El silencio, cuando menos lo esperábamos
Antes de que suene el despertador me suele desvelar el ruido o la actividad de la calle, que se filtra tenuemente por las paredes, las persianas y las ventanas cerradas. Es algo inconcreto, como un zumbido, lo suficientemente sólido como para sacarme del sueño pero también lo bastante difuso como para hacerlo sin molestar, promoviendo una transición dulce entre el descanso y el comienzo de las tareas cotidianas. En estos días tan extraños, la primera rareza surge ahí, en el primer momento del día, cuando aún no he abierto los ojos y acaso todavía más dormido que despierto, percibo confusamente que algo va mal, sin saber exactamente qué es, si grave o no. Cuestión de segundos o de milésimas de segundos, como dicen a veces con énfasis los cronistas deportivos. El tiempo suficiente como para identificar siempre la primera hipótesis recurrente, ¿es hoy domingo?