Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

La guerra, ¡sírvase bien fría!

Como he señalado en distintas ocasiones en este mismo blog, no hay situaciones o escenarios especialmente propicios o inadecuados para el humor sino que, por el contrario, todos sirven –o, para ser más precisos, pueden servir– si alguien tiene el genio para que salte la chispa. Paradójicamente, suele suceder que coyunturas a priori aparentemente favorables generan a la postre un humor facilón e insípido, mientras que circunstancias dramáticas –incluso extremas, como diversas antesalas de la muerte– posibilitan un humor rompedor y genial, ese que nos hace reír incluso a nuestro pesar. La guerra, indudablemente, es uno de esos casos en los que uno está tentado de decir que la incompatibilidad con el humor alcanza cotas de difícil superación. La guerra, por supuesto, es crueldad y horror, pero también deja un hueco en la trastienda para unas risas.

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In data we trust

A cualquiera que haya visionado alguna de las charlas TED que catapultaron a Hans Rosling a la categoría de fenómeno mediático global, le resultará difícil leer este libro sin oír en su mente al autor principal del mismo, con el estilo claro, cabal y grandilocuente que destilaba en cada una de sus frases como conferenciante. Profesor, médico especialista en salud global, además de gran divulgador sobre estos temas, Rosling escribió esta obra durante los últimos meses de su vida, junto con su hijo Ola Rosling y la esposa de este, Anna Rosling Rönnlund, sus estrechos colaboradores durante muchos años. Juntos se habían afanado en demostrar que, en general, los humanos tenemos una visión tremendamente distorsionada de cómo van las cosas en el mundo. Para ello utilizaron encuestas, con baterías de preguntas tipo test acerca de la situación actual y la evolución en el tiempo de diversos parámetros globales, ligados a disciplinas como la economía, la demografía, las condiciones de vida o el medio ambiente.

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Don’t worry, be happy

Si el oráculo délfico nos conminaba hace más de dos milenios a conocernos a nosotros mismos, hay que suponer que viendo en ello beneficios anímicos, el mundo de hoy ha subido la apuesta: nos toca ser felices y, si no lo somos, será por nuestra culpa. Desde que la Constitución estadounidense introdujese el derecho de cada individuo a perseguir la felicidad, en ocasiones malinterpretado como derecho a alcanzarla, ese empeño se ha convertido en norma cultural al amparo del proceso de secularización: perdida la fe en la dicha ultraterrena, ¿a qué podemos dedicarnos, sino a encontrar la salvación en este mundo? Este imperativo es objeto del último libro de la socióloga Helena Béjar, que ya había dedicado trabajos previos a explorar el interior del sujeto contemporáneo. Lo que nos ofrece ahora es una pormenorizada genealogía de los discursos que, sobre todo durante los últimos doscientos años, han dado forma a un sistema de creencias tan extendido que casi ha sido «naturalizado» e incorporado al llamado «sentido común». Podemos verlo en el éxito profesional de los psicólogos, en la lista de libros más vendidos, en la publicidad y las revistas; podemos verlo, también, en nuestro flujo de conciencia. La relevancia del tema, pues, está fuera de duda.

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Ingeborg Bachmann, un imprescindible clásico de la modernidad

«Mi existencia es de otra naturaleza, sólo existo cuando escribo, no soy nada cuando escribo, soy una completa extraña para mí misma, como si me hubiera salido de mí cuando escribo. […] Es una forma muy rara, insólita, de existir, asocial, solitaria, maldita, algo de maldita tiene»: así se definió la propia autora en el discurso de recepción del Premio Anton Wildgans, justo el año anterior a su muerte (1972). Al margen de esta percepción personal suya, Bachmann fue muy valorada desde sus inicios y a lo largo de toda su trayectoria. Muy joven todavía, en 1953, su primer poemario, El tiempo aplazado (Die gestundete Zeit), recibe el premio del Grupo 47, la agrupación de escritores que comienzan su andadura en la inmediata posguerra y a la que, como ella, pertenecieron casi todos los autores que configuran el panorama literario alemán a partir de 1945. A este premio se le sumarían también el Premio de la Crítica Alemana (1959), el Georg Büchner (1964), máximo galardón para escritores alemanes, o el Gran Premio Nacional de Literatura de Austria (1968).

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