
Las tres tesis de Victoria Camps sobre la fragilidad de una ética liberal
Entre los muchos propósitos del actual gobierno se encuentra el de reimplantar en el currículo escolar una asignatura sobre valores cívicos y éticos. Una nueva versión de la Educación para la Ciudadanía impulsada por el anterior gobierno socialista, que se inspiraba, a su vez, en la filosofía educativa de la Institución Libre de Enseñanza (1876). Por supuesto, el diablo está en los detalles. Pero, de entrada, hay poco que objetar a que los individuos adquieran y ejerzan los valores que fundan el sistema político que les gobierna: la libertad, la igualdad y la tolerancia. Es deseable para cada uno de ellos, individualmente, porque los hace mejores ciudadanos. Y es deseable para todos ellos, colectivamente, porque apuntala el buen funcionamiento de las instituciones –políticas y no políticas– que ordenan sus vidas. Esta es la idea principal del último libro de Victoria Camps, La fragilidad de una ética liberal, en el que reflexiona sobre la importancia de la educación y su papel –o, mejor dicho, la ausencia de él– en la filosofía liberal.