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Ya era hora

ADOLFO SUÁREZ. BIOGRAFÍA POLÍTICA

Juan Francisco Fuentes

Planeta, Barcelona

621 pp. 24,90 €

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Titulo esta recensión con las tres últimas palabras del libro de Juan Francisco Fuentes. Se refiere el autor a las afirmaciones, muy autocríticas, de Luis Araquistáin, poco antes de morir en el exilio, cuando dijo que los españoles habían necesitado cuatro guerras civiles para darse cuenta de que resultaban inútiles, pero aquí quieren saludar la aparición de lo que entiendo es el primer libro no meramente testimonial, sino rigurosamente histórico, sobre quien seguramente haya sido la figura más decisiva en nuestra historia política reciente.

Decía Isaiah Berlin que los historiadores deben de tener algo de la penetración psicológica de los buenos novelistas, y esa es la primera virtud de esta biografía política; a su través, asistimos a la vida de un español muy especial pero que, al tiempo, resulta muy representativo de su generación, de una época en la que se avistaba con temor un futuro incierto y en abierta contradicción con las pretensiones de perduración de un régimen político ligado estrechamente a la persona mortal de Franco. Suárez fue una de las muchas personas que hubieron de tejer su vida, personal y política, sobre un cedazo inestable, resbaladizo, y nadie como él acertó a seguir el hilo de Ariadna que llevaba de un régimen personal a una monarquía constitucional, de la ley a la ley, como decía Torcuato Fernández Miranda, quien fue uno de sus protectores, su mentor, su asombrado rival y, posteriormente, una persona a la que Suárez dedicó una hostilidad muy específica.

La biografía política es un género difícil y, en especial, cuando se pretende al mismo tiempo construir un retrato bastante riguroso de una época tan turbulenta como la de la Transición y, por cierto, sin ninguna clase de concesiones, ni a la fantasía, ni al prejuicio. Esta es, pues, la segunda virtud importante del libro: su rigor, su seriedad, su constante referencia a fuentes de primera mano, además de a la ya extensa bibliografía sobre la figura estudiada. Juan Francisco Fuentes hace algo más que contar una vida tan peculiar como la de Adolfo Suárez, un personaje del último franquismo que, a su manera, terminó siendo una especie de demócrata radical, porque a la vez que enhebra las etapas de una biografía, nos entrega un examen muy lúcido de su evolución política, de su circunstancia personal, tan dramática al final de su carrera, y del marco histórico y político en que se desenvolvió el personaje.

Adolfo Suárez se nos presenta como el hombre clave de la transición, un tipo audaz, con tanto rechazo del pasado como atracción por un futuro incierto pero inexcusable. El autor configura un retrato psicológico de Suárez en el que este se nos aparece como alguien que sabe tanto lo que quiere –la democracia– como lo que teme –un apaño que lleve al fracaso o a la vuelta atrás– y que no duda en arriesgarse en operaciones que podían parecer escasamente prudentes a quienes le rodeaban. Es posible que esa audacia, tantas veces decisiva, tuviese algo que ver con una auténtica fobia al pasado, tanto con una sensación de malestar familiar y personal (al fin y al cabo, la guerra había sido muy dura para todos), como con un desconocimiento, en parte, deliberado, de determinados episodios de nuestra historia. En cualquier caso, Adolfo Suárez supo ser audaz, una condición que cuadró estupendamente con la misión que le había sido encomendada.

Tras una larga preparación en puestos subalternos y de escaso brillo, Suárez consigue ser gobernador civil de Segovia, lo que le permite entrar en contacto con el entonces príncipe Juan Carlos, con quien inicia una larga complicidad de mutuo beneficio. Luego, no sin peripecias contradictorias, vendría la dirección general de Televisión Española y, finalmente, un puesto en el Gobierno. Es aquí cuando su habilidad y los designios del monarca lo colocan, para sorpresa general en la presidencia del Gobierno, pero mayor sorpresa fue aún la energía y habilidad que desplegó en las tareas que hicieron posible una transición finalmente exitosa. Sus problemas comenzaron en el momento en que UCD tiene que hacer política de parte, ser un partido, es decir, algo más y algo menos que la labor de Estado y al servicio del nuevo sistema que Suárez había hecho hasta ese momento de manera brillante. Pero su verdadero calvario, por paradójico que resulte, comenzó tras la aprobación de la Constitución, seguramente el mayor y más trascendente de sus éxitos, y, en especial, al repetirse la victoria electoral de UCD en 1979. Su declive, más largo que su ascenso, fue digno de una tragedia griega, y su aventura personal ha culminado en una especie de muerte en vida que ha hecho que su figura, tan controvertida, haya suscitado, finalmente, la compasión general de los españoles.

