
Lectores de Montaigne
La primera persona que leyó a Montaigne en Inglaterra fue seguramente «Un Inglese Italianato» que llevaba por nombre John Florio y no tenía pudor en aceptarse –con burla de sí mismo– como «un Diavolo incarnato». A Florio, hijo de un protestante huido de Italia y establecido en el país donde reinaba la anticatólica Isabel I, se lo empezó a conocer desde que Frances Yates le dedicó en 1934 un estudio biográfico en tanto que compañero de Giordano Bruno en los afanes herméticos, espía tal vez al servicio de la embajada de Francia en Londres y «el brillante maestro de quien los isabelinos aprendieron el italiano, ya fuese por su instrucción personal o a través de sus fascinantes libros de texto».