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Pérdida del centro

El yo moderno

GOTTFRIED BENN

Pre-Textos, Valencia, 180 págs.

Trad. de Enrique Ocaña

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Bajo el título de El yo moderno se reúnen diez ensayos fundamentales de Gottfried Benn en donde habla y relaciona a la literatura con el arte, la filosofía, el psicoanálisis, la historia, la política, la ciencia, la biología o la antropología. Benn maneja una gran amplitud de conocimientos y una capacidad narrativa extraordinaria. Es apasionado, escéptico, polémico, irónico, contradictorio, a veces hasta demasiado claro en sus planteamientos aunque estas prosas ensayísticas no tienen un fin puramente explicativo o didáctico sino que, por el contrario, dejan dudas y abren heridas que deberán ser cerradas por el lector.

En «El yo moderno», el ensayo inicial de este libro y que da pie al resto, se plantea una cuestión esencial. La relación entre composición poética y actividad reflexiva. Para gran parte de los más importantes poetas contemporáneos, la lírica y el ensayo les abarcaron un mismo espacio de inquietud creadora. Desde Mallarmé hasta Valéry, Pound o Eliot, se había ido cumpliendo este fenómeno moderno, presente ya en la poesía alemana de finales del siglo XVIII y principios del XIX, desde Goethe y Schiller hasta Nietzsche, eslabones imprescindibles en el pensamiento del propio Benn. En este trabajo se refiere también a las creencias sobre la inmortalidad del alma en fiestas, cultos y misterios de la Grecia antigua, basándose para ello en el estudio de Rohde. Éste es el inicio para el desarrollo de otro asunto de su preocupación, la suplantación de la religión y sus valores por el arte moderno. El monopolio del alma de la casta sacerdotal se había ido transmitiendo a los creadores. De la misma manera, Benn analiza y defiende la autonomía absoluta de lo estético sobre lo político. Propugna una estetización de la política en vez de la politización de la cultura, en medio de un mundo dominado por el comunismo stalinista y el fascismo. La poesía, el arte en general, ocupaban el rol redentor de la religión, la actividad metafísica y trascendente capaz de conferir sentido y forma a la existencia. En «El yo moderno» se habla de esa relación nueva entre el mundo y el yo, y la sobrevivencia del individualismo basado en la suplantación de los dioses por la estética.

El yo moderno lo describe el autor de estos ensayos como un ser asocial, antihistórico, monológico, aislado y en oposición a lo real que ha perdido su consistencia ontológica. Benn contempla desde el nihilismo la evolución del hombre (término que combatirá desde su antidarwinismo) hacia la autodestrucción, de ahí su «regresión» (término estudiado en otro ensayo por el mismo traductor) hacia estratos de vida elemental y mítica que transformará, años después, en el encuentro con una nueva espiritualidad.

El yo moderno, Narciso abandonado en medio de una naturaleza que ya no habla, busca el olvido y quizás hasta el no haber sido, lejos de toda penuria y vergüenza de la soledad. Benn lo describe, se describe así, tomando prestado un verso de Ovidio: «[…] finalmente, entre los asfódelos, te contemplas a ti mismo en la laguna Estigia».

En «Problemática de la poesía» comenta las teorías sociológicas de Otto Flake referidas a la superioridad de la novela sobre los otros géneros literarios, en el mundo contemporáneo. Superioridad de la novela como explicación del tiempo y menor credibilidad de la poesía. Según Flake, no se cumplían las condiciones sociales para desempeñar el oficio de poeta y había un abismo entre ésta y el presente. Todo podía integrarse en la novela moderna y también la poesía. El verso era una forma arcaica de expresión. Para Benn estas ideas acometían el intento de aprehender la naturaleza conceptual y ontológica de la poesía y «localizarla como fenómeno de carácter primario en el interior del proceso biológico». La poesía, vista desde la sociología, representaba además una conducta social reprobable por su pesimismo y trascendencia. La masa social unida para la solidaridad en un mundo optimista, utópico y tecnológico, que se enfrenta al mal como algo controlable por las instituciones, exigía un arte «que responda a sus convicciones y que les permita pasar el tiempo, mientras esperan la satisfacción de sus esperanzas económicas». Eran estos unos presupuestos pragmáticos, utilitaristas, positivistas, incapaces de entender ni alojar en su seno cualquier elemento de duda. Se basaban en la razón como orden supremo, contraria a lo telúrico, «descartando la oscuridad como un simple embuste». Rechazaban también la intuición del yo, minado por el darwinismo, lo colectivo frente a la individualidad controlada por el psicoanálisis, despojado de sus referentes simbólicos y míticos en favor de las nuevas ideas propagandísticas del progreso, fundamentalmente, tecnológico y científico.

