
El escritor
No sé qué demonios hago en Algar de las Peñas, pero no entra en mis planes volver a Madrid, ese infecto nido de ratas donde mis colegas se despellejan mutuamente, verdes de envidia por los éxitos ajenos, siempre dispuestos a poner zancadillas o propinar navajazos traperos sin ocultar la satisfacción que les proporciona contemplar cómo su víctima cae o muere desangrada