja teoría míaCfr. Ernesto Castro, «Una o dos anécdotas ultrarracionales», en Ismael Crespo Amine y José Carlos Cañizares Gaztelu, Ultrarracionalismo, Delirio, Salamanca, 2019, págs. 341-387.. Si, frente a un fenómeno imprevisible como es una pandemia, la conducta del cuñado consiste en cambiar de opinión súbitamente, pasando en cuestión de días de la tesis de que «El COVID-19 es una gripe normal y corriente» a la antítesis de que «El COVID-19 es una bomba bacteriológica desarrollada por China contra Estados Unidos o Europa», convirtiéndose de este modo en un «capitán a posteriori»Para quien no lo conozca, el Capitán A Posteriori es un superhéroe de la serie de dibujos animados South Park cuyo único superpoder consiste en llegar al lugar de una catástrofe para señalar las medidas que se podrían haber tomado para evitarla. Pero la catástrofe era imprevisible, y las medidas se reducen a puras perogrulladas., la conducta del filósofo, por el contrario, consiste en mantenerse en sus trece, con una actitud no menos arrogante y prejuiciosa. Nos asegura que él «ya nos lo había dicho», que él «ya lo había explicado» en no sé qué monografía o paper: asume el papel de un «teniente a priori», de alguien que cree tener desde siempre la verdad. Y es que, como ya dijo el duque de La Rochefoucauld en el siglo XVII, «la filosofía triunfa fácilmente sobre los males pasados y futuros, pero los males presenten triunfan sobre ella»François de La Rochefoucauld, Máximas morales, § 22..

Ernesto Castro (Madrid, 1990) está acreditado como profesor contratado doctor de Filosofía por ANECA y ha publicado los libros de no ficción Contra la postmodernidad: Un libelo del 15M (Alpha Decay, 2011; Arpa, en prensa), Otro palo al agua: Textos sobre artes plásticas, música y literatura (Micromegas, 2016; Roneo, en prensa), El trap: Filosofía millennial para la crisis en España (Errata Naturae, 2019), Realismo poscontinental: Ontología y epistemología para el siglo XXI (Materia Oscura, 2020) y Ética, estética y política: Ensayos (y errores) de un metaindignado (Arpa, 2020). Tiene un canal de YouTube al que sube los vídeos de sus clases, conferencias y entrevistas.

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