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Cinco años oscuros

Castillos de fuego

Ignacio Martínez de Pisón

Seix-Barral, Barcelona, 2023.

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1939 fue el punto de partida de un período especialmente ominoso para España. La rendición de la República desató una represalia que buscaba la destrucción de los vencidos que sobrevivieron a la Guerra Civil y la eliminación de las pocas transformaciones que, hasta ese momento, España había experimentado en lo social y lo cultural. El terror y la venganza afectaron a todos los ámbitos de la sociedad y se plasmaron en ejecuciones, hambre y ostracismo. Castillos de fuego refleja ese estado de las cosas con inteligencia y precisión, desde uno y otro lado del conflicto, atendiendo a la represión que padecieron todos los que podían ser sospechosos de pertenecer a cualquier partido afecto a la República y también a las purgas que el propio fascismo llevó a cabo entre sus filas. Mientras tanto, unos y otros, depositaban sus esperanzas en el desenlace de la Segunda Guerra Mundial, que idealmente tenía que despejar las dudas sobre el futuro del régimen de Franco y que a la postre fue la antesala de la Guerra Fría, otro enfrentamiento global que mantuvo y enquistó al franquismo más allá de cualquier predicción pesimista.

En muchos sentidos, Castillos de fuego es una novela exuberante. Tiene una extensión y una ambición poco frecuentes. Construye un gran fresco, complejo y rico, de lo cotidiano en el Madrid de los primeros cinco años de la posguerra a partir del día a día de más de setenta habitantes imaginarios de Madrid de esa época. La exuberancia llega de la mano del detalle y de la búsqueda de una relación clara entre la ficción, el territorio de los personajes y sus peripecias, y la realidad, la cronología y sus episodios. No es una crónica, pero comparte el rigor del dato y, por encima de todo, la voluntad de ir más allá de la anécdota y reflejar una moral colectiva, un todo que influye en todos y que es capaz de sacar lo peor de cada uno de ellos. Eloy asesina al que considera su maestro siguiendo las órdenes del partido. Basilio, profesor universitario, pierde su trabajo por una depuración que han orquestado los que fueron sus alumnos. Alicia se convierte en prostituta por haberse enamorado. Matías, el falangista encargado de devolver a sus dueños los objetos requisados durante la guerra, trafica con esos mismos objetos y sueña con medrar. Valentín, que militó en el Partido Comunista durante el conflicto, ahora forma parte de la Brigada Político Social y no duda en perseguir y torturar a sus antiguos camaradas. La miseria trasciende lo material y acaba por impregnar la vida de todos, que con urgencia renuncian a sus convicciones para sobrevivir. Mantienen la esperanza en una vida mejor, en el reencuentro o en el final del miedo; pero incluso ese anhelo está teñido de desilusión, de medianía.

La mirada de Martínez de Pisón es la de una cámara objetiva que captura los detalles, el ambiente y las costumbres, sin otro aparente interés que la representación de la realidad de un quinquenio singular de la historia de España del siglo pasado. Este punto de vista resulta muy eficaz y el lector acaba sumergido, desde las primeras páginas de la novela, en la tragedia cotidiana de los personajes y en la crisis moral de un país que comienza la travesía de un período muy oscuro. Desde esta perspectiva, Castillos de fuego ―como Guerra y paz, El Don apacible o Manhattan Transfer― tiene algunos rasgos épicos. Nos muestra cómo la historia, más allá de los grandes acontecimientos, los datos incontestables y la documentación, se construye a partir de las trayectorias de las personas, la mayoría anónimas, que comparten existencia y tiempo.

Castillos de fuego está construida desde el rigor documental y su equilibrio con la ficción, una receta que en otros libros se traduce en una cierta pesadez. Las setecientas páginas de esta novela monumental se devoran, como una buena serie televisiva, de un tirón, sin apenas respirar. No obstante, y este es un consejo sincero, vale la pena resistirse a la compulsión y reflexionar sobre algunas de las cuestiones que la novela nos propone. Además de recrear los primeros años de posguerra, Castillos de fuego nos muestra cómo el franquismo, ya en sus orígenes, no fue más que una enorme y cruel farsa, una impostura construida sobre miles de muertos que no tenía otro objetivo que mantener los privilegios y la riqueza de unos pocos. Del mismo modo, la novela nos presenta un recorrido por unas costumbres morales que se hicieron fuertes en aquellos años y que, lamentablemente, se han enquistado hasta hoy. La mal llamada picaresca, la hipocresía, la queja implacable, el victimismo, la maledicencia… algunos de los rasgos más terribles que forman parte del gran tópico de lo español. En este punto, Castillos de fuego adquiere una nueva característica: es una novela necesaria, huye de la comodidad del que elige un bando, para ofrecernos una nueva oportunidad de revisitar el horror desde nuevos ángulos; de volver sobre nuestros pasos y reflexionar sobre lo que sucedió; de analizar lo que nos caracteriza. Todas estas acciones contribuyen a una buena memoria colectiva. En este sentido, un cierto costumbrismo que, como este, se construye sobre el rigor de los datos, puede propiciar un nuevo punto de vista sobre una época que hasta ahora se contemplaba casi exclusivamente desde lo ideológico.

Ya hemos acordado que Castillos de fuego es un gran fresco de una época oscura construido desde una mirada rigurosa y detallista; sin embargo, parece que Martínez de Pisón no ha podido resistirse a aplicar una cierta socarronería. Aunque pueda parecer anecdótico, en distintos momentos de la novela los personajes destapan un sentido del humor amargo, el mismo que nace de la resignación y que también forma parte de nuestra cultura. Recomendar la impostura, celebrar la hipocresía o, lo que es peor, animar la mansedumbre, son actitudes que caracterizaron las costumbres sociales del franquismo y que autores como Luis García Berlanga o Rafael Azcona supieron capturar desde un sentido del humor demoledor. Martínez de Pisón emplea el mismo registro. Ante la mejor de las noticias, un acontecimiento excepcional en medio de tanta miseria, una mujer le propone a otra: «Llore, hija, llore. Llore todo lo que haga falta. Le hará bien».

Alberto Mauri es licenciado en Filología Hispánica con Grado en Estudios Literarios y Lenguas Romances. Trabajó durante largos años en el sector editorial, también como asesor literario del programa Nostromo (RTVE). Fue fundador y organizador durante 10 años del Premio Salambó de Narrativa. Autor y editor del libro La Fura dels Baus 1979-2004. Colabora en suplemento cultural de La Vanguardia y en las revistas LeerQuimera y Arcadia.

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Ficha técnica

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