Pertrechado con un bagaje de gran riqueza, el libro analiza de manera magistral y clara los episodios principales de nuestra reciente historia, el ascenso político de Suárez hasta el consejo de ministros, su elección como presidente, la Ley de Reforma Política, la legalización del Partido Comunista, los zarpazos terroristas, las primeras elecciones, las amenazas involucionistas, la creación de UCD y sus sucesivas crisis, la elaboración de la Constitución, las primeras elecciones municipales democráticas, la iniciación del proceso autonómico, la dimisión del presidente del Gobierno, los sucesos del 23 de febrero de 1981, la llegada de Felipe González al poder, para concluir con los intentos fallidos de Suárez para resituarse en un panorama político que ya no era el de la Transición. Se trata, como es obvio, de una serie de procesos bien conocidos por los españoles de ahora, pero sobre los que podrá existir una buena variedad de interpretaciones, especialmente a medida que el tiempo haya ido colocándolos en una perspectiva más compleja. Sin ninguna duda, la obra de Fuentes se convertirá en el punto de partida de las investigaciones que habrán de perfilar el conjunto de esa historia y sus principales protagonistas.

El ocaso político de Suárez fue mucho más brusco y virulento de lo que cabría imaginar en un hombre de tantos y tan resonantes éxitos, pero en ese declive intervinieron de alguna manera parte de las fuerzas que le habían dado impulso, una inversión que culmina, en el momento de su dimisión, con una ausencia de soporte regio, con su sensación personal de fracaso al no poder controlar la UCD, que tanto le debía, y con una pérdida de propósito claro para su ambición. En realidad, la obra política de Suárez comienza a decaer desde el momento mismo en que se culmina la Constitución y, especialmente, desde que gana, en el último minuto, las elecciones generales de 1979. Suárez se había apoyado mucho más en Carrillo que en González, a quien, en realidad siempre protegió, y desde el momento en que González se sintió traicionado por la forma en que se fraguó la segunda victoria de UCD, comenzó un calvario que culminaría en una dimisión cuya escenificación ya quedó completamente fuera del control de Adolfo Suárez, y en un entorno –el congreso de UCD en Mallorca, los sucesos del 23-F– que le hicieron ver hasta qué punto no tenía ya en su manos el control de los acontecimientos.

Muy recientemente hemos podido escuchar algunas jeremiadas lamentando el acoso a que se vio sometido Adolfo Suárez desde 1979, pero lo grave no es ese ataque extemporáneo de honestidad y buena conciencia, un rito de exculpación bastante manido, sino el que la filigrana de la Transición haya podido ponerse en cuestión por quienes aparentan creer que quepa construir algo sobre una mezcla oportunista de ignorancia fingida y de mala fe. Por curioso que pueda parecer, al tiempo que se recupera una valoración muy alta del personaje, se ha producido una devaluación de la obra política de la Transición, lo que, además de recordar el mezquino acoso al que se sometió al primer presidente de la democracia, seguramente hubiera disgustado a Adolfo Suárez bastante más que su calvario personal, aunque la cruel enfermedad que lo mantiene ausente le haya librado de este último agravio.

El último período político de la vida pública de Suárez –quien se mostró, al parecer seriamente arrepentido de su dimisión– está ligado a episodios menos brillantes de su trayectoria; la fundación del CDS, en primer lugar, un partido bastante contradictorio porque pretendió ser un partido de cuadros, como el FPD alemán, por ejemplo, lo que requiere gran flexibilidad, y, al tiempo, fue un partido sometido al liderazgo carismático de un político que ya no mostró ni la clarividencia de sus inicios ni la determinación que le habían hecho llegar a lo más alto. El CDS acabó siendo motivo de disgusto profundo para la persona de Suárez, que se vio de alguna manera envuelto, además, en las peripecias político-financieras de Mario Conde, un personaje en el que Suárez pudo llegar a ver en algún momento, pese a ser de un tipo muy distinto al de Cebreros, una especie de alter ego de su empuje y ambición, pero el idilio entre ambos tampoco terminó de manera brillante. En la última etapa de su vida pública, Suárez se vio sometido a fortísimas tensiones de carácter familiar, la enfermedad de su mujer, Amparo Illana, y de su hija Marian, sobre todo, que seguramente aceleraron el proceso de deterioro de su salud, algo que se convirtió en pública noticia con motivo de la intervención de Suárez para presentar la candidatura de su hijo como presidente de Castilla-La Mancha en las elecciones autonómicas de mayo de 2003. Desde entonces, Suárez pasó, poco a poco, a ser una sombra silente, un ausente.

