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La batalla de Kabul

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¿Seguro, incomparable gemelo, que hay razones para explicar lo de Afganistán? Lo de Afganistán, mucho nos tememos, es inexplicable.  El título inicial de esta entrada era “Afganistán y Occidente”. Estando la misma a medio redactar, en la madrugada del domingo pasado, repasando la prensa diaria, nos cruzamos con una tribuna del Maestro Mario Vargas Llosa publicada en El País y titulada “Kabul y Occidente” cuya lectura recomendamos encarecidamente. Aunque nuestro enfoque es coincidente en buena medida, nos parece que conviene revisar qué es hoy el “Occidente”. En el punto central de nuestra tesis, estamos de acuerdo. Sea lo que sea Occidente hoy no se puede, ni se debe, decir que este “ha sido derrotado”. De ahí el nuevo título de la tribuna. El enlace a la tribuna de Mario Vargas Llosa es: https://elpais.com/opinion/2021-09-05/kabul-y-el-occidente.html., Ha vuelto a suceder. Puede que haya razones que eran buenas cuando debió haberse tomado la decisión de irse de Afganistán, mucho antes, pero que hayan dejado de serlo tras tanta demora. Puede que nunca hubiera habido buenas razones para intervenir en ese país tan inestable y, a la vez, crítico en el choque tectónico de las potencias interesadas en la zona, aunque todas intervinieron. Puede que los países occidentales, en cualquier caso, nunca deberían haber intervenido, teniendo en cuenta el precedente de la guerra de Vietnam. Y puede también que los acuerdos del presidente Trump y su secretario de estado Pompeo, en febrero de 2020, hayan condicionado la ultima fase de la retirada, atando de manos al presidente Biden, quien, por cierto, ha tomado la decisión adecuadaVéase, sobre este punto, un equilibrado análisis publicado recientemente por el Washington Post: https://www.washingtonpost.com/politics/2021/08/20/trump-peace-deal-taliban/.

Al inicio de los años 80 del siglo pasado, la inteligencia norteamericana no debía de saber a ciencia cierta si la URSS estaba al borde del colapso o no, lo que sucedió apenas una década más tarde. O quizá lo estuviera y puede que el enquistamiento del conflicto afgano, pues eso es lo que sucedió en toda esa década, contribuyese decisivamente a la caída de la nefasta utopía soviética. Argumento que se debatió ampliamente en su momento por los estudiosos del fracaso del experimento soviético. También los errores tácticos y estratégicos cometidos por los países occidentales y sus aliados, armando a los muyahidines y otros grupos contra los soviéticos, contribuyeron a crear el caldo de cultivo en el que creció el poder talibán. El caso es que la URSS abandonó Afganistán en diciembre de 1989 para desmoronarse poco después dejando al gobierno amigo de Afganistán abocado a su destino.

Los polvos modernos de los que viene el lodo geoestratégico afgano actual datan de cuando la URSS invadió Afganistán por invitación del Partido Comunista de este país, entonces en el gobierno y en guerra contra una variada y amplia resistencia de grupos islámicos apoyados por Arabia Saudí, Pakistán y los EE. UU. Esta “proeza” soviética sucedió en diciembre de 1979, un año después de iniciada una guerra que duraría hasta 1992. En diciembre de 1978 el gobierno afgano había firmado un pacto con Moscú que autorizaba a la URSS a intervenir directamente en el país. A partir de entonces, se intensificó la intervención de los países mencionados y el aprovisionamiento de armas soviéticas y occidentales en la zona.

El 15 de agosto de 2021 los EE. UU. Comenzaron la retirada de sus tropas en Afganistán. El repliegue se centró en el control de la zona aeroportuaria, para lograr la seguridad de las operaciones aéreas durante la salida de las tropas y de las decenas de miles de nacionales afganos que confiaban en ser trasladados a los países con los que habían colaborado desde que la coalición de las Naciones Unidas, liderada por los EE. UU., expulsase a los talibanes del gobierno en 2001, que no del país, claro.

