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Una noble dama con recámara

La cultura de la conversación

BENEDETTA CRAVERI

Siruela, Madrid, 610 págs.

Trad. de César Palma

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En su célebre ensayo titulado El secreto de Francia, Edmond Jaloux presentaba a su país situado en la frontera o abismo entre la existencia más austera y trágica y un inveterado deseo de ligereza y evasión. Se refería a un límite que se oculta sutilmente y a la vez se muestra, desde El juramento de Estrasburgo hasta Proust o Reverdy, en la continuidad de una de las literaturas más ricas del mundo, y añadía que «para comprender ese doble carácter, a la vez trágico y brioso, hay que darse cuenta de que Francia siempre ha estado en peligro». No me resisto a apuntar que no hay más que mirar al siglo XX para reconocer que esta relación inversa entre estabilidad política y creatividad espiritual podría resultar válida para otras naciones.

El diecisiete francés, «le Grand Siècle», el período áureo por antonomasia, fue un tiempo especialmente cruel en lo que atañe a la vida política y social. Una época de interminables contiendas europeas que se extienden, como los imperios que las promueven, a una escala planetaria. La guerra sin fin refuerza el poder de unos gobiernos que acaban por asumir el estado de excepción como norma de una autoridad que ha sido definida como absoluta. Francia atraviesa un período de crisis económica. La extrema oscilación de los precios, la disminución del interés y una severa limitación del comercio y la iniciativa individual llevan inevitablemente a las peores consecuencias de alza de impuestos, paro y miseria generalizada. Bajo el signo de una constante amenaza exterior e interior, el gobierno interviene sin freno, controlando manu militari todos los aspectos de la vida de un país que naufraga en medio de una tempestad política y religiosa permanente. Desde el punto de vista de la evolución de Francia, que acabará un siglo después sumida en el horror revolucionario, cabe destacar la enemistad creciente de buena parte de la aristocracia contra una corte que monopoliza los recursos del poder en contra de su propia clase. Sobre este inquietante telón de fondo se inscribe, no obstante, un período de intensa actividad creativa.

Aunque no se llegue a afirmar de modo explícito, la corriente de fondo de La cultura de la conversación, de Benedetta Craveri (Roma, 1942), no es otra que la que sostiene que la lucha, a veces abierta (como ocurre en los episodios de la revuelta de La Fronda) y casi siempre en sordina, entre los antiguos pares de Francia desencadena por reacción la más señera creación poética del Gran Siglo. En concreto su obra podría resumirse en la afirmación de que lo mejor de la poesía francesa surge directa o indirectamente de la «Chambre Bleue», es decir, de la recámara de una noble dama incapaz de convivir con la brutalidad despótica de los monarcas. La célebre estancia azul de Madame de Rambouillet, situada estratégicamente en la rue Saint-Thomas-du-Louvre, a unos pocos pasos de palacio, sería como la piedra arrojada al lago cuyas ondas darían impulso y forma a las mejores creaciones del siglo de oro. A pesar de la inmensidad de matices que la propia autora es capaz de poner de manifiesto, de los extraordinarios desarrollos a los que dicha tesis central le conduce, la unidad de este amplio estudio gira sobre un eje bastante esquemático, aunque no por ello menos cierto o al menos verosímil.

Como sabe bien Benedetta Craveri, dicha postura ha constituido un tópico de la historiografía literaria francesa, aunque sólo sea porque el germen de la gran renovación lingüística del siglo XVII, que tuvo su origen en el preciosismo francés, fue protagonizada directamente por los habituales del salón azul de la rue Saint-Thomas-duLouvre. «Corresponde a la marquesa de Rambouillet el honor de haber inaugurado la vida social en Francia y de haber presidido, durante más de cuarenta años, el primer centro mundano del siglo XVII. Repetida libro tras libro, esta afirmación se ha convertido en un axioma. Precisamente por ello no puede ser del todo inútil preguntarse por qué tal honor ha recaído en Madame de Rambouillet. […] Lo novedoso de la decisión de abrir regularmente las puertas de su casa a un número de invitados habituales reside en el hecho de que estuviese inspirada en la animadversión» (pág. 23). Este choque o enfrentamiento, que ya había sido detectado con todo rigor por Eric Auerbach en el artículo «La cour et la ville», citado dos veces por la Craveri, constituye un amplio movimiento de oposición al poder a cuyo análisis está dedicada esta gran investigación literaria.

