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Caravaggio, Modigliani y Fortuny: vida y novela de los artistas

A estos tres artistas no les une su modo de pintar ni su tiempo, sino la desgracia. Fueron enormemente admirados cuando vivían: Modigliani por los «happy few» del París bohemio de Montparnasse y Montmartre, lo que le hizo célebre y pobre; Caravaggio por una pléyade de cardenales, príncipes y embajadores proclives a perdonar sus desmanes; Fortuny, que llegó a rico, por lo más selecto del coleccionismo internacional. Y en los juicios del gusto, el veredicto de la posteridad les ha sido propicio. A Caravaggio se le tiene con toda justicia como el fundador de una fecunda estirpe de pintores de la luz y la nueva realidad convulsa afrontada por el Barroco; Modigliani dejó un sello figurativo lánguido, pero no melifluo, en una época en la que sus contemporáneos rompían o desfiguraban las formas; Fortuny, en la segunda mitad del siglo XIX, cuando otros soñaban ya el cubismo y practicaban un simbolismo delicuescente, cultivó la estampa orientalista, las escenas de costumbrismo anecdótico, el retrato a monarcas y damas de la alta sociedad, seduciéndonos hasta hoy por la sabiduría de la pincelada y el secreto de una felicidad pictórica hecha de gracia en el dibujo y genio en el color.

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Lolita en la hoguera

¿Qué pretendió Vladimir Nabokov cuando escribió Lolita ¿Contar la historia de una pobre niña violada una y otra vez por su padrastro desalmado? Un argumento tan pueril y trillado no habría permitido que el libro se transformara en una obra maestra de la literatura. ¿Quizá su intención era explotar una historia morbosa para ganar mucho dinero? Sabemos que a Nabokov no le molestaba el dinero, pero sería injusto y ridículo rebajar su novela a la categoría de simple pornografía. Lolita se ha convertido en una obra incómoda en la época del movimiento #MeToo. Imagino que muchos han fantaseado con prohibir el libro o arrojarlo al fuego. Sin embargo, el anatema que ya pesa sobre Lolita no puede alterar su verdadero significado, ni anular sus virtudes literarias. Si un pederasta se adentra en sus páginas, experimentará una prematura decepción, pues las proezas estilísticas de Nabokov ponen a prueba la inteligencia del lector, exigiéndole atención, sensibilidad e ingenio. La trama puede ser provocadora, pero su desarrollo no se caracteriza por un encendido erotismo. Las escenas sexuales siempre acontecen fuera de foco. Las elipsis sortean con éxito la estridencia de lo explícito. Lolita no es un canto a la perversidad, sino una desinhibida radiografía de las catacumbas de la mente humana.

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