
Auschwitz: la Puerta del Martirio
Tal y como pronosticó con acierto en una ocasión el ministro de Propaganda alemán, Joseph Goebbels, los nazis han monopolizado en gran medida el lugar reservado para la maldad humana en la imaginación occidental contemporánea. Y ese lugar, qué duda cabe, resulta merecido. En tan solo doce años del régimen de Adolf Hitler, cambiaron para siempre Alemania, Europa y el mundo; el mundo surgido de las cenizas de la guerra ya nunca fue igual. Se trata de uno de los pocos individuos del que puede decirse con absoluta certeza que, sin él, la historia habría sido completamente diferente. Su legado inmediato: la Guerra Fría, una Alemania dividida en una Europa partida en dos, en un mundo en el que dos superpotencias se enfrentaban con armas capaces de hacer desaparecer el planeta finalizó hace tan solo unos años. Su legado más profundo, el trauma moral, todavía permanece en el corazón de Europa. Su peor herencia, la de peores consecuencias, fue el pánico que apareció tras su muerte, ya que demostró lo que era capaz de hacer una persona a sus semejantes en la era de la industrialización. Desde entonces, existe una profunda grieta en la imagen que el ser humano se ha confeccionado de sí mismo, a pesar de los delitos que se han sucedido en la historia posterior.