¿Cómo el individuo, controlado por todo y por todos, puede sobrevivir, mantener a flote su capacidad creadora que jamás fue colectiva? Y a esta pregunta Benn añade otras relacionadas con el papel del poeta, del artista, como fenómeno puramente psíquico, incapaz a priori de influencia efectiva en la historia. «¿Puede el proceso histórico, o alguien en su nombre, exigir que el arte o el conocimiento estén a su servicio?» Para Benn, el arte, la poesía, estaban llenos de conceptos extraempíricos, de sentimientos y de trascendencia. Y así, «los monomaníacos del materialismo se convierten en los imbéciles de la realidad». La tarea del poeta no consistía jamás en prestar servicios a su tiempo. Es más, su grandeza estaba en ser rebelde, en ampliar las perspectivas de su origen y responsabilidad hasta donde no llega la lógica. Benn habla de «pensamiento lógico», es decir, la organización racional; y de «categorías espirituales», modos más antiguos de representación. El alma aspiraba a algo más profundo que el mero conocimiento, a algo más profundo que le confiriera «totalidad y perfección»: penetrar en la oscuridad del origen, del «reino polifémico de la creación». Benn se remonta al instante anterior al yo que es el vínculo entre la escisión del mundo interno y el externo. El yo, según él, no pertenecía a esos hechos originarios e indubitables a partir de los cuales principió la humanidad. El alma así era de formación regresiva, su conocimiento iba hacia atrás, hacia el inicio. El yo era un estado de ánimo tardío de la naturaleza, profundamente nihilista en la tensión de un placer sombrío. La poesía era un paso hacia las tinieblas, una teoría de puro nihilismo ante el positivismo representado por el bienestar, la utilidad y el progreso. La poesía era un paso más allá de toda ideología, de la realidad, la búsqueda del tiempo primordial, el origen, las esferas preconscientes.

En «El problema del genio» afronta la enfermedad del yo. Es un estudio más médico que literario, repleto de ejemplos y anécdotas que le conducen a la conclusión de que todas estas grandes tensiones y sufrimientos, estos destinos marcados por alucinaciones y taras, estas «catástrofes donde se entrelazan fatalidad y libertad no son sino flores inútiles, llamaradas impotentes tras las cuales se oculta lo Inescrutable con su No sin fronteras».

En «Goethe y las ciencias de la naturaleza» retoma y desarrolla el discurso anterior para hablar del «hombre único» del autor del Fausto, y el «hombre escindido» nietzscheano.

En «Tras el nihilismo», Benn se pregunta si hay lugar para un yo con libertad creativa opuesto a la imagen del mundo del determinismo científico.

La pregunta que desarrolla en su trabajo «Sobre la historia» es la siguiente: ¿quién ha destruido más bienes humanos: la naturaleza o la historia? Es decir, ¿la naturaleza o el hombre? La respuesta está clara. Benn llega a la conclusión de que el hombre debe ser vigilado mediante principios intelectuales. Esta reflexión sobre la sin razón de la guerra a lo largo de la historia lo lleva a referirse muy concretamente a Alemania. Para su país expresa los siguientes deseos: redefinir el concepto de héroe y del honor; rechazo del espíritu prusiano; sometimiento de la administración a otra europea; y educar a los niños fuera de Alemania. Estas opiniones drásticas respondían todavía a profundas heridas sin cicatrizar.

Benn, como Jünger, se sintió atraído por el mundo de las drogas, y su presencia y efecto a lo largo de la historia es analizado en «Vida provocada». El autor se siente intrigado por la capacidad de alguna de estas sustancias en abrir el cerebro a nuevos espacios a los que el hombre no puede llegar por sus propias fuerzas. Reconoce los efectos nocivos de muchas de ellas, pero ese concepto de nocividad pertenece, en primera instancia, «al sistema de referencia del "análisis causal" y a la "biología", cuya validez está condicionada por su aplicación a ámbitos muy limitados».

Como ya comenté anteriormente, Goethe y Nietzsche son los dos ejes fundamentales de este conjunto de ensayos. En «Nietzsche, cincuenta años después» estudia la vigencia de su filosofía a través de una relectura profunda.

A «Problemas de la lírica» ya le dediqué un largo ensayo recogido en mi libro Sobre la inutilidad de la poesía, precisamente el título del trabajo dedicado a Benn. Es un texto fundamental para comprender algunos de los asuntos que más han preocupado a la poesía del siglo XX. Benn comienza distinguiendo la poesía de la lírica. A la primera correspondería el estado emotivo, anímico y la materia temáticomelódica; mientras que la otra sería el producto artístico. El nuevo poema, la lírica, es un producto artístico: «De este modo se vincula la idea de consciencia, control crítico y la idea de «arte puro». Al componer versos, el poeta no contempla sólo el poema, sino que también se observa a sí mismo». Benn, como ya hiciera en otros ensayos, recordemos «El yo moderno», incide en la actividad paralela entre la lírica y el ensayo.

