«En el horno del tiempo»
«Bate el tiempo los rostros de los hombres.» Desde este verso temprano que trae temblor de origen –de la fuente de nuestro sentido de la creación, de fuerte impronta griega– se hace ya patente una constante que impregna la obra entera de Mario Luzi, quizá el más grande de los poetas vivos: su pasión por el hombre, por la pasión del hombre, con su carga incesante de dolor; su pasión en el tiempo, en ese tránsito que se da su figura en el recuerdo y que encarna su ser en la palabra. Desde esta «substancia» existencial –más allá de etiquetas académicas que hicieron de Luzi un poeta «hermético»–, se reconoce un signo, un movimiento: ese batir del tiempo que en