
El Dorado jamás ha existido
Ninguna otra obra de la inteligencia humana, excepción hecha del comunismo, ha mostrado tanta disparidad entre teoría y práctica como Internet. No es casualidad que la filosofía subyacente al Internet original, el de Tim Berners-Lee, Ben Shneiderman o Ted Nelson, fuera una mezcla de determinismo marxista, humanismo santurrón, comunitarismo jipi y contracultura freudiana. Una extraña amalgama adobada, también, con unas pocas gotas de utopía new age y un desconocimiento absoluto de la naturaleza humana.
Si las predicciones de los primeros teóricos de la cultura digital se hubieran hecho realidad, hoy en el mundo reinaría un beatífico socialismo del conocimiento. Una «democracia radical», en palabras de los marxistas digitales. En la práctica, tenemos una docena de zettabytes de información al alcance de seres humanos incapaces de gestionarla; monopolios inexpugnables en manos de media docena de mastodónticas empresas californianas.