El retrato de Fuentes es generoso con el personaje, sin ignorar sus limitaciones, pero subraya su valor, su patriotismo, su fidelidad a una democracia de la que se consideraba autor y responsable. Nuestro autor subraya que Suárez fue, sobre todo, un hombre de acción, alguien para el que las ideas siempre tendrían menos importancia que los gestos y las acciones. La política en el interior del régimen, las amistades y las relaciones personales, junto con su experiencia al frente de Televisión Española, fueron sus grandes fuentes de sabiduría política: acción pura, instinto de supervivencia, don de la oportunidad, sin apenas tiempo para reflexionar, fueron, en efecto, las cualidades que le sirvieron para salir airoso en muchos de los aprietos en que se vio metido, aunque, finalmente, no sirvieran para resolver a su gusto el destino final de su trayectoria política. Al igual que el rey, confiaba plenamente en el instinto de los de su generación para devolver la normalidad a los españoles, para lograr esa libertad que hemos tenido tan pocas oportunidades de gozar.

El trabajo de Juan Francisco Fuentes se apoya en una infinidad de documentos y testimonios que se citan oportuna y rigurosamente en el casi millar de notas que enriquecen el texto. En especial, hay que destacar la importancia del legado documental que se custodia en el archivo de Jorge Trías y, de manera eminente, el relato pormenorizado de su vida con Suárez que dejó escrito Eduardo Navarro, una persona muy consciente de la excepcionalidad política del duque de Suárez, y que acompañó a este en momentos decisivos de su trayectoria, además de conocerlo personalmente desde su llegada a Madrid en el otoño de 1958. Eduardo Navarro fue siempre algo así como la contrafigura de Suárez, un auténtico intelectual, un hombre tímido y discreto que dejó plasmado para la posteridad un retrato muy vivo y directo de una convivencia fructífera en la que uno ponía la representación y el otro suministraba las mejores palabras, casi sin excepción.

No es posible acometer ninguna historia sin partir de una posición definida, lo que no implica que la objetividad, que debe ser siempre un mandato, esté en peligro. En realidad, hacer historia y, en especial, tan cercana, es una manera de tratar también con el futuro, de entender correctamente los hitos del camino que nos ha traído al presente para poder proseguirlo del modo más feliz. En este sentido, la historia que narra Fuentes representa también una reacción vigorosa contra los intentos, bastante insensatos, pero no infrecuentes ni aislados, de desvalorizar la Transición, de negar la verosimilitud y eficacia de su papel esencial como paso del autoritarismo a la libertad política; no en vano, el último capítulo del libro está dedicado a edificar un elogio de la Transición que no resulta ni inoportuno ni obvio en estos momentos. Fuentes recuerda al respecto los testimonios de muchos de los protagonistas de la guerra, de Largo Caballero a Dionisio Ridruejo o José María Gil-Robles, y anota también cómo la sensación de sinceridad en el rechazo de los horrores del pasado por parte de Adolfo Suárez fue seguramente una de las claves psicológicas del buen entendimiento entre él y Carrillo. La Transición no se hizo, pues, ignorando la historia, sino tratando, precisamente, de no repetirla, lo que ilustra bastante respecto a la insensatez de los intentos por arrinconarla o hacer de ella un retrato ridículo y necio.
 

Adolfo Suárez. Biografía política debiera ser obra de lectura obligada para todos los que se preocupan no ya por nuestra historia, sino por nuestro porvenir. El relato que, con su aparato crítico, ocupa más de seiscientas páginas, elabora una doble imagen que se nos ofrece en una superposición continua y coherente: la que permite una cierta empatía con la audacia y el empuje de un político habilidoso, pero noble de carácter e intención, y acomodaticio, aunque nunca olvida sus últimas metas, y la que dibuja el nacimiento de una democracia que, con todos sus defectos, pero sin merma de su condición, ha conducido a España a vivir la época más larga y continuada de prosperidad en nuestra historia. Se alternan continuamente los primeros planos del protagonista del libro con los panoramas más amplios que nos muestran las líneas de fondo que iban a definir el equilibrio de poderes y tendencias en la naciente democracia. Tanto el personaje como el país se vuelven más transparentes, más comprensibles y acertamos a ver, por detrás de acontecimientos tan inquietantes e imprevisibles como los que van de 1975 a 1985, la pujanza de unas fuerzas que acertaron a estabilizar la vida política de la monarquía recién estrenada.

El declive de la vida personal de Adolfo Suárez no ha supuesto ningún sobresalto para el sistema que él supo propiciar con grandes dosis de audacia y de un especial instinto político que le permitió sortear los obstáculos nada pequeños que amenazaban un proyecto tan contrario a sus orígenes. Al cerrar la última página de la obra de Fuentes, que capta el interés del lector de manera muy poderosa, no puede evitarse una cierta sensación de vértigo, el que producen una serie larga y diversa de episodios que serían casi increíbles de no haber sido rotundamente ciertos. Así de trepidante ha sido la historia de los años de Suárez, que se nos graba en la retina con una fuerte impresión de optimismo por el éxito alcanzado y de admiración por el buen trabajo de quienes lo hicieron posible, independientemente de las mil imperfecciones inevitables en cualquier asunto humano. Este libro extraordinario hace bien cierta la idea de Cicerón según la cual la historia es, efectivamente, maestra de la vida.

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