Los estrategas del ejército americano confiaban en que el gobierno establecido y el ejército nacional aguantasen siquiera medio año para facilitar los procesos de repatriación de los militares extranjeros y todo su staff y de expatriación de los colaboradores locales. Pero en apenas una semana toda la estructura de la república afgana se derrumbó como un castillo de naipes, los milicianos talibanes se hicieron con el control de Kabul y si respetaron la zona aeroportuaria, que podían haber convertido en un infierno, debió de ser por algún tipo de acuerdo con los aliados occidentales. En el plazo marcado del 31 de agosto, hora de Kabul, hace apenas una semana todos los militares extranjeros y miles de colaboradores locales que pudieron atravesar las puertas de la ciudad aeroportuaria de Kabul, tras dos décadas de una calamitosa ocupación pretendidamente benefactora, habían abandonado el país al que las potencias occidentales aliadas querían convertir en una democracia, dejándolo en manos del Talibán En la ocupación de Afganistán, en realidad se mezclan muchos elementos complejos, algunos de ellos con tintes claros de dejà vu. La ocurrencia de los terribles atentados del 11S de 2001 desencadenaron una intervención de los EE. UU. En la que se mezclaba la búsqueda de Bin Laden con el desalojo de los talibanes del poder, a cuyo régimen islamista se le consideraba un refugio para este tipo de terrorismo. Al mismo tiempo, la situación en Iraq contaminó y distrajo la actuación en Afganistán, apareciendo en escena la motivación del nation-building en la intervención en este último país. Como sucedió en la Guerra de Vietnam, los generales del ejército americano reportaban progresos inexistentes en sus informes que acabaron de complicar las cosas. Hasta que el gobierno estadounidense decidió acabar la guerra afgana en diciembre de 2014, dejando en el país un contingente de apoyo al ejército nacional y manteniendo una importante ayuda económica militar y para la reconstrucción cuyo importe osciló alrededor del 30% del PIB del país.

Seguramente, amigos lectores, han asistido pasmados a la variedad de análisis que se han producido en los medios, especializados o no, y en las redes sociales (nada especializadas, por cierto) en las que cualquiera que lo desease expresaba opiniones a bocajarro. No es nuestra intención valorar esas opiniones en esta entrada de Una Buena Sociedad pero si desean conocer algunos de los mejores análisis de los antecedentes que han llevado hasta el colapso reciente les recomendamos los tres primeros capítulos (y el resto, naturalmente) de este informe oficial publicado en la víspera de la salida de las tropas americanas de Afganistán: https://www.sigar.mil/pdf/lessonslearned/SIGAR-21-46-LL.pdf#page=38. No nos negarán que tiene mucho mérito que un informe oficial reconstruya críticamente los antecedentes de un fiasco como este y extraiga las lecciones, como quien dice, en tiempo real. Este informe, entre los muchos datos interesantes que aporta en sus 122 páginas, alude a la ingente creación de infraestructuras civiles. Los EE. UU. han destinado 145 mil millones de dólares en las dos décadas que ha durado su presencia en el país a programas militares y civiles de reconstrucción. En 2007 y 2010, la ayuda anual superó el PIB del país manteniéndose en muchos años por encima del 45%, considerado el límite máximo de capacidad de absorción de la ayuda en países beneficiarios sin graves conflictos. La corrupción generalizada de los elementos locales y contratistas extranjeros y la escasa supervisión de los agentes americanos, el propio informe reconoce, facilitó el despilfarro de una parte muy importante de estos fondos, y hasta su abundancia estimuló la corrupción. Pero, en este periodo aumentaron la esperanza de vida y la tasa de alfabetización de la población afgana, entre otras mejoras., pero permítannos centrarnos en una de las derivadas del debate mediático que se ha producido y que nos parece especialmente relevante y, para anticipar lo que sigue, nada acertada.

En una entrevista a RNE, el pasado 18 de agosto, el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, dijo “lo que ha ocurrido en Afganistán es una derrota del mundo occidental” Puede escucharse la entrevista en este enlace: https://www.rtve.es/play/audios/las-mananas-de-rne-con-inigo-alfonso/borrell-afganistan-derrota-mundo-occidental/6063803/. Se comprende que es una declaración casi sobre la marcha, pero choca una caracterización tan derrotista de lo acontecido. La evacuación de las tropas internacionales estaba decidida y pactada desde los acuerdos de Doha del presidente Trump con el Talibán en febrero de 2020. Prevista inicialmente para mayo de 2021 pudo retrasarse hasta agosto de este mismo año.. Hace un siglo, el historiador y filósofo alemán Oswald Spengler publicó en alemán una obra muy influyente: Der Untergang des Abendlandes. Su traducción al español por “El Declive de Occidente” se corresponde literalmente con la que se hizo del inglés (The Decline of the West), pero la crítica posterior ha establecido que no fue una traducción afortunada. No era, no obstante, la cuestión lingüística, la parte más relevante del enorme y contradictorio éxito e influencia que tuvo la obra de Spengler, publicada a sus 34 años.

Occidente, la civilización occidental, si es algo hoy, ya no es lo que era cuando Spengler escribió el borrador del primer volumen de su obra, unos años antes del inicio de la Primera Guerra Mundial. Los acontecimientos de entreguerras, el nazismo, la alianza antinazi, la alianza atlántica, la URSS y su imperio y la Guerra Fría se sucedieron hasta que la renovada hegemonía occidental, sobrevenida gracias al derrumbe soviético, en el inicio de la última década del siglo pasado, se vio oscurecida por la globalización. Occidente y la globalización se llevan mal.