Espacio utópico por excelencia, nacido como un auténtico frente de resistencia al absolutismo, y como una forma de renovación de la identidad aristocrática en un período de cambios profundos y dolorosos, el salón francés del XVII propicia el intercambio intelectual y admite una cierta mezcla de personas de diversos estratos sociales, con el único filtro del espíritu, del ingenio y del brillo mundano. Este nuevo modus vivendi, tachado con excesiva superficialidad de reaccionario, significó de hecho el fin del Antiguo Régimen, con sus odiosos corsés de casta, y al mismo tiempo impidió o al menos retrasó el triunfo demoledor de una modernidad abstracta, informe y despersonalizada al promover el valor de lo singular y el gusto y la alegría de ser uno mismo.

Benedetta Craveri reconstruye con pasión el inmenso legado de obras que de un modo u otro están conectadas con el mundo de Madame de Rambouillet y de las otras damas que, inspiradas en su ejemplo, promovieron a lo largo de un siglo los frutos de esa «conversación» a la que se alude en el título. El primero no es otro que la traslación mimética de las reglas lingüísticas y formales del arte de conversar al plano de la lengua escrita. La naturalidad, la amenidad y la precisión son notas que marcan un estilo nuevo y profundamente civilizado y una manera de vivir en la que se valora sobre todo el deseo de superarse, de sorprender y agradar, de reconocer, comprender y respetar al otro.

La autora hace bien en resaltar que, más allá de las interpretaciones, por legítimas y bien fundadas que éstas puedan ser, la constelación que gira en torno a Madame de Rambouillet será recordada a la luz de una larga serie de obras maestras: desde las crónicas de sociedad o Historiettes en las que Tallemant des Réaux dejó constancia de un mundo único y efímero a la Correspondencia de un Vincent Voiture (para algunos el alma del hotel de Rambouillet), cuya influencia en el desarrollo de la nueva prosa literaria empieza a ser ahora convenientemente valorada; desde la Astrée de Honoré d'Urfé, la pastoral en la que se inspira buena parte del ideal mundano, hasta la recreación novelesca que Madame de Scudéry hizo de ese mundo, incluyendo la famosa Carte du Tendre; desde el teatro de Corneille, que adelantaba sus obras sometiéndolas al juicio de los huéspedes de la marquesa, hasta La Rochefoucauld, cuyas Máximas recogen los ecos de aquellas charlas de salón; desde las Memorias de Anne-Marie-Louise d'Orléans, Mademoiselle de Montpensier, a los Billets o notas amorosas intercambiadas entre Madame de Sablé y Madame de Maure, desde las Cartas de Madame de Sevigné a La Princesse de Clèves de Madame de Lafayette, estamos sólo ante algunas muestras de la fecundidad de un mundo que surge en línea directa del azul de aquellas paredes.

Benedetta Craveri dedica una especial atención a las relaciones de la estancia azul con el mundo de Port-Royal. No es extraño, teniendo en cuenta que existe un parentesco secreto entre ambas realidades. Port-Royal es otro frente de resistencia. Además, algunas de las damas, cansadas del absolutismo de los hombres, abrazarán lo absoluto de Dios. Es el caso de Madame de Longueville y de Madame de Sablé. La «pauvre Marquise», adorada por la Mère Angélique Arnauld, que estuvo implicada en el origen mismo de la agria disputa que enfrentó a jesuitas y jansenistas sobre la frecuencia en la comunión y que estableció intramuros de la abadía un salón en que se hablaba hasta desfallecer de las diferencias entre la amistad y el amor. Con el ruido de fondo de los rezos de las monjas, entre dos absolutos, surgieron las famosas Portuguesas del caballero de Guilleragues, otra cumbre de la literatura universal.

Bien narrado, con una apoyatura bibliográfica y documental deslumbrante, La cultura de la conversación, que surgió como una colaboración periodística, bien podría ser el libro de una vida. No sólo por el esfuerzo y la inteligencia y madurez críticas de su autora. Pienso que la Craveri, nieta de Croce y heredera de algunas de sus devociones estéticas, ha escrito una autobiografía encubierta. ¡Cuánta nostalgia por una civilización –la de las afinidades electivas, la del ingenio y el inconformismo, la del amor a la lectura– acaso irremediablemente perdida! Y, sobre todo, refulge en cada frase la convicción nada encubierta de que –como ha escrito Nicolás Gómez Dávila– «los máximos triunfos literarios son a veces combates de retaguardia».

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