Mallarmé, Baudelaire, Pound, Eliot, Valéry, los surrealistas, etc., habían seguido este camino. Era un rasgo moderno que había sido desconocido por otros grandes poetas anteriores como, por ejemplo, Keats, ajenos a la preocupación ensayística, también a la compatibilidad creativa entre narrativa y poesía (Goethe). Benn nos recuerda que a ninguno de los grandes novelistas del XIX, Zola, Stendhal o Balzac, les interesó la poesía. Discrepo, esta vez, en cuanto a su mala opinión de la poesía de Joyce. Las diferencias «topológicas» entre la poesía y la novela las justificaba en cuanto que la primera buscaba la palabra en sí que expresara su existencia; mientras que la segunda sólo motivos. Para Benn, la nueva lírica había comenzado en Mallarmé y en los antecedentes de Nerval y Baudelaire, quien no sólo había creado poemas novedosos, sino que también había teorizado. Además de los otros autores ya citados, aquí aumenta la lista de nombres y de tendencias: Milosz, Perse, Maiakovski, Rilke, George, los expresionistas alemanes, etc. El acontecimiento fundamental del arte moderno en Europa lo instituía en la publicación del Manifiesto futurista de Marinetti, en el año 1909. Sin embargo, el autor de Problemas de la lírica iba contra cierto experimentalismo y letrismo: «El poema occidental recibe siempre su coherencia de un pensamiento sobre la forma y que se configura mediante palabras, no mediante eructos y tosidos».

Artistik o Arte puro, concepto polémico en Alemania, era la tentativa de oponer una nueva trascendencia al nihilismo general de valores: la trascendencia del placer creativo frente a quienes ensalzaban la superficialidad, lo liviano, el divertimento y lo intrascendente. «Así contemplado, este concepto abarca toda la problemática del expresionismo, del movimiento abstracto, del antihumanismo, del ateísmo, de la antihistoria, de la concepción cíclica, del "hombre vacío"; en una palabra, toda la problemática del mundo de la expresión». Desaparece Nietzsche y las características que éste le adjudicaba al Arte puro: la delicadeza de los cinco sentidos; la sensibilidad para los matices; la morbosidad psicológica; la puesta en escena; el arte como finalidad de la vida, como actividad metafísica. El arte como fatalidad, como destino.

A la pregunta de ¿qué es realmente un poema moderno?, responde enunciando una serie de características que no debe tener: no debe dividir lo exterior y el interior; no debe utilizar el «como», que es la irrupción de un elemento narrativo y prosaico; no debe haber colores, pues son clichés verbales; y no debe tener un «tono seráfico», ser una especulación espiritual barata que juega con el sentimentalismo y la pusilanimidad del lector. Benn rechaza lo mediocre en la poesía como algo estéticamente insoportable y cifra la maestría de un buen autor en la realización de apenas seis u ocho poemas «logrados».

Con respecto a la autoría del poema, Benn asume la opinión ajena de que toda composición poética plantea su cuestión homérica, todo poema posee varios autores, «es decir, un autor desconocido».

La poesía, siguiendo su razonamiento, era forma, los contenidos de un poema son humanos, pero sólo deviene lírica cuando toma cuerpo en una forma que lo consagra, lo hace libre a través de las palabras. Citando a Staiger subraya que la forma es el contenido más elevado. El objeto del poema era sí mismo, «un poema no expresa absolutamente nada, es». Se apoya en Hofmannstahl para decir que el poema es autónomo y vive para sí; en Mallarmé para desechar los sentimientos a favor de la palabra; y en Eliot, según el cual, incluso la poesía pura debe conservar un cierto grado de impureza. Benn resume todas estas opiniones, y la suya, de la siguiente manera: «Tras todo poema siempre se encuentra el autor, su esencia, su ser, su condición interior, que los objetos irrumpen en el poema, porque antes eran sus objetos: por tanto, el poeta es siempre esa impureza, en el sentido de Eliot. En última instancia, creo que el único objeto para la lírica es el lírico mismo».

Benn afirma que otras artes pueden ser accesibles para todas las personas, mientras que la poesía es intraducible porque depende de una raíz nacional que es la lengua. Las connotaciones de las palabras superan su contenido informativo; por una parte son espíritu, pero por otra participan de la esencia y ambigüedad de las cosas de la naturaleza. El poema sin esperanza, que no va dirigido a nadie, es trascendente, es la participación en la consumación de un devenir que depende del ser humano al par que lo sobrepasa. Benn defiende aquí también el papel del hombre, su capacidad de médium entre lo desconocido y su percepción; el hombre antidarwinista, el hombre que no es el producto de una evolución, sino que ya existía desde un comienzo y representa una nueva situación de la creación. La esencia de esta creación es «conciencia» y «espíritu». El poema moderno, así, era un arte monológico que coincidía con el vacío ontológico, era un diálogo metafísico. ¿Brinda aún alguna posibilidad de comunicación, aporta superación y transformación o tan sólo es material para conversaciones de negocios y, por lo demás, símbolo de una trágica decadencia?, se pregunta el autor de Problemas de la lírica. Benn mismo nos responde: «Coloquios, discusiones: no es sino murmullo de butaca, indigna antebóveda de estados privados de excitación; en lo más profundo vive, inquieto, lo Otro, lo que nos creó, pero que no vemos». Lo que nos creó y lo que nos destruirá o liberará de la materia carnal ya sólo transformada en el propio objeto volátil de la materia poética.

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Ficha técnica

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