Si algo ha desaparecido hoy de la mochila de Occidente es la civilización. Para muchos, desde luego para nosotros, lo civilizatorio es bastante anterior a la emergencia del occidente moderno con la Revolución Industrial, aunque Spengler (y, quizá más, sus entusiastas) asociase esta calidad a su concepto de Occidente.

La globalización es China y, a mucha distancia, un conjunto de países emergentes que titubean a tenor de los caprichos de sus dirigentes y las oscilaciones del precio de las materias primas. China no titubea y está retando a Occidente en todos los frentes, habiéndolo superado en algunos. Y China, naturalmente, mira más que nunca ahora a Afganistán.

Creemos que es un error decir que Occidente ha sido derrotado. La batalla de Kabul se ha perdido irremediablemente. Mejor dicho, la derrota de Kabul venía siendo una derrota por entregas y con final pactado. Ese desgraciado país no ha vivido un periodo de cierto sosiego y manifiesta modernidad desde el reinado de su último monarca, Zahir Shah, transcurrido entre 1933 y 1973, cuatro décadas de convulsiones y lucha de bloques en Occidente que el país logró atravesar sin excesiva injerencia extrajera. Pero los últimos veinte años han sido de guerra larvada porque los talibanes nunca abandonaron el país y mantuvieron sus feudos a buen recaudo y bien provisionados a través de los numerosos pasos fronterizos que tiene el país. En realidad, los talibanes mantuvieron un cerco permanente al Estado afgano que empezó a estrecharse en 2009 con una formidable escalada de los ataques a las fuerzas gubernamentales y de la coalición de las Naciones Unidas.

La idea de que Occidente ha sido derrotado que, como vemos, muchos analistas y algunos dirigentes internacionales han sacado de estos terribles episodios, evoca el choque de civilizaciones y el declive de nuestra civilización occidental, cuando convendría cuestionarse si tal cosa existe hoy. Sin duda existen valores como la libertad, la democracia, la defensa de la propiedad y la competencia que muchos países avanzados, geográficamente occidentales y no occidentales, todavía comparten, practican y tratan de pasar a las nuevas generaciones. Pero no son buenos tiempos para estos valores. Lo de Afganistán es un desastre sin paliativos, especialmente para el pueblo afgano y, sobre todo, para las mujeres. Y los países avanzados que han intervenido deben aprender las lecciones de los errores cometidos, que han sido muchos como revela el informe del SIGAR (Special Inspector General for Afgahn Reconstruction), una agencia independiente creada por el gobierno de los EE. UU, citado en la nota al pie número 4.

La batalla de Kabul muestra que los países avanzados que comparten los valores antedichos deben revisar su posición en el mundo, su intervención en los conflictos en terceros países y hasta qué punto ellos mismos están cumpliendo con los valores que dicen defender. Pero ni es una derrota de Occidente ni debe calificarse de esta manera, menos aún por el jefe de la diplomacia europea. Se comprende el uso de una frase gráfica en un medio de comunicación en el fragor del momento. Pero el mensaje que se transmite no es bueno y desmerece el conjunto de acciones y políticas que muchísimos países avanzados vienen realizando para ayudar a los países con más dificultades.

El ejemplo afgano no es el mejor, pues en él se mezclan ruidosamente la ayuda para la gobernanza con la intervención militar, no exenta de errores. Pero es imposible imaginar la ayuda a este país sin el componente militar. Kabul no es Saigón, aunque lo parezca, por muchas razones que hunden sus raíces en el origen de ambos conflictos Véase https://foreignpolicy.com/2021/09/01/afghanistan-vietnam-saigon-kabul-fall/.. Pero es verdad que esta guerra se torció cuando los talibanes comprendieron (les llevó toda una década) que no estaba emergiendo en Afganistán ni una sociedad civilizada ni un gobierno nacional capaces de contenerles. Hoy solo cabe confiar en que los talibanes hayan aprendido también algunas lecciones y que las potencias globales y regionales sean lo suficientemente fuertes y responsables como para contener los excesos de aquellos mediante otro tipo de persuasión. Quizá China lo ha entendido mejor que nadie, pero en estos momentos hay bastantes más incógnitas que certezas sobre cual puede ser su papel en el futuro de Afganistán. Véase https://www.theatlantic.com/international/archive/2021/09/china-taiwan-afghanistan/619950/.Ambos países comparten una estrecha frontera entre Pakistán y Tayikistán.

Los países que defienden la libertad deben expresar con fuerza este compromiso y las poderosas imágenes de este verano en la caída de Kabul deben servir de advertencia sobre el elevado coste moral y económico de los errores cometidos. Las democracias de calidad no abundan en el mundo, y algunas de ellas retroceden, según muestra el conocido índice de The Economist Véase (para suscriptores) https://www.eiu.com/n/campaigns/democracy-index-2020/ y (en español) https://es.wikipedia.org/wiki/Índice_de_democracia. Aprendamos las lecciones y no nos apresuremos a tirar por la borda la herencia de Occidente.

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